Los hechos son contundentes, y hay que darles la cara. En cada una de las elecciones (europeas, autonómicas y municipales) y en todos los territorios, Podemos ha obtenido un sonoro fracaso el 26 de mayo.
En las elecciones europeas, a pesar de que han votado casi siete millones de personas más, Podemos ha perdido 556.000 votos. Es el resultado de sumar los que obtuvieron en 2014 Podemos e IU, que entonces se presentaban por separado y ahora lo han hecho de forma conjunta. La operación de “fagocitación” de IU se ha saldado con la pérdida del 20% de los votos.
En las 12 autonomías donde se han celebrado elecciones, Podemos ha perdido 860.000 votos y 68 diputados autonómicos. Quedando fuera del parlamento en Castilla La Mancha, la única comunidad donde se había alcanzado un gobierno de coalición con el PSOE, con un vicepresidente de Podemos. En Castilla-León, los diez diputados de Podemos han quedado reducidos a uno.
La valoración de los resultados de Podemos debe contraponerse al de sus máximo histórico, los resultados de las generales de 2015. Entonces, Podemos obtuvo 5,1 millones de votos, que sumados a los 900.000 obtenidos por IU dan un total de 6 millones de votos. En estas europeas han perdido 3,8 millones… ¡más del 60% del apoyo recibido hace cuatro años! Se ha dilapidado un enorme caudal de votos movilizados y radicalizados en la lucha contra el saqueo y los recortes.
Las razones de este desplome están en la línea representada por la actual dirección de Podemos. Conciliando o incluso respaldando a las élites más reaccionarias del independentismo, colaborando activamente con la degradación de España que el hegemonismo necesita para implantar sus proyectos. Pero también colocando como referencia a un militar escandalosamente norteamericano como Julio Rodríguez. O sembrando la división y el sectarismo, con la clara intención de someter a su control todo a la izquierda del PSOE.
Es especialmente significativo que en Madrid la candidatura de Errejón, abiertamente enfrentada a la dirección de Pablo Iglesias, haya obtenido más del doble de votos y casi tres veces más diputados que la de Podemos.
Esta situación tiene una doble y contradictoria lectura. Por un lado, expresa el rechazo cada vez mayor de amplios sectores de la izquierda a la línea encarnada por Pablo Iglesias. Pero, por otro, va en contra de la fortaleza del viento popular, de una mayoría social que lucha por acabar con los recortes y la precariedad.
Independientemente de la línea defendida por su dirección, la irrupción de Podemos representó a una parte, consciente y movilizada, de la mayoría progresista. Y su retroceso, como ha sucedido con la pérdida de buena parte de los “ayuntamientos del cambio”, siembra la desmovilización y el pesimismo entre importantes sectores.
Es necesario transformar este retroceso en fortaleza, en enseñanzas y en rectificaciones. Es hora de reflexionar acerca de qué objetivos, qué blancos, qué principios debe tener una izquierda que nació de las asambleas del 15M para “tomar el cielo por asalto”.