El president de la Generalitat, Quim Torra, acaba de llamar a “encender pacíficamente, democráticamente, no violentamente, Cataluña en las próximas semanas y meses”. Pero su Gobierno, tras sus primeros cien días de actividad, no ha tomado una sola medida que suponga un retorno al escenario de desafío abierto vivido en octubre del pasado año.
La retórica incendiaria de Torra no parece venir acompañada de fuego real. Y aquí están las dos claves que explican lo que sucede en Cataluña. Por un lado unos sectores de las élites independentistas, los representados por Puigdemont y Torra, dispuestos a perpetuar el conflicto, y que disponen del enorme poder que proporciona el control de la Generalitat. Por otro una realidad, basada en una mayoría social contraria a la ruptura, que impone límites infranqueables a sus proyectos de fragmentación.
Se nos presenta una Cataluña dividida en dos bandos irreconciliables: independentistas frente a los contrarios a la independencia. Pero suele obviarse que donde mayor y más agria es la disputa es en el seno de las fuerzas que respaldan el procés soberanista.
Lo hemos comprobado en el Congreso de los Diputados. El grupo parlamentario del PDeCAT pactó con el PSOE una moción que llamaba a “abrir un proceso de diálogo con el Govern de Catalunya en el que todos puedan defender sus ideas, aspiraciones y proyectos libremente, sin imposiciones ni impedimentos”. Pero que, a propuesta del PSOE, añadía que ese diálogo debía realizarse “en el marco del ordenamiento jurídico vigente”.
Inmediatamente, los sectores más próximos a Puigdemont en el seno del PDeCAT maniobraron para torpedear el intento, provocando que finalmente la moción fuera retirada.
Son dos posiciones sobre cómo afrontar la actual situación política en el seno de uno de los aparatos políticos claves del soberanismo. Los sectores más vinculados a la dirección de la ex-Convergencia, que prestaron sus votos para desalojar a Rajoy de la Moncloa y ahora intentan ampliar las vías de diálogo con el Gobierno socialista, y los círculos que siguen la línea encabezada por Puigdemont, que defendieron el “no” en la moción de censura propuesta por Sánchez y que colocan todas las dificultades posibles en la relación “con Madrid”, sea cual sea el Gobierno de turno.
En el otro gran partido del independentismo, ERC, las posiciones dominantes también se distancian de las aspiraciones de Puigdemont. Aún encarcelado, su líder, Oriol Junqueras, ha incrementado en los últimos días sus intervenciones en los medios para defender una línea “pragmática”, que eluda el enfrentamiento directo, que se concentre en gobernar y no en implementar la república, y que aspire a ampliar la base de masas del independentismo.
La Generalitat, con el enorme poder económico, político, social, mediático, etc, que implica está en manos de los sectores más agresivos y aventureros del independentismo, representados por Puigdemont y Torra. Esta es la peor noticia. Van a aprovechar la conmemoración del 1-O, o el juicio a los políticos independentistas presos, para generar un clima de división y enfrentamiento que puedan explotar políticamente.
Pero la realidad va en contra de sus intereses. Lo reconocen personajes nada sospechosos de “españolismo”, como Joan Tardá, que llegó a calificar de “ingenuos o estúpidos” a “aquellos independentistas que creen posible “imponer la independencia a la mitad de Cataluña que no es independentista”.
El principal problema de Puigdemont y Torra no está en Madrid sino en Barcelona. En la mayoría de catalanes que no quieren la independencia, y que se movilizan en las urnas y en las calles. Por eso el Gobierno de Torra, a pesar de las palabras de su president, no ha podido tomar ni una sola medida que apunte hacia la independencia.
Puigdemont. “Cataluña será independiente antes de 20 o 30 años”
Cuando veinte años lo es todo
En una entrevista concedida al diario flamenco Het Belang van Limburg, Carles Puigdemont afirma que volverá a pisar suelo catalán “antes de 20 o 30 años” -periodo en el prescribirían los delitos de los que le acusa la justicia española- porque considera que “Cataluña ya será independiente entonces”.
El tiempo siempre importa. El tango dice que “veinte años no es nada”, pero en política puede ser demasiado tiempo. El que lleva a Puigdemont a descartar cualquier escenario inmediato que pueda hacer posible la independencia de Cataluña.
No conviene menospreciar los peligros. Es grave que Puigdemont pueda instalarse y circular libremente por suelo europeo para maniobrar azuzando el conflicto en Cataluña.
Pero si algo se ha comprobado este último año es que España no es país que pueda desgajarse suave y rápidamente, como se hizo con Checoslovaquia.
En España no solo hay un Estado que ha dado una contundente respuesta contra la amenaza de secesión. Sobre todo hay un pueblo, en el conjunto del país y específicamente en Cataluña, que no acepta la ruptura, y cuya resistencia no han podido quebrar las maniobras de las élites independentistas.
El avance de la mayoría social progresista ha generado también unas condiciones políticas más desfavorables para las aspiraciones de los Puigdemont y Torra.
Bajo el Gobierno de Pedro Sánchez, que también despliega su iniciativa política en Cataluña, es mucho más difícil que con Rajoy en la Moncloa crear un clima de enfrentamiento permanente “con Madrid”.
Y en Cataluña también existe una mayoría cuyos intereses son contrapuestos a los de los Puigdemont de turno. En estos últimos días, hemos comprobado cómo en Barcelona los pensionistas se movilizan igual que en el resto de ciudades españolas, los sindicatos de la enseñanza amenazan con nuevas movilizaciones si el Govern de Torra no revierte los recortes en educación, los trabajadores del metro en Barcelona se lanzan a la huelga, el sindicato Metges de Catalunya exige más recursos ante un nuevo aumento de las listas de espera… Una representación, y podríamos mencionar más luchas, como la que se enfrenta a la salvaje subida de los alquileres, de la Cataluña real, la que sufre los recortes que no solo impuso Rajoy sino también los Gobiernos de Mas o Puigdemont. Y que necesita unidad para defender sus intereses.