Prácticamente todos han anunciado, de forma vehemente, si están a favor o en contra de una amnistía que, cuando se cerraba la edición de este periódico, todos dan por hecha pero todavía no se ha presentado.
Y en esta avalancha corremos el peligro de caer en una peligrosa confusión, el apoyo o el rechazo a la amnistía se mezcle con un mensaje tóxico de nocivos efectos.
PP y Vox, jaleados por el espectro mediático más conservador, y la irrupción no solo de Aznar sino también de González o Guerra, difunden el mensaje catastrofista de que con la amnistía esta vez sí “España se rompe”, y que las élites del procés habrían conseguido lo que pretendían.
Mienten. Se puede estar en contra de la amnistía, pero su aprobación no va a poner en peligro la unidad del país, hoy más fuerte que en 2017, cuando se aprobó la DUI en el parlament catalán. Y las élites del procés, incluyendo Puigdemont, al negociar la amnistía están asumiendo en los hechos que otro 1-O no es posible.
Pero es también una “mezcla tóxica” cuando se une el apoyo a la amnistía con un discurso que nos desarma, bajo la bandera de que es necesario para “formar un gobierno progresista” y evitar otro de PP y Vox.
No se puede aprobar nada que nos haga olvidar la gravedad del 1-O y la DUI, o que blanquee a las élites del procés
No vale cualquier amnistía. No se puede aprobar nada que nos haga olvidar la gravedad del 1-O y la DUI, o que blanquee a las élites del procés, especialmente a la “caverna de Waterloo”.
Debe quedar meridianamente claro que:
- El 1-O fue una “estafa antidemocrática”, porque quiso imponer la independencia a una mayoría que, en Cataluña y en el resto de España, la rechaza.
- Junts y Puigdemont son reaccionarios, muy pero que muy de derechas. Presentarlos como “progresistas” es un engaño.
- Una amnistía no puede ser una maniobra oportunista que solo busque conseguir los votos para una investidura.
Sobre estas tres cuestiones no puede haber confusión, se esté a favor o en contra de la amnistía.
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¿Cirugía sociopolítica?
Hoy vivimos un acalorado debate en torno a la amnistía, pero hace tres meses nadie hablaba sobre ella.
Todos la dan por hecha, unos para defenderla con vehemencia como una medida imprescindible, y otros para atacarla frontalmente. Pero los que hoy plantean esto, en un sentido o en otro, no la mencionaron cuando se celebraron las autonómicas en mayo o las generales en julio.
Y todos asumen, con una sorprendente facilidad, que la amnistía debe ser el centro sobre el que gravite la política nacional. Ocupa una enorme porción de los debates en los medios, orillando otros temas. Y mediatiza tanto la investidura tanto de Feijóo como la de Sánchez.
Pero hace cinco meses los únicos que hablaban de amnistía, con muy poco eco en los medios y escasa repercusión, eran Junts y ERC.
Esta operación, donde se ha colocado en el centro una cuestión que antes apenas preocupaba, presenta sorprendentes paradojas.
Quienes más están contribuyendo a que pueda aprobarse son algunos de los que más ferozmente la atacan. Cuando Aznar sale a gritar con la amnistía “España va a desaparecer”, muchas personas de izquierdas que dudaban pasan a apoyarla.
Y la amnistía puede también ofrecer inesperados beneficiarios.
Pedro Sánchez intenta utilizarla para construir una mayoría, en un parlamento más fragmentado, que le permita no solo ganar la investidura sino gobernar con unas mínimas garantías.
Mientras Feijóo, que hoy arremete contra la amnistía, puede cosechar algunos de sus efectos. Si Junts se integra de lleno en la vida política española, pasando definitivamente página del procés, podría alcanzar, como partido de derechas que es y como ya ha sucedido en el pasado, pactos con el PP.