El Observatorio

Industria y negocio de la cultura

Con regodeante satisfacción y una mirada llena de lujuria y codicia la portada de El Paí­s del viernes 17 de abril rotula: «Cerco al chollo de las descargas: La cultura de lo gratis sufre derrotas legales y judiciales», y a doble página en su interior, babea literalmente de gusto al afirmar: «Parecí­a imposible poner puertas al campo y penalizar la copia en Internet, pero empieza a suceder: nuevas leyes y una sentencia dan respiro al negocio cultural». Quienes no hace tanto, en nombre del progreso y la libertad, defendí­an el libre acceso universal a la cultura, ahora se han convertido en la punta de lanza de la lucha contra la gratuidad, jaleando incluso la represión policial y judicial y hasta el encarcelamiento de la gente. ¿La razón? Ahora tienen en sus manos «el negocio de la cultura».

Las razones del Gruo Prisa para lanzarse a tumba abierta a encabezar esta batalla y a tratar de involucrar en ella a creadores, artistas, intelectuales, policías, jueces, ministros y al Estado entero, son, en el fondo, muy simples y, desde luego, no tienen nada que ver ni con los intereses de la cultura, ni con los intereses de la gente, ni con el progreso ni con la libertad. Tienen que ver, exclusivamente, con el negocio. Y, secundariamente, con la influencia social y política (es decir, con el poder) que le otorga el control de ese negocio.En los últimos treinta años, el Grupo Prisa se ha convertido en el más poderoso de los grandes grupos de medios de comunicación españoles. Valiéndose de su “relación privilegiada” con el PSOE (que, no lo olvidemos, desde 1982 hasta hoy, ha gobernado el país durante 19 años), lo que comenzó siendo un simple diario, “El País”, se ha convertido en un emporio que agrupa periódicos, revistas, diarios digitales, emisoras de radio, canales de televisión y empresas publicitarias, tanto en España y Portugal como en toda Hispanoamérica.Pero, amén de este inmenso “poder mediático”, o tal vez gracias a él, el Grupo Prisa se ha convertido también en ese mismo período en un elemento muy poderoso de la “industria cultural” española, merced al enorme control que ha logrado sobre las industrias discográfica, cinematográfica y editorial (tanto sobre la producción como sobre la distribución y comercialización). En el ámbito musical (el más demandado por la gente, sobre todo los jóvenes), su posición, en íntima relación con otras multinacionales, es prácticamente de “monopolio” en el mercado de la música española. Y en cuanto al cine (las películas son el segundo producto cultural más demandado, detrás de la música), ocupa también una posición de enorme relieve en todos los ámbitos: desde la producción y exhibición (sobre todo televisiva, que es donde realmente se ve el cine español, ya que a las salas apenas va ya público) hasta en la propia Academia del Cine.Es en defensa de los intereses de esa industria cultural y en defensa de los intereses de ese impresionante negocio cultural, que mueve al año cientos de millones de euros, que el Grupo Prisa ha lanzado y sostiene esta voraz “cruzada” contra lo que, ya sin la menor vergüenza, denomina como “la cultura de lo gratis” o “el chollo de las descargas”, en ese lenguaje despectivo del que suele hacer uso cada vez que coloca algo en su punta de mira, un lenguaje que aspira, y a veces lo logra, darle la vuelta a las cosas, y hacer ver lo blanco negro.Porque, en efecto, lo que está en juego, no es “la cultura de lo gratis” como ellos dicen, sino la gratuidad de la cultura, que es muy distinto, y que es ni más ni menos que la defensa del libre acceso de todos a los bienes culturales. Algo que una fuerza progresista tiene que defender en cualesquiera condiciones y circunstancias, no sólo en nombre de la libertad y de la cultura, sino también en nombre de la “igualdad”: porque en un país en el que más de quince millones de personas ganan menos de 1000 euros al mes, teniendo que comer y pagar la hipoteca, ¿qué coño de gasto cultural pueden hacer?En su descarnada y reaccionaria lucha por incrementar los ingresos de su “negocio cultural”, el Grupo Prisa está intentando arrastrar a primera línea del combate a creadores, artistas, cineastas y músicos, haciendo tintinear en sus oídos la parte del botín que puede corresponderles si consiguen la victoria. Dejarse arrastrar a esa cenagal será, sin embargo, un desastre para ellos: al alinearse de ese lado de la trinchera buena parte de su crédito moral e intelectual y su vínculo con el público se los llevará el viento, por un simple plato de lentejas.Como se podrá intuir por lo ya dicho, esta no es una batalla sin importancia, ni una cuestión baladí: es un capítulo más, y no de los menos trascendentes, en la lucha por la libertad y contra el control que los monopolios tratan de ejercer sobre la totalidad de los bienes, sobre quién puede y quién no acceder a ellos y sobre el precio que tenemos que pagarles para engordar su cuenta de resultados y su control sobre nuestras vidas. Una batalla entre el progreso y la reacción, que tenemos que ganar.

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