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¿Incompetencia económica o lucha de clases?

Existe suficiente evidencia para afirmar de una manera firme y rotunda que las recomendaciones y recetas de la ortodoxia económica han fracasado. La austeridad fiscal y la flexibilización de precios y salarios, aderezado todo ello con una expansión monetaria, inefectiva cuando el origen de la crisis está en un proceso de sobreendeudamiento masivo, han hundido el crecimiento económico de nuestro país y del resto de Europa. El Banco Central Europeo volvió a revisar esta semana, por enésima vez, el crecimiento de 2013 a la baja, desde un modesto incremento del +0,2% a una contracción del -0,6%. La recuperación del segundo semestre ni está ni se le espera.

Las consecuencias las conocemos todos, se ha acelerado la destrucción de empleo hasta llevar a cotas históricas las tasas de paro de España y de la zona Euro; han aumentado los índices de miseria en aquellos países intervenidos, entre ellos el nuestro; y, para colmo, el volumen de deuda pública sobre PIB alcanza niveles jamás vistos, hasta el punto de que en diversos países, entre ellos el nuestro, la deuda pública y privada se encuentra en una senda dinámica explosiva e insostenible.

La pregunta es inmediata, por qué después de tanta evidencia continúan recomendando las mismas recetas. Sólo caben dos respuestas, la incompetencia estructural, o el instinto de clase. En realidad hay una mezcla de las dos hipótesis, pero el empecinamiento de la implementación de políticas fracasadas hace que la balanza se decante finalmente por la segunda. Detrás de las políticas económicas de la Troika (Fondo Monetario Internacional, Comisión Europea, y Banco Central Europeo) se encuentra la defensa de los intereses de las clases dominantes que no están dispuestas a pagar ni un solo euro de su bolsillo por los desaguisados que ellas mismas generaron.

La incompetencia económica

Los economistas convencionales no vieron venir esta crisis porque sus modelos ignoraron el papel de los bancos, la deuda privada y el dinero, aspectos esenciales de una economía de mercado, y que tienen que ser incluidos en los modelos económicos. Tratar de describir el comportamiento de una economía capitalista sin incluir los bancos, la deuda o el dinero es como diseñar un avión sin alas.

El reconocimiento de que el problema actual de la economía es la deuda privada y la insolvencia bancaria supone poner de manifiesto el vacío intelectual y el escaso soporte empírico de la mayoría de las teorías macroeconómicas y microeconómicas bajo las que las élites políticas y económicas actuales se educaron. Pura cuestión de supervivencia.

Las escuelas económicas dominantes, desde los nuevos clásicos y monetaristas trasnochados, pasando por los keynesianos de la síntesis, aún no han pedido disculpas a la ciudadanía por la falsedad de las hipótesis básicas a partir de las cuales se elaboran sus teorías y recetas, y que nos han llevado a la actual crisis sistémica. Detrás de la actual crisis económica se encuentran hipótesis de partida radicalmente falsas, como la eficiencia de los mercados, las expectativas racionales de los inversores, la exogeneidad del dinero y la ecuación monetaria de Milton, y un largo etcétera de falsedades ortodoxas.

La única escuela económica relevante que tuvo en cuenta dichas falsedades y que previó correctamente la crisis fue la escuela postkeynesiana, nada que ver con los keynesianos de la síntesis, que engloba a la mayoría de los keynesianos actuales, que al igual que la ortodoxia neoclásica abrazan sin disimulo, por ejemplo, los ajustes vía salarios. Desde el postkeynesianismo más radical, se califica a los mismos como bastardos keynesianos.

Sin embargo, si la incompetencia fuera la razón real detrás de las actuales recetas, ya habría habido un cambio de políticas, aunque solo fuera por la propia supervivencia de las élites gobernantes actuales. Por lo tanto, siendo cierta la hipótesis de incompetencia, hay algo más.

El instinto de supervivencia de las élites

El origen de la actual crisis económica y las recetas impuestas para hacer frente a la misma se encuentran en la hoja de ruta diseñada por las élites corporativas occidentales y sus apéndices políticos. Tras una larga secuencia de raquíticos crecimientos económicos, dichas élites diseñaron, a mediados de los 90, una huida hacia adelante a través de una política monetaria excesivamente expansiva que conllevó el proceso de endeudamiento y la burbuja financiera más grande la historia. Además de sostener una expansión artificial de la demanda, que sorteó la caída de la tasa de ganancia del capital, permitió, sobre todo, la financiación de un gigantesco proceso de acumulación y adquisición de riquezas por todo el globo a favor de las grandes multinacionales.

Sin embargo, la desigual distribución de la renta, junto a los límites físicos y energéticos del planeta, abortaron el intento de fuga hacia delante que supuso la burbuja financiera, que incluso las elites tecnócratas financieras, valoraron peyorativamente: «la burbuja financiera, no fue sino una vía para sortear artificialmente los limites que la desequilibrada distribución de la riqueza en el mundo», tal como afirmó el otrora gerente del FMI Strauss-Kahn.

Con la actual crisis sistémica, las élites occidentales tratan de rediseñar una nueva política económica que eufemísticamente denominan austeridad fiscal expansiva, a través de la cual, y de espaldas a los poderes democráticos, quieren recuperar sus tasas de ganancia a costa de los ciudadanos. Las elites capitalistas occidentales a base de sacrificios de los trabajadores, y de espaldas a las aspiraciones de las poblaciones del resto del mundo, quieren imponer un decrecimiento real de las condiciones de vida.

En el fondo, lo que subyace es la incapacidad política de las democracias para liberarse de la soga de las oligarquías occidentales dominantes, que se han consolidado en las últimas tres décadas tras una patológica aplicación de políticas que mejoran las condiciones de los propietarios del capital. Hoy más que nunca es necesaria una reconstrucción del poder político soberano y democrático. Serán inútiles todos los esfuerzos sino se orientan prioritariamente a conseguir que las grandes corporaciones transnacionales, que depredan sin límites el ecosistema económico y político planetario, sean controladas.

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