Guerra monetaria: poca acción, mucha hipocresí­a

«Casi siempre, las crisis financieras conducen irremediablemente a crisis fiscales de los Estados. Como medida para paliar el déficit, los estados se imponen drásticas medidas de ahorro, lo cual termina estrangulando la demanda y hace crecer el peligro de una nueva recesión. Los bancos emisores mantienen sus tasas de interés en cero o casi en cero y el capital busca lugares con mayores tasas. Y esos lugares son los paí­ses en ví­as de desarrollo, que crecen dos o tres veces más rápido que los paí­ses industrializados. Pero las nuevas estrellas no se sienten realmente felices en ese rol, ya que registran, en parte, un flujo masivo de capitales, lo cual presiona a sus divisas a un aumento de su valor nominal»

Todos estos son indicios de una única enfermedad: el dólar se devalúa frente al resto del mundo. Cada vez menos inversionistas arecen estar convencidos de que los EEUU estarán en condiciones de pagar la cuenta por sus décadas de consumo en base al préstamo. Sólo China trata, por medios dirigistas, de evitar una revalorización del yuan. Y no para hacer de chivo expiatorio. Es que no considera que haya llegado el momento de una revaluación. Todos los programas estatales de China sirven a un solo fin: el desarrollo de una vasta clase media con gran poder adquisitivo, el refuerzo de la demanda interna, para no seguir siendo exclusivamente dependiente de la exportación. Pero eso no se logra en un día. (DEUTSCHE WELLE) DIARIO DEL PUEBLO.- Estados Unidos y China han encontrado que tienen algo en común últimamente, luego de que la Oficina de Censo de EEUU anunciara que el año pasado la brecha de ingresos entre los ciudadanos más ricos y más pobres de los EEUU fue la más amplia de su historia reciente. El 20 por ciento del sector de mayores ingresos en EEUU, es decir, los que perciben más de 100.000 dólares por año, recibieron el 49,4 por ciento de toda la renta generada en el país, comparados con el 3,4 por ciento recibido por el 14,3 por ciento de los estadounidenses por debajo del umbral de pobreza. En China, la brecha de ingresos en rápida expansión ha desatado la voz de alarma en múltiples ocasiones. El economista jefe del Banco Mundial Justin Yifu Lin ha advertido que disminuir la brecha en los ingresos es el mayor desafío del país. Alemania. Deutsche Welle Guerra monetaria: poca acción, mucha hipocresía Rolf Wenkel Las turbulencias monetarias y conflictos por el curso de divisas caracterizaron la última reunión del Fondo Monetario Internacional, pero las propuestas fueron superficiales y parcializadas, opina Rolf Wenkel. Los temas centrales de la asamblea del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial en Washington deberían haber sido el desarrollo de la economía mundial luego de la recesión global, la regulación y control de los mercados financieros, la reducción de los déficits fiscales y de los desequilibrios comerciales a nivel global. Pero el miedo a una posible “guerra de divisas” desplazó casi todo a un segundo plano. El encuentro anual del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial en Washington ha producido dos supuestos vencedores por puntos. El ministro de Finanzas estadounidense, Timothy Geithner, parece haber logrado presentar la política monetaria china como única causante de las desigualdades globales y de las turbulencias en los tipos de cambio. Y el jefe del FMI, Dominique Strauss-Kahn, pudo ponerse en escena a sí mismo y al organismo que representa como salvadores del sistema monetario internacional. Algunos periódicos franceses ya escriben que Strauss-Kahn podría, si quisiera, remplazar a Nicolas Sarkozy y ser el próximo presidente francés. Pero, como sucede en las victorias por puntos, no lograron convencer a todos los observadores. Porque ni China es el único causante de los desequilibrios globales y de las turbulencias monetarias, ni los bomberos internacionales del FMI han sido automáticamente llamados a organizar un nuevo orden monetario mundial. Una dotación de bomberos está para combatir incendios. Pero las reglas y las leyes de protección ante siniestros las tienen que crear otros organismos. Por ejemplo, los 20 países industrializados y en vías de desarrollo cuyos representantes se reunirán en este próximo noviembre de 2010 en Corea del Sur. Tres años después del estallido de la crisis económico-financiera global, en Washington aún pueden palparse sus consecuencias, esta vez en el frente monetario. Si bien se han podido suavizar relativamente las consecuencias de la crisis y poner coto a la fase de recesión global, gracias al trabajo conjunto ejemplar del G20 y de sus resoluciones de Londres, Pittsburgh y Toronto, recién ahora se decanta cuán alto es el precio que deben pagar los gobiernos: hay amenaza de una recaída en las jugadas nacionales individuales y en el proteccionismo. La expresión “guerra de divisas” circula en boca de todos. Y eso no es mera casualidad. Casi siempre, las crisis financieras conducen irremediablemente a crisis fiscales de los Estados. Ya que las altas cuotas de desempleo, los paquetes de rescate y los programas coyunturales hacen explotar la deuda pública. Como medida para paliar el déficit, los estados se imponen drásticas medidas de ahorro, lo cual termina estrangulando la demanda y hace crecer el peligro de una nueva recesión. Los bancos emisores mantienen sus tasas de interés en cero o casi en cero y el capital busca lugares con mayores tasas. Y esos lugares son los países en vías de desarrollo, que crecen dos o tres veces más rápido que los países industrializados. Entonces, esos países son celebrados por el FMI como los nuevos motores del crecimiento global. Pero las nuevas estrellas no se sienten realmente felices en ese rol, ya que registran, en parte, un flujo masivo de capitales, lo cual presiona a sus divisas a un aumento de su valor nominal. Brasil tuvo que accionar, hace poco, el freno de emergencia. Introdujo controles de circulación de capital y aumentó el impuesto al flujo de capital extranjero. Otros países están a punto de seguir este ejemplo. Pero el malestar crece, y no sólo en los países en vías de desarrollo. En septiembre, Japón intentó, por primera vez en años, detener el alza del yen con compras masivas de dólares en el mercado de divisas. Y el euro, cuya muerte había sido pronosticada por muchos, aumentó tanto frente al dólar que el jefe del Eurogrupo, Jean-Claude-Juncker, habló en Washington de una moneda comunitaria “sobrevaluada”. Todos estos son indicios de una única enfermedad: el dólar se devalúa frente al resto del mundo. Cada vez menos inversionistas parecen estar convencidos de que los EEUU estarán en condiciones de pagar la cuenta por sus décadas de consumo en base al préstamo. Sólo China trata, por medios dirigistas, de evitar una revalorización del yuan. Y no para hacer de chivo expiatorio. Es que no considera que haya llegado el momento de una revaluación. Todos los programas estatales de China sirven a un solo fin: el desarrollo de una vasta clase media con gran poder adquisitivo, el refuerzo de la demanda interna, para no seguir siendo exclusivamente dependiente de la exportación. Pero eso no se logra en un día. Si mañana se liberase el yuan, el dólar probablemente se devaluaría de un 10 a un 40 por ciento frente a la moneda china. Y que, con ello, las reservas de divisas de China disminuirían su valor en un 40 por ciento sería el problema menor. Lo peor es que miles de empresas de exportación se declararían en quiebra y millones de personas caerían en el desempleo. Si el gobierno quiere evitar conflictos sociales, no puede permitirlo. China quiere revaluar su divisa y la revaluará. Pero no permite que nadie le dicte a qué velocidad y en qué medida. Y mucho menos un ministro de economía estadounidense, que observa con calma cómo se quejan los brasileros, los japoneses y los europeos de la fuerza de sus respectivas monedas. Visto de ese modo, las advertencias de una carrera mundial por la devaluación suenan hipócritas. Sobre todo, si vienen de EEUU. DEUTSCHE WELLE. 12-10-2010 China. China Daily China y EEUU comparten impacto por brecha de ingresos Chen Weihua Estados Unidos y China han encontrado que tienen algo en común últimamente, luego de que la Oficina de Censo de EEUU anunciara que el año pasado la brecha de ingresos entre los ciudadanos más ricos y más pobres de los EEUU fue la más amplia de su historia reciente. El 20 por ciento del sector de mayores ingresos en EEUU, es decir, los que perciben más de $100.000 por año, recibieron el 49,4 por ciento de toda la renta generada en el país, comparados con el 3,4 por ciento recibido por el 14,3 por ciento de los estadounidenses por debajo del umbral de pobreza. La relación de 14,5 a 1 hace de EEUU el país con mayor brecha de ingresos del mundo industrializado occidental y representa una tendencia cada vez mayor, pues la proporción fue de 13,6 en 2008 y 7,69 en 1968. El número de personas por debajo del umbral de pobreza el año pasado también fue el mayor desde que el Censo de EEUU comenzó a dar seguimiento a la pobreza hace 51 años. Cerca de 14,3 por ciento, o 44 millones de estadounidenses, vivían debajo del umbral de pobreza en 2009. Sin recuperación económica rápida a la vista, muchos temen que estas tendencias continúen en los años venideros. En China, la brecha de ingresos en rápida expansión ha desatado la voz de alarma en múltiples ocasiones. El economista jefe del Banco Mundial Justin Yifu Lin ha advertido que disminuir la brecha en los ingresos es el mayor desafío del país. El actual coeficiente de desigualdad de Gini en China es de 0,47, el más alto de los últimos 60 años en el país. Cuando China comenzó su reforma y apertura en 1978 el coeficiente de Gini era de apenas 0,18 por ciento. La disparidad de la renta se ha ensanchado a la par de su vertiginoso desarrollo económico. El 1 por ciento de las familias más pudientes chinas posee el 41,4 por ciento de la riqueza, una cifra similar a la de EEUU, donde el 1 por ciento de las clases altas disfruta del 40 por ciento de la riqueza de todo el país. En ambos países, se responabiliza a esta concentración extrema de riqueza y la renta por dañar la economía. Robert Reich, ex secretario de Trabajo de EEUU y ahora profesor en la Universidad de Berkeley, en California, dijo en una reciente actividad promocional de su nuevo libro “Réplica sísmica: La economía siguiente y el futuro de EEUU,” que si un porcentaje mayor de personas compartiera una porción más grande de la riqueza de la nación, ayudarían a generar más trabajos y más desarrollo económico. El mismo argumento fue enarbolado por Li Peilin, jefe del Instituto de Sociología de la Academia de Ciencias Sociales china, quien atribuyó el bajo consumo doméstico de China a la desigual distribución de ingresos. El poder adquisitivo de las familias de medianos y bajos ingresos se ve limitado por el porcentaje más alto que éstas dedican a educación y asistencia médica, mientras que los ricos están invirtiendo buena parte de su dinero en propiedades inmobiliarias, alimentando así la burbuja inmobiliaria. Aunque las causas para la enorme brecha de ingresos en el mayor país desarrollado y el mayor país en vías de desarrollo difieren, los dos países han atestiguado similares expresiones de creciente resentimiento social por esta causa. En EEUU, la brecha de ingresos se vio incrementada el año pasado por el elevado índice de paro, un tambaleante mercado inmobiliario y deudas en disminución pero persistentes, que afectaron sobre todo a las familias de más bajos ingresos, por un lado, y el repunte de acciones y otros valores, que beneficiaron a los ricos, por la otra. En China, la culpa recae en la brecha existente desde hace décadas entre las zonas rurales y urbanas. Los campesinos chinos se mantienen muy a la zaga en la distribución del boom económico. Entre los residentes urbanos, el público apunta el dedo acusador a los empleados de las industrias monopolistas del Estado, tales como las de energía eléctrica, telecomunicaciones, productos petroquímicos, finanzas y tabaco, afirmando que se zampan injustamente una parte considerable de los ingresos de la nación. La furia del público se enfila de modo similar hacia las industrias mercantiles, como la inmobiliaria y la de explotación minera. De los 400 chinos más ricos en la lista de Forbes de 2009, 154 estaban en el sector inmobiliario. En su estudio, Wang Xiaolu, vicedirector del Instituto Nacional de Investigaciones Económicas de China, de la Fundación de la Reforma, encontró que el 10 por ciento de las familias de mayores ingresos tiene 65 veces más renta per cápita que el 10 por ciento en el extremo inferior, casi tres veces la cifra de las estadísticas oficiales. Estos guarismos, que muchos consideran irreales, han proporcionado empero una pista sobre las desaforadas actividades de búsqueda de ingresos en el país. China y EEUU se están pareciendo más entre ellos en cuanto a injusticias sociales. Una reducción de las brechas de ingresos no sólo daría un respiro a sus respectivas recuperaciones económicas, sino que también propiciaría justicia social en ambas sociedades, cuyo tejido resulta más dañado con cada día que pasa. CHINA DAILY. 11-10-2010

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