La crisis económica en Japón

Japón: otra vez al abismo

El Imperio del Sol Naciente es aún la segunda economí­a del mundo, con un 9% del PIB mundial. Su vertiginoso desarrollo económico se vio salvajemente zarandeado en los 90 tras la crisis de los Tigres del Pací­fico, y Tokio, que tuvo que descabalgarse del proyecto de convertirse en un polo hegemonista emergente, no ha vuelto a ser el que era. Empero, las finanzas niponas volví­an a marchar a buen ritmo en los últimos años. Pero las ondas sí­smicas del cataclismo de Wall Street de septiembre avanzan demoledoras por el Pací­fico, y un Tsunami financiero llega al archipiélago. Japón es un candidato a ser uno de los paí­ses peor parados de la crisis mundial.

Jaón lleva sin orgullo las cicatrices de la espantosa crisis de los 90. Durante la década de los 80, sus entidades financieras se lucraron de una especulación inmobiliaria de proporciones ciclópeas y se lanzaron a la conquista de las emergentes economías del sudeste asiático. Bastó una ofensiva bursátil orquestada desde Wall Street contra los Tigres del Pacífico para hundir en la miseria al floreciente proyecto nipón. No fue fácil salir del hoyo: los costes del saneamiento bancario cargaron al Estado japonés con una deuda gigantesca, superior al 180% del PIB. Sus bancos aprendieron la lección y se fortalecieron, hasta el punto en que se plantearon salir de compras tras el desplome de los norteamericanos en septiembre. Fuegos fatuos. La economía nipona, gigantesca exportadora de alta tecnología (automóviles, maquinaria, electrónica), y masiva importadora de materias primas y petróleo se retuerce de dolor ante la contracción acelerada del comercio mundial. Su mercado número 1, que un mes antes de la hecatombe había llegado a ser su vecina China, empieza a mostrar signos de cansancio, y el milagro chino ya no es lo que era, y su mercado es más refractario a las mercancías niponas. Ya todos hablan en Tokio de "la crisis del siglo". El errático gobierno de Tokio lo intenta, y ya va por el tercer plan de estímulo desde septiembre. El nuevo plan ronda los 15 billones de yenes (unos 150.000 millones de dólares) de gasto fiscal, y es el mayor desembarco estatal decidido en la historia de Japón. El ministro de Finanzas, Kaoru Yosano, había señalado que el plan de estímulo superaría el 2 % del PIB del país, pero la cifra equivale finalmente al 3 %. Eso significa que los ciudadanos japoneses vivirán bajo una hipoteca para las próximas generaciones de una deuda que supone ya el 197% del PIB. Los negros tiempos que se avecinan tendrán consecuencias por arriba y por abajo. Los ciudadanos japoneses se enfrentan ya a una ola masiva de cierres de empresa, despidos masivos y recortes de la jornada laboral. Pero además ningún “Estado del Bienestar” más o menos desmantelado hará de colchón. El sistema social japonés se basa en ventajas fiscales y prestaciones sociales que conceden las propias empresas sólo a los empleados estables y de larga duración. Por arriba, se prepara una crisis política de primera magnitud contra las formaciones políticas en el poder durante décadas, en especial los liberal-demócratas del gobierno de Taro Aso, que por primera vez en 50 años ve la posibilidad de perder el poder en las cámaras legislativas. Los japoneses ya no están dispuestos a hacerse el harakiri por fidelidad al shogunato.

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