Opinión

Hay que atreverse

Cuentan que cuando la censura del franquismo “asó revista” a “El Verdugo” de Berlanga, metió tijera a una escena en la que se abría un plano general sobre la Gran Via. Al preguntar la razón del corte se contestó que cualquier director podría haber rodado esa escena y no hubiera pasado nada, pero que conociendo a Berlanga era capaz de dejar amanecer y rodar a cuatro curas saliendo de un club. Cuentan también que cuando Berlanga se enteró, confesó que lo que más le había dolido no era la censura, sino el hecho de que esa idea no se le hubiera ocurrido a él. Pero quizás, una de las anécdotas más sencillas y poderosas sea “la del entierro”, como una escena rodada por él. Se abre plano: dos conocidos permanecen plantados ante el cadáver del amigo común. El uno intenta recordarle al otro el momento en el que se conocieron, sin dejar de mirar al cuerpo presente. El otro abrumado por las constantes ocasiones en las que, por su fama, le abordan sin poder recordar de qué conoce a esa gente, se sincera: “mire, yo ahora me limito a preguntar, ¿qué, resolviste aquel problema tuyo?”. El uno, arqueando las cejas contesta con otra pregunta: “y ¿funciona?”. A lo que el otro responde cerrando la conversación: “no siempre”. Se dice que la Academia está a punto de incluir el término “berlanguiano” para definir situaciones que solo el propio universo del autor es capaz de dar coherencia o todo lo contrario. Porque su propia vida era berlanguiana o su presencia lo buscaba. La fuerza de un bisturí cinematográfico como el suyo es ya universal, capaz de retratar la España de los 50 y 60 rozando el esperpento y capturando la verdad. Seguramente sea el momento de rendir homenaje a su cine aprendiendo de él. Mientras una parte de la industria cinematográfica se preocupa por la técnica y los medios que les permitan competir, y en todo caso, ocupar el espacio que les corresponde en el mercado por utilizar “las claves” necesarias, los espectadores y cinéfilos seguimos preocupados por las entrañas del guión y el manejo de las escenas. Aquellas escenas corales que con maestría manejaba Berlanga, sometidas a un guión cuidado hasta en los más pequeños detalles simbólicos, son agua de mayo cuando pueden encontrarse, aunque sea en guiños, en nuestro cine, hoy en día. No se trata de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”, sino de que, después de Buñuel, seguramente Berlanga fue el mejor. Ahí hay, no solo un genio, hay un tipo de cine del que puede aprenderse e intentar mejorarlo. Quien se atreva.

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