Sanchí­s Sinisterra. Director de Teatro

Homenaje Harold Pinter

Como un rinoceronte irrumiendo, más bien cabreado, en una elegante tienda de artículos de porcelana, Harold Pinter alteró con su discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura 2005, transmitido mediante una grabación en video, el solemne ambiente de la sede de la Real Academia Sueca. En tal lugar y ocasión, donde habitualmente resuenan bellas y sutiles palabras en torno a los logros del espíritu humano, el dramaturgo británico habló de viles mentiras políticas y de atroces matanzas perpetradas contra civiles inocentes en diversas zonas del mundo. O sea: de la política exterior norteamericana, en particular durante el mandato de Bush (pero no sólo), y del sumiso seguidísimo del laborista Tony Blair.Muchos tildaron su discurso de inoportuno y demagógico, fuera de contexto en un acto concebido para reconocer el valor de su obra literaria, la indiscutible contundencia de su dramaturgia, sin duda una de las más influyentes en el teatro del siglo XX. Pero él se había anticipado a tales críticas, al anunciar que iba a hablar de la verdad, de la verdad en su teatro y en su posición como ciudadano. Y si es cierto que en sus obras predominan la ambigüedad, la incertidumbre y lo inverificable de las conductas y las palabras humanas, si es evidente que su teatro explora lo que hay detrás de las apariencias, sin revelarlo nunca de un modo inequívoco, no menos cierto es que su conducta como ciudadano ha sido siempre, y más rotundamente a partir de su consagración como dramaturgo, de una transparencia clamorosa.Cuando, con ocasión de sus visitas a Barcelona, durante el ciclo de montajes, lecturas y actividades diversas que organizó la Sala Beckett bajo el título de Otoño Pinter (1996-97), se le reprochaba amistosamente su escasa producción dramática de los últimos años, él respondía: “No tengo tiempo de escribir teatro. Ni lugar: mi mesa de trabajo está literalmente cubierta de documentos sobre violaciones de los derechos humanos en el mundo. Y esa es ahora mi principal ocupación.”Hoy, cuando la enfermedad que le impidió estar presente en la Academia Sueca ha consumado su fatal propósito, no podemos menos que admirar esta lúcida paradoja que articula tan estrechamente su obra y su vida: un teatro repleto de sombras, para instigarnos a desconfiar de las evidencias, a aceptar el misterio, y una acción civil inequívoca, para inducirnos a reclamar la verdad. Una y otra vez. En todas partes.

Deja una respuesta