SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

Imperio

“Cuando K llegó era noche cerrada. El pueblo estaba cubierto por una espesa capa de nieve. Del castillo no se podía ver nada, la niebla y la oscuridad lo rodeaban, ni siquiera el más débil rayo de luz delataba su presencia”

Franz Kafka, ‘El Castillo’

En España está ocurriendo estos días una cosa asombrosa. Por orden de un tribunal lejano, cuya legitimidad política y moral hunde sus raíces en el proceso de Nuremberg –esto es, en el gran drama de las dos grandes guerras europeas–, están saliendo de las cárceles una serie de criminales condenados formalmente a muy largas penas de prisión. Cada semana hay una o dos excarcelaciones.

Bajo otras circunstancias, una amnistía, un indulto general o un ablandamiento de la legislación penitenciaria mediante pacto político, esas salidas de la cárcel estarían provocando un escándalo social de gigantescas proporciones, con la consiguiente caída del Gobierno. El tribunal lejano –lejano y legítimo– ha dictado sentencia y España está acatando. Orden Europeo.

El Tribunal de Estrasburgo ha sentenciado que no es justo el endurecimiento retroactivo de las normas que regulan la redención penal. No es justa una cárcel más larga para los condenados bajo una reglamentación penitenciaria anterior, en función de la coyuntura política, los vaivenes de la opinión pública o la intensidad creciente de los ciclones mediáticos. Esa retroactividad es contraria a los derechos humanos, ha dicho el tribunal lejano. Y España ha acatado. Con mucho malhumor, está obedeciendo.

Los presos beneficiados por la sentencia, militantes de ETA y otros delincuentes que cometieron graves crímenes, van saliendo con una cadencia mediática espeluznante, que en otras circunstancias haría caer a uno, a dos y a tres gobiernos. Y España acata, sin que estalle un motín antieuropeo. Una manifestación de protesta. Una sola, en Madrid. Con más abucheos al Gobierno que gritos de protesta contra el tribunal lejano.

(La respuesta de la Audiencia Nacional, potente y singular jurisdicción del orden español, está siendo verdaderamente original. Aplicación, sin objeción alguna, de la resolución de Estrasburgo, acompañada de una rápida acción judicial contra un expresidente y un ex primer ministro de la República Popular China –Jiang Zemin y Li Peng–, previa aceptación de una demanda por genocidio en Tíbet. Hidalguía y quijotismo de los jueces de élite españoles. Si queréis jurisdicción internacional sobre derechos humanos, aquí la tenéis. Orden de captura contra la anterior plana mayor china. El Gobierno se ha quedado lívido: conflicto diplomático con la gran potencia económica de Oriente).

España obedece al tribunal lejano porque su economía depende hoy del Directorio; porque sus empresas, sus bancos y sus familias deben una cantidad extraordinaria de dinero a los bancos europeos y porque la transitiva democracia española no tiene suficiente profundidad histórica como para encararse con un tribunal que surge de la liquidación del nazismo. Esa es la realidad. El orden que nos sujeta, el Imperio Europeo, puede llegar a ser tan lejano, difuso y difícil de entender como el Castillo imaginado por Franz Kafka, pero es muy fuerte. Fortísimo.

Hay otro motivo para el acatamiento. Está a la vista. La sentencia de Estrasburgo sella la pacificación del País Vasco. España, endeudada mucho más allá de todos los límites de seguridad, podría estallar literalmente si sus dos problemas nacionales irresueltos confluyesen. En París llevan meses evaluando con preocupación esa hipótesis. Pues bien, el Orden Europeo acaba de cortar el cable rojo que podía convertir la tensión en Catalunya en detonante del País Vasco. La prudencia en los pueblos de Euskadi que estos días reciben a los excarcelados es un hecho político del todo destacable. Queda el cable azul: conductor de retóricas, de blablablás, de algunas sentimentalidades y de posibles candidaturas vasco-catalanas en las elecciones europeas.

Orden Europeo. Esta misma semana, el Parlamento con sede en Bruselas y Estrasburgo ha ratificado la prioridad del corredor mediterráneo en el mapa ferroviario continental, con una estimable prima del 20% de financiación. Hace una década, en el 2002, el gobierno de Aznar borró ese corredor del mapa de prioridades. Lo hizo a conciencia. Con el propósito fundamental de evitar una futura articulación económica de Catalunya y Valencia. El Orden Europeo, representado en este caso por un comisario estonio, ha rectificado aquella decisión del orden español, y lo ha hecho con la tozuda lógica de 1960. Ese año, el Banco Mundial le dijo al general Franco que sólo podía evitar la bancarrota apostando por el turismo, con una gran autopista mediterránea. Medio siglo después, lo mismo: endeudada hasta las cejas, España no levantará cabeza sin el Mediterráneo.

El orden imperial europeo, tantas veces confuso, laberíntico e ilegible como el castillo kafkiano, existe y traza líneas. Las elecciones europeas de mayo del 2014 serán importantísimas.

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