El ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, tiene razón al decir que el 6 de febrero se produjo en Ceuta “una tragedia humana grande”. Ha tardado dos semanas en admitirlo con claridad y en ese lapso se han producido flagrantes contradicciones en los servicios a sus órdenes. De ellas son buena muestra los informes revelados por EL PAÍS, que dejan al descubierto la ocultación de los disparos realizados hacia las personas que intentaban alcanzar a nado la playa ceutí del Tarajal con la intención de entrar ilegalmente en territorio español.
Un país serio tiene que aclarar quién dio las órdenes para proceder así, qué medidas se toman y si este método se ha usado otras veces. El Gobierno tiene la obligación de identificar a los responsables, tanto por el empleo de medios antidisturbios que provocaron el pánico entre personas que nadaban en condiciones precarias como por el insólito funcionamiento interno que revela el encubrimiento de lo sucedido en comunicaciones oficiales.
Aclarar el porqué de lo ocurrido y la ocultación de la carga en el agua no equivale en absoluto a plantear un plebiscito sobre la Guardia Civil. Lo que no se puede hacer es mirar para otro lado cuando existe mala praxis en algún sector, y más en el caso de las fuerzas de seguridad del Estado. Al contrario, se necesita afrontar la cuestión con toda la consideración que merecen las 15 muertes añadidas a la larga lista de ahogados en los intentos de pasar desde África a Europa. Una situación indigna de comentarios como el del presidente de Melilla, que se ha permitido recomendar “un comité de azafatas” para recibir a inmigrantes sin documentos, como alternativa al criticado empleo de medios antidisturbios.
La migración clandestina hacia Europa está aumentando de manera significativa, según el organismo de control Frontex. Los países azotados por guerras, anarquía y miseria producen emigrantes, y estos prefieren travesías azarosas antes que resignarse a sufrir la situación de sus zonas de origen. Una comisión parlamentaria sería muy conveniente para definir una respuesta seria y consensuada a un problema lleno de aristas. Pero dar escarmientos de vez en cuando no aliviará la presión sobre las fronteras de Ceuta y Melilla, ni protegerá al conjunto de Europa de conflictos lejanos, pero muy reales, cuyas consecuencias llegan a las puertas de España.