Ha muerto Fidel Castro, pero la obra que encabezó vive y avanza. No se puede valorar al personaje sin hacer primero un balance de la significación histórica de la revolución cubana, de su impacto en el mundo hispano y en todo el planeta. Hoy, 57 años después de la entrada de los barbudos en La Habana, el pueblo cubano ha triunfado y con él la revolución en América Latina y en el mundo; por el contrario el hegemonismo norteamericano ha fracasado en su política de bloqueo y acoso contra Cuba.
Todos los medios de comunicación del planeta hablan de la muerte del dirigente cubano: ríos de tinta, toneladas de rotativos, miles de horas de informativos para hablar de él y de Cuba, para atacarlo o ensalzarlo, para intentar enterrar definitivamente su figura y a la revolución, o para cerrar filas con el dolor del pueblo cubano. ¿Por qué tiene tanta importancia Castro y una pequeña nación caribeña?. Porque -sus enemigos lo saben y los revolucionarios también- la revolución cubana tiene una significación planetaria. Su triunfo, resistencia y avance son uno de los grandes acontecimientos de nuestra época, en especial para los pueblos del mundo hispano.
No podía ocurrir. Era impensable, imposible, nadie lo esperaba. Pero amaneció. En 1959 la revolución de los barbudos -el Movimiento 26 de Julio, encabezado por Fidel y Raúl Castro, Ernesto ‘Che’ Guevara y Camilo Cienfuegos- triunfaba en Cuba, poniendo fin a 70 años de miseria, corrupción y opresión semicolonial al servicio del poderoso gigante del Norte. Una pequeña nación caribeña de 11 millones de habitantes, sin más fuerza que la de su propio pueblo, derrocaba al régimen títere de Batista a apenas 100 km de las costas norteamericanas, en el momento en el que la superpotencia estaba en el cenit de su ascenso, mucho antes de que la derrota de Vietnam la colocara a la defensiva.
Todo había empezado cuando los tripulantes del Granma saltaron a la arena. Fueron tiroteados, perseguidos y dispersados, y apenas 20 pudieron hacerse fuertes en Sierra Maestra. Allí se ganaron el apoyo de los campesinos, forjando a partir de sus propias fuerzas una fuerza de combate. En tres años de sangre y balas, de tenacidad y heroísmo indoblegable, el pueblo cubano dirigido por Fidel Castro conquistaba su independencia nacional, demostrando ante el mundo entero que se puede tomar el cielo por asalto en las barbas del emperador, sin más armas que la férrea organización y la firme voluntad.
Aquello no podía resistir, no podía mantenerse ante el gigantesco poder de Washington. Era imposible, insostenible. Pero ocurrió, y sigue ocurriendo. El pueblo cubano resistió el intento de invasión de Bahía de Cochinos, resistió 50 años de bloqueo, injerencias, espionaje, sabotaje y terrorismo. Resistió cuando toda América Latina era el patio trasero del Tío Sam, cuando la revolución de los pueblos hispanos era ahogada en sangre por Washington con Planes Cóndor, con Pinochet y Videlas, con sótanos de tortura, desaparecidos y escuadrones de la muerte.
Nada de eso doblegó al pueblo cubano, henchido de resistencia y patriotismo numantino, ni detuvo su avance. Al contrario, acabó por contagiarse. La revolución cubana es la madre y la maestra reconocida del avance del Frente Antihegemonista Latinoamericano que ha arrancado de las garras del Tío Sam a más de la mitad del continente, de los procesos revolucionarios, progresistas y soberanistas de Venezuela, de Bolivia, de Ecuador, de Nicaragua, pero también de Brasil, de Argentina, de Uruguay, de Paraguay, de Honduras o El Salvador, de México… Todos los pueblos latinoamericanos están en deuda con Cuba, con los barbudos y con su comandante.
El hegemonismo norteamericano -y así lo tuvo que reconocer la propia administración Obama- ha fracasado en su política de 5 décadas de bloqueo, y ha tenido que desistir de ella. Claro está que Washington no va a desistir en su empeño por intervenir en la isla y de hacer que vuelva al redil imperialista. Pero se va a enfrentar no sólo a los Castro, sino a un pueblo que lleva más de un siglo demostrando una indoblegable voluntad de lucha por su independencia.
La dignidad y la independencia están grabadas a fuego en el alma cubana. Incluso cuando Fidel Castro cometió el inmenso error de poner a la isla en la órbita soviética y convertir al régimen en un peón de su estrategia imperialista, Cuba no fue nunca un títere y conservó un notable margen de autonomía, fruto de que su liberación era obra de sí misma. Por eso cuando cayó felizmente el bloque soviético, la revolución en Cuba persistió y salió adelante.
Más allá de sus luces y sus sombras, de sus triunfos y sus errores, esa firmeza por conquistar y preservar a toda costa la independencia y la soberanía de Cuba, de luchar a toda costa contra el Goliath imperialista por adversas que sean las condiciones, es la más valiosa enseñanza que la revolución cubana ha regalado a los pueblos del mundo, y muy en especial al mundo hispano.
Todo eso es obra de un pueblo, pero un pueblo dirigido por hombres de talla histórica. De hombres como el comandante Fidel Castro. Los hombres pesan en la historia tanto como las obras que hacen. La revolución cubana sigue adelante, así que Fidel no ha muerto en realidad.
Seguiremos adelante. Hasta siempre, comandante.
Anónimo dice:
Vamos,no me jodais con el Fidel,que mucho socialismo y bla bla bla,pero era de los hombres más ricos del mundo,mientras que en Cuba pasan hambre
Será un aliado anti-hegemonista pero de socialista no tenía un pijo
Anónimo dice:
y que nos sirva a todos los revolucionarios de leccion es un muy buen legado lo que nos deja fidel castro y toda cubade mostrando como hay que seguir y continuar ,por muchos imperialistas que ayan se pueden derrotat persistiendo y con organizacion y linea politica esto lo decide todo si la linea es coherente y consecuente se ara que la sigan miles y millones de personas ,como dice mao tse tung el imperialismo tiene los pies de barro y caera .