La conferencia contra el racismo de Ginebra fracasa

Irán califica de «cruel y racista» a Israel

Ya estaba todo preparado para que la cumbre fuera un fracaso. Tras el boicot de EEUU, Israel y otros cinco paí­ses y las sonoras reservas del resto de paí­ses europeos, solo quedaba que -tal y como se esperaba- el presidente iraní­ lanzara una diatriba contra el sionismo- para que todo se fuera abajo. Cuando Mahmud Ahmadinejad calificó de «cruel y racista» al Estado de Israel, más de treinta delegados, como obedeciendo a una contraseña, se levantaron y abandonaron la sala.

El motivo del boicot de EEUU y sus seis seguidores fue que las conclusiones de la anterior conferencia de Naciones Unidas contra el racismo y la xenofobia, celebrada en Durban y abandonada a medio or Washington y Tel Aviv, eran contrarias al gobierno de Israel. En Durban se aprobó que el sionismo –como corriente ideológica y política- es una forma de racismo. Tal afirmación fue eliminada de la ponencia inicial de la actual conferencia en Ginebra –por consideración de la delegación palestina, principal sufridora de tal forma de xenofobia-, así como la prohibición a la “difamación religiosa” por ser considerada por occidente como una amenaza a la libertad de expresión. Pero con ésas y todo, Washington siguió adelante con el desplante.El único dirigente de peso que iba a intervenir iba a ser Ahmadinejad, cuya saña antiisraelí es sobradamente conocida. El presidente iraní, en su defensa del pueblo palestino y en la denuncia a Israel ha llegado a negar el Holocausto nazi, así que lo de ayer se veía venir desde lejos. Cuando subió a la tribuna, de su boca salieron palabras de denuncia del atropello imperialista de EEUU y Europa contra otras razas y pueblos. El ambiente se caldeaba por momentos.Y llegó al punto que todos esperaban. Refiriéndose a las potencias occidentales, Ahmadinejad dijo: "después de la II Guerra Mundial, recurrieron a la agresión militar para convertir en desposeídos a una nación entera con el pretexto del sufrimiento de los judíos… Y enviaron a emigrantes desde Europa, Estados Unidos y otras partes del mundo para establecer un Gobierno totalmente racista en la Palestina ocupada. Y, de hecho, en compensación por las espantosas consecuencias del racismo en Europa, ayudaron a otorgar poder al régimen más cruel, represivo y racista en Palestina". Ya estaba dicho. Era la consigna esperada. Una treintena de delegaciones se levantaron de forma coordinada y desfilaron delante de la tribuna, donde el presidente iraní continuaba soltando su descarga. La tangana no terminó ahí. Partidarios de Israel disfrazados de payaso dentro y fuera de la sala increparon al iraní, llamándole “racista” y lanzándole objetos. No eran todos, otros muchos delegados aplaudieron las palabras del dirigente. El Secretario General de la ONU, Ban Ki Moon, consternado, intentaba sin mucho éxito llamar al orden. El coreano, que lamentó los incidentes, explicó luego que la ponencia era mucho más equilibrada, y reprochó al iraní sus palabras: "pretenden acusar, dividir e incitar… Su discurso hace significativamente más difícil encontrar soluciones constructivas para el problema del racismo".El tacto y la diplomacia es efectivamente algo que brilló por su ausencia en el representante de un régimen, el de los ayatolás, que no puede hacer precisamente gala de tolerancia o de haber encabezado la lucha contra la xenofobia. Pero una vez resaltado lo evidente ¿no hay verdad en su denuncia del sionismo?.El movimiento sionista –una forma particular de nacionalismo étnico nacida a finales del siglo XIX en Alemania, del mismo tronco ideológico que luego generará el nazismo- buscó desde su nacimiento el amparo de una gran potencia imperialista que apadrinara su proyecto de crear en Palestina un Estado judío. Cuando después de la I Guerra Mundial, Inglaterra se hace con los antiguos territorios otomanos de Palestina, la inmigración hebrea es ya voluminosa. La ola de antisemitismo intensifica de tal forma el éxodo a Tierra Santa, que Londres pasa a reprimirla, si bien privilegia a la minoría judía en su protectorado, al tratarse de una sociedad “europea y moderna” más apta para ser su punto de apoyo.Tras la II Guerra Mundial y el holocausto nazi, la emigración se hace masiva, y los conflictos entre árabes y judíos –que iban degenerando en choques cada vez más violentos- llegan a un punto álgido. Gran Bretaña es una potencia descabalgada del poder y no puede mantener su protectorado, y al mismo tiempo la superpotencia ganadora de la guerra, EEUU, mira con buenos ojos la causa sionista. Washington necesita un gendarme para Oriente Medio. La resolución de la ONU de crear dos Estados –paradójicamente hoy negada furibundamente por Tel Aviv y reclamada insistentemente por Ramala- es acogida por los árabes como una declaración de guerra. Ahí empieza la historia del Estado de Israel, imposible de entender sin la intervención del hegemonismo en cada momento por preservar una pieza clave de su estrategia en una zona de vital trascendencia: Oriente Medio.Los dirigentes israelíes han expulsado de sus tierras a millones de palestinos, impidiéndoles regresar. Pudieran haber creado un Estado pluriétnico, una nación de ciudadanos libres e iguales ante la ley independientemente de su religión o etnia, donde judíos y árabes pudieran conservar su identidad -o mezclarla- según el deseo de cada uno. El sionismo –como corriente ideológica y política- arremete con todo esto, buscando la pureza judía del Estado. “Una raza, una religión, un Estado”. ¿No les recuerda a nada esto?

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