Ya se ha consumado. El vuelco político en Cataluña es una realidad. Salvador Illa ha sido investido president de la Generalitat, y hay un gobierno catalán donde no están presentes fuerzas independentistas.
Más allá de los recelos generados por las condiciones que han hecho posible esa investidura, especialmente la promesa de una “financiación singular” para Cataluña, este hecho marca un antes y un después. Y supone el “jaque mate” a un procés que ya es historia.
El govern es la clave
Sorprendentemente, quien mejor ha definido el terremoto político que supone un gobierno catalán del PSC ha sido Carles Puigdemont.
Minutos después de la investidura de Illa, el inquilino de Waterloo declaraba que se abre “una etapa nueva y legítima en Cataluña”. Confirmando que “se ha acabado una fase”, la del procés. Y admitiendo que esa “nueva etapa”, con un govern no independentista, “es fruto de decisiones legítimas”.
Desde su huida, Puigdemont ha construido su política desde su imagen de “presidente legítimo”, calificando de “ilegítima” la situación política en Cataluña tras la aplicación del 155, que destituyó a su gobierno.
Ahora, el mismo Puigdemont califica de “legítimo” al gobierno presidido por Illa, donde por primera vez en 15 años no habrá presencia independentista.
Puigdemont no ha cambiado. Le ha aplastado la realidad. Entró en Cataluña durante las sesiones de investidura de Illa para provocar un cataclismo que la hiciera imposible. Protagonizó un esperpéntico mitin al que asistieron solo 4.500 personas. Ni siquiera intentó entrar en el parlament porque sabía que sería detenido. Y acabó huyendo… sin que su presencia en Cataluña tuviera la más mínima repercusión política.
Todos hablan ahora de las condiciones aceptadas por el PSC para investir a Illa con el voto favorable de ERC. Especialmente de una “financiación singular” que se asemeja a un concierto económico, y que ha provocado el rechazo en importantes sectores, incluso dentro del PSOE.
No hay que eludir ese debate. Pero convendría detenernos primero en lo principal. Por primera vez en Cataluña en los últimos 15 años hay un gobierno donde no está presente ninguna fuerza independentista.
Las élites del procés ya no controlan la Generalitat. Esto es lo sustancial
Las élites del procés han perdido su carta maestra: el control de la Generalitat.
El procés no nació de la sociedad catalana. Lo impulsó una burguesía burocrática gestada al calor del control del aparato autonómico, representada por los Puigdemont, Mas o Pujol. Que ha vivido de parasitar una Generalitat con un presupuesto de casi 44.000 millones de euros. Y que han utilizado a su servicio el enorme poder político autonómico.
Al perder el gobierno, dejan de controlar el suministro de gasolina que ha alimentado el incendio del procés.
La Cataluña post procés es una realidad
A mediados de julio, cuando estaba en discusión si Illa sería president o si iríamos a nuevas elecciones, la Assemblea Nacional Catalana (ANC) convocó una manifestación. El lema era presionar para que la amnistía se ejecutara íntegramente, incluyendo a Puigdemont. Su intención era crear el clima de tensión que obligara a ERC a no permitir un govern del PSC.
A esa manifestación acudieron solo 1.500 personas. La capacidad de movilización de la ANC, capaz hace años de juntar a cientos de miles de personas, forma parte del pasado.
Es un hecho que no mereció mucha atención mediática, pero que define los contornos de la Cataluña “post procés”.
En esos mismos días de julio, el Centre d´Estudis d´Opinió, el CIS catalán, publicaba los resultados de una nueva encuesta. El titular de los medios catalanes era explícito: “El no a la independencia de Catalunya bate récord y alcanza la mayor ventaja sobre el sí”.
Lo que el nuevo govern catalán certifica es el punto final al procés
En las autonómicas del pasado 12 de mayo los catalanes dictaron sentencia con sus votos. Las fuerzas independentistas tocaron suelo, perdiendo 700.000 votos respecto a los conseguidos en 2017. Apenas representaron el 25% del censo, es decir solo consiguieron el apoyo de uno de cada cuatro catalanes. Y perdieron la mayoría de diputados en el parlament catalán.
Con su voto los catalanes dijeron alto y claro que había que dar punto final al procés. Las fuerzas independentistas no podían formar gobierno. Y el único que podía hacerlo era el PSC.
Lo que ahora se ha consumado, tras varios meses donde las élites del procés han intentado desesperadamente evitar lo inevitable, es lo que la mayoría de catalanes respaldó en las urnas.
En cualquier situación, mejores condiciones
Ya han aparecido las primeras críticas al nuevo gobierno presidido por Salvador Illa. Y no todas provienen del independentismo.
En el centro está la “financiación singular” entregada como condición para recabar el apoyo de ERC. Por lo que ahora conocemos, la Generalitat a través de una agencia tributaria propia recaudaría todos los impuestos. Y luego entregaría al Estado una cantidad que sufragara los servicios que éste presta en Cataluña. A lo que se añadiría una “cuota de solidaridad” por ser la catalana una de las autonomías más ricas.
Aunque no sea equiparable al vasco y al navarro, la música se asemeja a la de un concierto económico, donde Cataluña saldría del régimen fiscal común. Si esto es así, atentaría contra la solidaridad interterritorial y perjudicaría a otras autonomías.
Existe el riesgo de que el precio a pagar por desalojar a las élites del procés del govern catalán sea demasiado caro. Ningún acuerdo puede perjudicar la solidaridad, y mucho menos dar pábulo al bulo de que España impone a Cataluña un “expolio fiscal”. El expolio que sufren los catalanes, como los madrileños o andaluces, es el de los recortes, la salvaje subida de precios, alquileres, hipotecas…
El precio a pagar no puede ser debilitar la solidaridad entre comunidades
Pero eso no puede empañar en lo más mínimo el hecho de que las élites del procés ya no controlen el gobierno catalán es una victoria de un enorme calado que genera mejores condiciones para la defensa de la unidad.
Al mismo tiempo, desde algunos sectores de la izquierda se ha calificado al ejecutivo presidido por Illa como “un gobierno de derechas”. Por integrar como consellers a ex miembros de CiU, como Ramón Espadaler o Miquel Samper.
¿Pero acaso los gobiernos de Mas, Puigdemont y Torra, o el de Aragonés, eran menos de derechas? Quienes han ejecutado los recortes en Cataluña, con una saña solo equiparable a la de Aguirre o Ayuso en Madrid, han sido las élites del procés, Que estos alumnos aventajados de los recortes ya no estén en el govern catalán es una buena noticia.
Y además, el PSC gobierna la Generalitat pero lo hace en minoría. Ha debido sellar un acuerdo de investidura con ERC y los comunes. Y ya negocia con ellos aprobar los presupuestos de 2025.
La investidura de Illa no resuelve los problemas de Cataluña. Pero, al expulsar del govern a las élites del procés, genera mejores condiciones, tanto para la defensa de la unidad como para poder impulsar políticas progresistas.