El Observatorio

¡Humo! ¡Mucho humo!

Las elecciones empiezan a llamar a la puerta y eso comienza a notarse porque el «ambiente» se enrarece y el proscenio polí­tico vuelve a llenarse de los personajes y las historias más peregrinas. Hace sólo tres meses, con las vascas y las gallegas, tuvimos el «affaire» Bermejo y sus cacerí­as, que supuso prácticamente la reposición de «La escopeta nacional» de Berlanga, el espionaje de «la Espe» (del que, tras la campaña, nunca más se supo) y la irrupción de una «fauna» sobresaliente, como «El Bigotes» o el «Sastre», al pairo de un proceso contra la corrupción del PP en la era Aznar, a los que se ha prolongado su «vida util» para que continúen en escena durante esta nueva campaña electoral. De modo que lo más probable es que el dilema que PSOE y PP planteen en esta campaña sea: o «votar contra la corrupción del PP» (es decir votar al PSOE) o «votar la honra del PP injustamente atacado por el gobierno». ¿Y Europa? ¿Y la crisis? ¿Y los españoles?

A estas alturas, es estúido e inutil “lamentarse” de que unas elecciones al Parlamento europeo se transformen en un mero termómetro de la correlación de fuerzas internas. De ello tiene toda la “culpa” Europa (un proyecto cada vez menos atractivo como “sujeto político”) y, sobre todo, el propio Parlamento Europeo, un organismo burocrático y castrado, sin auténticos poderes y al que ni los partidos más europeístas respetan: no hay más que leerse las listas electorales del PP y del PSOE (pero también las de los partidos franceses o alemanes) para comprobar que se trata de un listado de premios de consolación, jubilaciones anticipadas o pagos por servicios prestados. Nadie pone a sus pesos pesados en activo en esas listas. ¿Para qué, para que dormiten en Bruselas o Estrasburgo? Ante esa realidad, y en cierto modo ante la conciencia generalizada de esa “futilidad”, las elecciones europeas han acabado por convertirse en una forma de “medir las fuerzas” entre los contendientes políticos. Pero esto, que en algunos momentos puede ser irrelevante o poco notorio, y de nulas consecuencias, ha alcanzado ahora un relieve mucho más destacado por un factor en cierta forma “inesperado”: el desencadenamiento de la mayor crisis económica vivida en los últimos setenta años y el incierto futuro que todo ello dibuja en el horizonte. Las medidas adoptadas en los últimos meses por las burguesías monopolistas, concentradas en el rescate de los bancos, aun a costa de hundir a centenares de miles de empresas y mandar al paro a millones de trabajadores, se someten por primera vez a escrutinio electoral en toda Europa. Y eso abre, de alguna manera, una espita a que se cuelen algunos elementos “indeseados”: una abstención monstruosa que desvele no sólo la desafección popular hacia el proyecto europeo sino hacia el conjunto de las políticas contra la crisis; el castigo contra algunos gobiernos, que podrían quedar muy tocados; o incluso la aparición en la escena política de alternativas a la crisis ( y de fuerzas que las defiendan) que desafíen los planes fijados. En este contexto “nuevo”, las elecciones han adquirido una importancia notable. En España, es el PSOE, o más en concreto, el Gobierno de Zapatero, el que más se juega en el envite. Y no sólo como partido o como gobierno, sino ante todo porque ahora mismo es la opción predilecta de los sectores más poderosos de la burguesía monopolista española para afrontar la crisis y la que más garantías les ofrece de que la salida a ella se haga de acuerdo a sus intereses y con el menor “coste social”. Zapatero y el PSOE garantizan el rescate bancario, apoyan el fortalecimiento de los grandes grupos monopolistas (a costa del sacrificio de decenas de miles de pymes) y, al tiempo, están en condiciones de mantener la “paz social”, algo que el PP seguramente no podría ofrecerles. Un serio “revolcón” electoral el 7 de junio, una pérdida clara y neta de las elecciones (por más de 5 puntos, por ejemplo), tras la derrota de Galicia y con la soledad parlamentaria en que se encuentra ahora mismo (escenificada estos días en el debate sobre el estado se la nación y en la incapacidad de sacar adelante en el parlamento sus promesas), podría desencadenar una “crisis política” bastante grave. A impedir que esa debacle se produzca y a minimizar la brecha de una posible derrota va enfocada la totalidad de la campaña socialista, que va a intentar movilizar ante todo a su electorado con la idea de “impedir que gane el PP”. Y para ello va a apoyarse esencialmente en “la corrupción”, en los “bigotes” y “sastres”, incrementando aún más la sensación de “circo” que ya vivimos antes de las pasadas elecciones, y tratando de anular por todos los medios cualquier debate sobre su política ante la crisis. Las portadas de estos días de El País y Público (Trillo, Camps. etc.) son el preludio de lo que nos espera: ¡Humo! ¡Toneladas de humo! A ese “circo” se acabará sumando el PP, quiera o no, porque aunque intente subrayar los aspectos “negativos” de la gestión de la crisis por parte del gobierno (los cuatro millones de parados, etc.) tampoco está en condiciones de ofertar nada alternativo, como no sea medidas aún más duras y gravosas (abaratar el despido, recortar las pensiones, limitar el gasto social…). Ante esta humareda tóxica, destinada a nublar la vista y entontecer las cabezas, a intentar meter de nuevo a la gente en el dilema “PSOE o PP”, obviando los problemas reales, es preciso tomar conciencia de que estamos ante una gran oportunidad para que decenas de miles de personas puedan empezar a respirar “aire puro” y plantearse la necesidad de transitar por otros caminos.

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