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Japón exporta deflación y cambia el equilibrio global

Olvide los autos, las consolas Nintendo o el anime. La principal exportación de Japón por estos días es la deflación.

Puede que el dólar se haya estancado en su impulso para situarse sobre el nivel de 100 yenes este último mes, pero la fuerte depreciación del yen en los seis meses precedentes, desde menos de 78 yenes por dólar en septiembre sigue afectando la economía global. Ahora, está generando una reacción negativa en términos de política en todo el mundo.

Oficialmente, la agresiva política de estímulo monetario promovida por el primer ministro japonés, Shinzo Abe, es descrita como una estrategia local, que solo apunta a estimular una muy necesaria inflación. Sin embargo, un inevitable efecto secundario de la depreciación del yen es que Japón transfiere su problema de menores precios al consumidor, que se ha prolongado por varias décadas, a las economías de sus socios comerciales. Si ello tuviera como fin ayudarlos a contener presiones inflacionarias, tendría el efecto positivo de volver a equilibrar la economía global. Pero no es tan simple.

Por ahora, los inversionistas en los mercados extranjeros están celebrando. Con la apreciación generalizada del dólar y los precios más bajos del oro y de otros bienes básicos, las fuerzas desinflacionarias liberadas por Japón motivan a otros bancos centrales a seguir su camino, lo que se vio ejemplificado por los recortes de tasas decretados por el Banco Central Europeo y el banco central australiano en la última semana.

En respuesta, el Promedio Industrial Dow Jones superó el nivel de 15.000 mientras que los rendimientos de los bonos de países periféricos de la zona euro, que alguna fueron alarmantemente altos, han caído a niveles no vistos desde los años previos a la crisis.

Pero este círculo virtuoso puede convertirse en un ciclo vicioso. Juntos, la Reserva Federal de Estados Unidos y el Banco de Japón imprimirán el equivalente a US$155.000 millones todos los meses por un periodo indefinido.

Con las oportunidades de rendimiento haciéndose cada vez más escasas en el mundo desarrollado, ese flujo de dinero inevitablemente se dirigirá hacia cualquier divisa que ofrezca un mínimo de «diferencial» en las tasas de interés. Incluso en un mínimo récord de 2,75%, las tasas referenciales australianas pagan bastante más que los retornos casi nulos en dólares y yenes.

Y esta semana, gobiernos y bancos centrales en varios países han tomado medidas contra la apreciación de sus divisas. El término «guerra de divisas» ha pasado de moda, pero las fuerzas que hace dos años agitaron esas belicosas palabras siguen vivas.

Puede que la economía de Japón esté débil, pero sigue siendo la tercera más importante del mundo, al representar casi un décimo del producto interno bruto mundial. Por tanto, cuando el Banco de Japón imprime tantos yenes como ahora, provoca un ajuste global en los precios relativos. Los fabricantes de artículos electrónicos en Corea del Sur, Taiwán y, en un grado cada vez mayor China, automáticamente se enfrentan a una desventaja de precios frente a sus competidores japoneses, por ejemplo. También significa que los consumidores japoneses tienen una menor capacidad para comprar bienes fabricados en otros países.

Los encargados de política de Asia Pacífico están adoptando medidas. Previamente esta semana, el banco central de Nueva Zelanda rompió sus acérrimas tradiciones anti intervencionistas al anunciar que tomó acción para debilitar el dólar neozelandés.

En tanto, el gabinete tailandés debatió medidas para limitar los flujos de capital extranjero y un funcionario del gobierno surcoreano expresó inquietud por desplazamientos «unilaterales» en las divisas, lo que es una forma codificada para referirse a una apreciación de la moneda de su país, el won. Esto fue seguido el lunes por China, que tomó medidas para frenar los ingresos de capital que debilitaron al yuan.

Incluso antes de estas respuestas, los bancos centrales de mercados emergentes en general adoptaron posturas monetarias más acomodaticias. Muchos de ellos mantienen sus tasas cerca de mínimos récord, incluso los que enfrentan riesgos inflacionarios.

Esto hace que la oferta de tasas altas sea menor a la que tuvieron los especuladores de divisas durante la segunda «relajación cuantitativa» de la Fed, en 2010 y 2011. Incluso favoritos como Uruguay, que elevó constantemente su tasa referencial, desde un mínimo cíclico de 6% a principios de 2010 a 9,25% en la actualidad, parecen estar arrepintiéndose.

Con el peso uruguayo, cuyo rendimiento es alto, apreciándose debido a fuertes ingresos de capitales, el presidente del banco central, Mario Bergara, dijo a The Wall Street Journal que no está dispuesto a sacrificar el crecimiento económico para combatir la tasa de inflación del país, que se empina sobre 8%. Pero tienen que enviar su dinero a alguna parte.

Eso deja a la zona,euro afectada por un alto desempleo, como la región con el riesgo más alto de una sobrevaluación de divisas. A diferencia de los bancos centrales de mercados emergentes, que están bajo presión de los políticos para relajar su política, el BCE está atado de manos ante presiones políticas internas que lo obligan a adoptar una postura más restrictiva que lo aconsejable.

La rebaja de tasas de un cuarto de punto decretada por el BCE la semana pasada fue cosmética. Así lo reconocieron miembros del directorio del banco, que dijeron que la medida hará poco por aumentar el crédito para las pequeñas empresas. El presidente de la entidad, Mario Draghi, dijo que tiene «la mente abierta» a la posibilidad de tasas negativas para los depósitos del BCE, lo que podría llevar a los bancos a otorgar más crédito, aunque pocos creen que se atreva a jugar con el funcionamiento de los mercados crediticios en forma tan radical. En tanto, la relajación cuantitativa al estilo de la Fed o el Banco de Japón desagrada en extremo al poderoso Deutsche Bundesbank, que ha retirado esa opción de la mesa.

El resultado es que la impresión de dinero por parte de la Fed y el banco central japonés hará que el euro se mantenga más fuerte que lo necesario, lo que estrangulará aún más a los productores europeos, mientras el resto del mundo se aprovecha de la parálisis del BCE.

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