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«Operación León creciente». Así ha bautizado el gobierno de Netanyahu una nueva e incendiaria ofensiva contra Irán, en la que según fuentes israelíes han empleado unos 200 aviones de combate sobre un centenar de objetivos.
En esta ocasión, a diferencia de los ataques sobre Irán en meses anteriores, Tel Aviv ha cruzado una nueva linea roja, atacando uno de los elementos más sensibles en Teherán: su programa nuclear. Los misiles israelíes han alcanzado instalaciones nucleares, así como fábricas de misiles balísticos.
Los ataques también han alcanzado objetivos como el general Hossein Salami, jefe de la Guardia Revolucionaria, considerada la columna vertebral del régimen de los ayatolás. También han muerto otros responsables militares y al menos seis científicos del programa nuclear.
Entre estos últimos está Ali Shamkhani, uno de los principales negociadores nucleares iraníes. El domingo había prevista una nueva ronda negociadora EEUU-Irán. Al asesinar a este alto cargo, Istael también dinamita las negociaciones para que el programa nuclear iraní se mantenga como civil y pacífico.
Pero no estamos ante ninguna operación «limpia» ni «quirúrgica». Los misiles israelíes han impactado contra varios edificios residenciales de Teherán, la capital, así como en Tabriz, en el noroeste del país, y Shiraz, en el suroeste. Causando la muerte de al menos nueve personas.
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Incendio en Oriente Medio.
Como era de esperar, el régimen de los ayatolás ha prometido una respuesta severa, e Israel se encuentra en estado de emergencia nacional y los teléfonos móviles han recibido alertas para que la población se ponga a cubierto ante la respuesta prometida por Teherán.
Es la dinámica de acción-reacción que busca Netanyahu para justificar una nueva escalada en los bombardeos. En ocasiones anteriores, la respuesta de Irán fue calculada y contenida, lanzando cientos de misiles y drones, pero avisando -a través de países como Jordania o Turquía- a Israel de la trayectoria, para que el Escudo de Hierro israelí interceptara la mayoría de los ataques y no se alimentara la espiral bélica. ¿Ocurrirá lo mismo en esta ocasión?
Estos ataques tienen lugar en un momento donde el poder de Irán en la región ya ha sido severamente golpeado en los últimos meses. La invasión de Líbano y los ataques con los buscas y los walkie-talkies de hace un año dejaron diezmadas las fuerzas de Hezbolá en Líbano. Pero sobre todo ha sido el colapso del régimen -prorruso pero también proiraní- de Bachar Al Assad en Sira, y su sustitución por el gobierno prooccidental del yihadista Al Golani, el que terminó de quebrar la rama principal del «Eje de la Resistencia Irán-Siria-Líbano» con el que Teherán ejercía influencia en la zona.
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EEUU esconde la mano
La administración Trump niega toda vinculación con el ataque. “Israel ha tomado medidas unilaterales contra Irán. No hemos participado en ataques contra Irán y nuestra principal prioridad es proteger a las fuerzas estadounidenses en la región”, ha señalado Marco Rubio, jefe de la diplomacia estadounidense.
Pero basta con rascar un poco para comprobar lo evidente. Un ataque de esta envergadura de Israel contra Irán siempre cuenta con el aval y el plácet, -explícito o implícito- de la superpotencia norteamericana.
Washington habia sido informada previamente del ataque, según medios israelíes. Y Netanyahu ha agradecido el papel que juega el presidente Donald Trump para frenar la carrera armamentística de Teherán.
Esta espiral de guerra, que ocurre mientras en Gaza se perpetra durante veinte meses un sangriento genocidio, tiene como perro de presa al Estado de Israel. Pero es el hegemonismo norteamericano quien lleva la batuta y quien dirige la orquesta de sus aliados y vasallos militares contra Irán. Es EEUU el que incendia Oriente Medio y agita el avispero, buscando -mediante la guerra y el caos- recuperar poder e influencia en una estratégica región donde su poder se ha resentido en las últimas décadas.