El enviado de EEUU aterriza en Afganistán

Holbrooke en el avispero de la ira

«Jamás en mi vida he visto un lí­o semejante», reconoció Richard Holbrooke en la cumbre de Munich ante las delegaciones de Afganistán y Pakistán «Seamos claros. El teatro de esta lucha es Afpak.» -continuó diciendo el enviado especial de la Casa Blanca para Afganistán y Pakistán- «No lo digo por ahorrar sí­labas, sino para fijar en nuestras mentes que no se trata sólo de Afganistán, sino que estamos ante un único escenario de combate dividido por una frontera mal trazada, a un lado de la cual podemos actuar mientras que en el otro no. Y en éste tienen sus bases nuestros enemigos». Hoy, cuatro dí­as después de estas reveladoras palabras, Richard Holbrooke ha aterrizado en Afganistán para tratar de primera mano la complicada situación del paí­s de Asia Central.

Los talibanes dieron ayer una sangrienta bienvenida al mediador imerial. Siguiendo el modus operandi de Bombay, un comando de ocho integristas armados con fusiles de asalto, granadas y cinturones de explosivos asaltaron tres edificios gubernamentales -los ministerios de Justicia, Educación y una oficina del departamento de prisiones-, en el céntrico y fortificado distrito de Jair Jana, en la capital, Kabul. El ataque sin precedentes –con 20 muertos y más de una cincuentena de heridos- hizo que el ministro de Interior, Mohamad Hanif Atmar tuviera que reconocer en rueda de prensa que la insurgencia taliban “aún tiene la habilidad de transportar armas y explosivos a Kabul, lo cual es una gran causa de preocupación”. Horas después otros dos atentados suicidas en el este y el oeste de Afganistán mataron a dos efectivos de seguridad locales.La situación se le escapa de las manos a las tropas norteamericanas como arena de los dedos. La insurgencia afgana gana fuerza y controla de facto al menos diez provincias del país, y ni la capital es ya una zona segura. Los dirigentes locales se han visto a retrasar los comicios presidenciales hasta agosto, fecha en la que esperan que un mayor número de tropas ocupantes puedan garantizar su propia ya augusta seguridad. El recrudecimiento de la situación en Afganistán hace que tanto el presidente, Jamid Karzai, como el general Petraeus y Holbrooke se planteen un cambio de táctica. Al mismo tiempo que un sustancial aumento de tropas, para lo cual Obama ya está reclutando el generoso envío de tropas de sus aliados, los estrategas norteamericanos consideran fundamental tratar de ganarse a una parte de la población y atenuar la presión de la bota militar sobre los civiles. Los continuos arrestos arbitrarios, las víctimas civiles, los bombardeos indiscriminados y demás prácticas habituales de los soldados norteamericanos han alentado –como no podía ser de otra manera- el odio y la desconfianza entre los afganos, arrojando a grandes sectores populares en manos de los talibanes.En Munich, Petraeus anunció el cambio de táctica. "En Afganistán hacen falta más tropas, más medios, más coordinación. Pero eso no es suficiente. (…) Tenemos que entender qué sectores de la población pueden reconciliarse y cuáles no. Con los primeros, hay que intentar que se conviertan en parte de la solución, en lugar de parte del problema". Anunciando la disposición del Pentágono a buscar cipayos entre el pueblo afgano, Petraeus aseguró que "el imperativo es proteger a la población, establecer contactos con ella, con los líderes locales, ser buenos vecinos, conocerles, para separar a los buenos de los malos, garantizar elecciones no violentas, y ganar también la batalla de los titulares de prensa". Pero las cosas no pintan bien para la potente máquina militar norteamericana, que después del paseo militar de 2001 han visto como la insurgencia taliban iba lenta pero inexorablemente recuperando posiciones, convirtiéndose en un silencioso y difuso enemigo presente en todas partes y en ninguna. Ya muchas cabezas en el Pentágono consultan con ahínco los informes militares de la invasión soviética, -contra la que Washington financió y armó la insurgencia islámica- para descubrir con horror la ironía de la Historia y lo bien que los barbudos aprendieron la lección.

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