Que la cumbre de la OTAN en Madrid coincida con el 40 aniversario del ingreso de España en la Alianza no es ninguna coincidencia. Tanto Bruselas como el gobierno de Pedro Sánchez han buscado unir ambas cosas. En 1982, Calvo Sotelo metía de tapadillo y con nocturnidad a nuestro país en la alianza militar de EEUU. Cuatro años después, el gobierno de Felipe González tuvo que convocar un referéndum y ganarlo a base de trampas y chantajes.
Esta es la historia de cómo España acabó diciendo sí a la OTAN.
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Hace pocas semanas, la ministra de Defensa, Margarita Robles acompañada del JEMAD presentaba en Madrid el libro ’40 años de participación activa de España en la OTAN’, como parte de los actos de cara a la Cumbre que se celebrará en Madrid el 29 y 30 de junio. En el acto, un sinfín de elogios presentaban una narrativa de «éxito y compromiso» de nuestro país en la OTAN.
A nadie puede sorprender que cualquier ministro de Defensa en España, sea del color que sea, ensalce con ardor la pertenencia de España en la OTAN. Es una especie de «línea roja no escrita» para cualquier titular de Defensa, pero también para cualquier inquilino de la Moncloa, incluso para la práctica totalidad de las fuerzas parlamentarias. En la vida política española no faltan los enfrentamientos casi ante cualquier tema, pero que España debe estar encuadrada política y militarmente con la superpotencia norteamericana es algo que «no puede ni debe cuestionarse». Es el tabú número uno de la política española.
Y sin embargo, hace 40 años esto no era así, en absoluto. En torno al ingreso de España en la OTAN se libró una de las más disputadas luchas políticas y una de las movilizaciones populares más importantes de la historia del régimen democrático. Una batalla que muchos -a derecha y a izquierda- intentan ocultar tras una tonelada de propaganda narcotizante.
1980: “España debe fijar día y hora…»
Las raíces del impulso que acabó con el ingreso de España en la OTAN no están en nuestro país, sino en las montañas de Afganistán. En diciembre de 1979, el socialimperialismo soviético invade este país centroasiático, poniendo en cuestión el Status Quo de la Guerra Fría y haciendo que el enfrentamiento entre las dos superpotencias de un salto prebélico. En EEUU, la línea Carter es defenestrada y una administración mucho más agresiva -la de Reagan- ocupa su lugar en la Casa Blanca.
Esto tiene una consecuencia inmediata para España. El proyecto principal del hegemonismo norteamericano para nuestro país -que durante la década de los 70 había sido la Transición y el cambio de régimen- pasa a ser otro. «España debe fijar día y hora para su entrada en la OTAN», dijo entonces el secretario de Estado Alexander Haig. El ingreso de España en la Alianza, que Adolfo Suárez había pospuesto en aras del consenso con la izquierda, pasa a ser un apremiante imperativo de Washington, y la contradicción de primer plano de la vida política española.
En los 80, el ingreso de España en la OTAN pasa a ser un apremiante imperativo de Washington.
Tres líneas en la izquierda
Ya en 1980 Unificación Comunista de España lanza en solitario la campaña para exigir que el ingreso de nuestro país a la OTAN sea sometido a un Referéndum. Se busca golpear en el punto más débil del proyecto del hegemonismo norteamericano. meternos en la OTAN con la oposición mayoritaria del país. Y se perfila con una línea claramente antihegemonista, contra las dos superpotencias -“Por la paz, la neutralidad y la independencia nacional” ¡Ni Yanquis Ni Rusos!”– y con una orientación de unir todo lo unible (“de lo social a lo político, de la derecha a la izquierda”). Trabajando conjuntamente con el CDS, el partido de Suárez, o buscando el apoyo de sectores de la iglesia.
Esta línea se opuso a otras dos en el seno de la izquierda. Una proyanqui y otra prosoviética.
La primera se desarrolla en las filas de un PSOE que ya desde Suresnes es un aparato al servicio de Washington. En 1981, pocos meses después de que Tejero entrara en el Congreso, la lucha contra la entrada en la OTAN se redobla. En un mitin tras una gigantesca manifestación -con casi 300.000 personas- en Ciudad Universitaria, Felipe González se compromete con un referéndum sobre la entrada en la OTAN. Esta fue una de las medidas estrella que permitieron al PSOE arrollar en las generales de 1982.
Y también fue una de las primeras traiciones del gobierno de González. Porque poco tiempo después, ya en la Moncloa, el PSOE pasaría del «OTAN, de entrada no»… al «OTAN, de salida tampoco». Mientras la campaña por el Referéndum de la OTAN cobra una enorme extensión e intensidad, Felipe González se va a revelar como un acérrimo atlantista. Cuando Reagan visita España en mayo de 1985, le reciben movilizaciones masivas de un millón y medio de personas en todo el país.
Al final, y obligado por la presión de la calle, González cede y convoca el referéndum. «Un error serio, serio», diría él mismo años después. Y vuelca todo su prestigio político en defender el SI, lanzando una maquinaria de propaganda plagada de «trampas y chantajes». Consciente de que no podría ganar el referéndum en condiciones normales, el PSOE presentó la entrada en la OTAN como el pago inevitable para permitir la entrada de España en el Mercado Común, en “la Europa democrática”. Utilizando los medios públicos y privados de forma vergonzosa a favor del Sí. Incluso, en plena jornada de reflexión antes de las urnas, González amenazó con dimitir si ganaba el No.
El PSOE pasaría del «OTAN, de entrada no»… al «OTAN, de salida tampoco».
Pero hubo otra izquierda que también contribuyó a la derrota del NO, y que actuó desde las propias filas anti-atlantistas. El PCE, que se opuso con todas sus fuerzas a dar un contenido antihegemonista de “ni yanquis ni rusos”, y a unir “de lo social a lo político y de la derecha a la izquierda”, dividió y debilitó a las fuerzas del pueblo. Radicalizando el movimiento, impidiendo con ello que pudieran unirse muchos sectores patrióticos y democráticos. E imponiendo una orientación prosoviética, que iba desde el silencio vergonzante a considerar a Moscú garante de la paz mundial. Al separar el movimiento anti-OTAN de las masas, prestó un gran servicio a los planes de González… y de Washington.
El referéndum y sus resultados.
Así con todo, el 12 de marzo de 1986 se celebró el disputado Referéndum sobre la permanencia de España en la OTAN, con una pregunta que el gobierno de González diseñó con un maquiavélico tiralíneas. La papeleta decía así:
«El Gobierno considera conveniente, para los intereses nacionales, que España permanezca en la Alianza Atlántica, y acuerda que dicha permanencia se establezca en los siguientes términos:
1.º La participación de España en la Alianza Atlántica no incluirá su incorporación a la estructura militar integrada.
2.º Se mantendrá la prohibición de instalar, almacenar o introducir armas nucleares en territorio español.
3.º Se procederá a la reducción progresiva de la presencia militar de los Estados Unidos en España.
¿Considera conveniente para España permanecer en la Alianza Atlántica en los términos acordados por el Gobierno de la Nación?»
La participación fue del 59,42% El SI obtuvo un 56,85% de los votos (un 30% del censo), imponiéndose sobre el NO, que logró un 43,15% de las papeletas.
De esta manera, con esta intrincada pregunta -atravesada con tres «compromisos»- el gobierno de González logró el triunfo del «SÍ» aunque por un estrecho margen de poco más de 13 puntos. Sin embargo, el «NO» triunfó en cuatro comunidades: Cataluña, País Vasco, Navarra y Canarias.
Las promesas con las que se llamó a votar SI a la OTAN eran una trampa y una estafa
Promesas estafadoras
Las promesas con las que se llamó a votar SI a la OTAN eran una trampa y una estafa, y González y Washington sabían que no se iban a cumplir. Durante los siguientes años se fueron violando, una a una. Ocho días después del referéndum, España era miembro de pleno derecho en el Grupo de Planes Nucleares, y un mes después firmaba ya los comunicados del Comité de Planes de Defensa y del Consejo Atlántico.
¿Y las bases norteamericanas? No sólo no se han desmantelado ni reducido, sino que se han ampliado y han subido de rango en el diseño global del Pentágono. La base de Morón es la sede del AFRICOM, el cuerpo de Marines para la intervención en Africa. Y la base aeronaval de Rota -una de las más grandes del mundo fuera de las fronteras norteamericanas- es la sede del Escudo Antimisiles, y es la base desde la que se lanzan las operaciones militares contra Oriente Medio, y por ella desfilan, sin control ni autorización previa, naves y submarinos con cabezas nucleares.
Esta es la historia de «éxito y compromiso» que nos presentan como balance de 40 años de pertenencia a la OTAN. Cuatro décadas en los que nuestra independencia y soberanía han sido secuestradas, y en las que España está más encuadrada que nunca en los planes de la superpotencia norteamericana, la principal fuente de guerra e intervención del planeta.
Carlos dice:
Muy bueno
Os pongo un estracto del libro «la CIA en España», muy cachondo (vamos, que lo pongo en una página web y cuando me doy cuenta… que me lo han censurado, que ya hay que ser idiota, porque es de Internet). Como decían en el Pentágono «España nos interesa, aunque Franco apeste»
En 1947, cuando se crea la Agencia, con el mundo dividido en dos bloques antagónicos, el asunto ya está muy claro: los norteamericanos deciden mantener al Caudillo bajo palio y utilizar sin trabas el suelo español como plataforma militar.
Comienza la captación de oficiales del Ejército franquista para servir al poderoso aliado estadounidense.
Por otra parte, los norteamericanos mantienen hilo directo con Laureano López Rodó y apoyan también la Operación Lolita, que prepara a Juan Carlos de Borbón para suceder al Generalísimo. Inmediatamente después de subir al trono, el primer viaje oficial del monarca le lleva a Estados Unidos, donde recibe el espaldarazo del Imperio.
El rey mantiene siempre excelentes relaciones con sus mentores del otro lado del Atlántico. Colabora con ellos en la entrega del Sahara a Marruecos, cuando todavía es el «heredero» designado por Franco, y después presiona desde La Zarzuela a los sucesivos gobiernos de la Transición para que España se acomode definitivamente en el seno de la OTAN. A cambio, obtiene respaldo político y prebendas personales.
A finales de los cincuenta, los servicios de Estados Unidos «tocan» a jóvenes socialistas para tenerlos como permanente fuente de información sobre las actividades de la oposición comunista. Carlos Zayas. Joan Raventós o José Federico de Carvajal son algunos de ellos. Otro socialista de postín que mantiene relaciones con los servicios norteamericanos es el actual Defensor del Pueblo, Enrique Múgica, quien, por su ascendencia judía, también goza de buenos contactos con el Mossad israelí.
Múgica y Raventós participan en la reunión que se celebra en 1980 en casa de Antoni Ciurana, alcalde de Lérida, en la que Armada tantea la opinión del PSOE (Partido Socialista Obrero Español) sobre la «reconducción» que desembocará en el 23-F. Y sólo dos días antes del asalto de Tejero al Congreso, el comandante Cortina, del CESID (Centro Superior de Información de la Defensa), muy vinculado a los servicios norteamericanos y uno de los principales coordinadores del golpe, visita al embajador de Washington en Madrid, Terence Todman, para que dé su visto bueno a la operación.
La misma mañana del 23 de febrero, el sistema de control aéreo norteamericano, a través de la estación central de Torrejón, anula el Control de Emisiones Radioeléctricas español, mientras los pilotos de las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos permanecen alerta en las cuatro bases «de utilización conjunta». El secretario de Estado, Alexander Haig, declara que el golpe «es una cuestión interna» española