Guerra comercial con la UE: se acabó la tregua

Donald Trump ha declarado una guerra comercial no solo contra China, sino contra sus propios aliados: la Unión Europea, México y Canadá. EEUU ha subido los aranceles del acero (25%) y del aluminio (10%) europeos, en una escalada que puede seguir con gravámenes a las importaciones de automóviles de la UE. Los gobiernos europeos anuncian represalias al tiempo que llaman a Washington a cejar en su ofensiva proteccionista.

En una guerra comercial no hay misiles ni explosiones, pero la destrucción de fuerzas productivas -y por tanto las consecuencias para toda la población- puede ser también devastadora. Como primera sangre, Trump ha decidido que el acero europeo exportado a EEUU soporte un arancel que le hace un 25% más caro, lo mismo que el aluminio que soportará un gravamen del 10%.

Europa se juega entre 3.000 y 4.500 millones de euros en estas primeras medidas de la guerra comercial declarada por Trump, de acuerdo a las cifras que maneja Eurostat. De esas pérdidas, en torno a 500 millones de euros afectarían a España. Y solo estamos hablando de las primeras escaramuzas, de una pequeña cantidad de los 375.000 millones de euros al año que representan las exportaciones de la UE a EEUU. Si no se aceptan sus exigencias la siguiente medida que anuncia Donald Trump seguramente irá dirigida contra las importaciones de coches europeos. “Los coches están en el centro de atención de Trump. Pero cualquier reducción de los aranceles (a los vehículos estadounidenses que se venden en Europa) se tomará como una debilidad”, dijo hace poco un alto negociador de la UE a los representantes de los 28 países de la Unión.

¿Cuál es el objetivo concreto de Trump con Europa en estas primeras escaramuzas?. Mejorar el acceso que tienen las mercancías estadounidenses a los mercados de la UE. Y si no lo logra, entorpecer el acceso de los productos europeos al mercado norteamericano. Principalmente en cuatro categorías: alimentos, coches y sus componentes, medicamentos y maquinaria industrial.

Hasta ahora Trump había seguido su clásica táctica de presentarse en la mesa de negociaciones con un rehén: primero, en marzo, declaró unilateralmente la subida de los aranceles para el acero y el aluminio, para acto seguido congelarlos y sentarse a hablar. Pero ahora ha decidido reanudar la máxima presión contra los europeos.

EEUU es la principal economía mundial, pero importa mucho más de lo que exporta. Este déficit comercial alcanzó en 2017 el récord de 556.000 millones de dólares. Y conforme avanza una globalización que es imparable, más aumenta este desequilibrio en la balanza de pagos.

La guerra comercial tiene varios frentes de batalla, y el principal está con China, que supone el grueso del déficit (375.000 millones). Pero el desequilibrio en la balanza de pagos con la UE le sigue en segundo lugar con 151.000 millones. En cuanto a México y Canadá, cuyas economías están vinculadas desde 1992 a la norteamericana a través del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA), Trump ha declarado siempre que quiere «reformar o romper» el acuerdo comercial que les une.

El proteccionismo unidireccional que busca Trump

Desde mucho antes de su llegada a la Casa Blanca, con su eslogan «America First!», Donald Trump venía señalando al déficit comercial como el gran problema de la industria y agricultura norteamericanas y como el principal origen de las penurias de la clases medias y trabajadoras. Este mensaje cala entre importantes sectores del electorado, pero también entre poderosos bloques de la clase dominante norteamericana. De hecho, es una de las vigas maestras de la línea política del actual presidente norteamericano, y ha demostrado ser tozudamente consecuente en querer llevarla adelante. Pero ¿qué pretende con ella?

Bajo sus soflamas contra la globalización, Donald Trump no pretende ningún imposible retorno al proteccionismo de finales del siglo XIX o al de los años 30 del XX, sino que intenta imponer unas nuevas reglas en el orden económico y el comercio internacional que privilegien (todavía más) los intereses de EEUU frente al resto del mundo.

Es un proteccionismo selectivo y en una sola dirección, que pretende erigir barreras a que las mercancías extranjeras lleguen al mercado norteamericano, pero que busca que los mercados mundiales sigan siendo inundados por los productos estadounidenses, en condiciones aún más ventajosas para los monopolios yanquis.

En concreto, los acuerdos bilaterales que la administración Trump ha alcanzado hasta ahora con los gobiernos de Corea del Sur, Australia, Brasil y Argentina, a los que ha eximido de las nuevas tarifas, se dirigen principalmente a esto: limitar las importaciones de los demás a EEUU y facilitar las exportaciones yanquis a esos países.

Europa responde con represalias calculadas

El comercio entre EEUU y la UE alcanza los 1,1 billones de dólares anuales, y el mercado norteamericano supone para muchas empresas monopolistas europeas el principal destino de sus exportaciones fuera de Europa. Por eso, desde el inicio de las hostilidades arancelarias en marzo, las autoridades comunitarias han llamado a la administración norteamericana a respetar los acuerdos y el marco de las normas de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Pero Trump y Wilbur Ross han hecho oídos sordos.

La subida de aranceles al aluminio y al acero ha provocado una primera represalia de Bruselas, que ha elaborado una lista de unos 350 productos (desde alimentos a bebidas, maquillaje o barcos de recreo) que quedarían sujetos a gravámenes adicionales como represalia por la medida estadounidense.

La UE busca igualar daños, mostrando firmeza pero sin alimentar la escalada. Estos productos representan unos 6.400 millones de euros, un montante equivalente a las ventas europeas de acero y aluminio a EEUU. En respuesta, Trump ha sugerido que las siguientes contramedidas pueden ir dirigidas contra las importaciones de automóviles europeos, algo muy dañino para los gigantes del motor de Alemania o Francia.

Aunque en un primer momento se mostraron unidos, el recrudecimiento de la guerra comercial ha hecho aparecer las primeras fisuras entre los aliados comunitarios. Mientras que la Alemania de la pragmática Merkel -que es la principal perjudicada por estas primeras medidas- ha insistido en la idea de ofrecer a Washington incentivos comerciales para evitar el conflicto, la Francia de Macron se ha mostrado partidaria de una línea de mayor firmeza, y de no negociar bajo amenaza.

Entre estas dos posturas, otros gobiernos de la UE han sugerido un plan para mejorar los intercambios entre ambos bloques, con el señuelo de facilitar el acceso a Europa de los automóviles estadounidenses y de incrementar las compras del gas natural licuado que produce. Pero de nuevo, como en el caso del acuerdo nuclear iraní, la administración Trump ha apartado con desdén las sugerencias europeas y les ha emplazado a aceptar sus exigencias.

Cumbre del G7: desplante a los vasallos

La cumbre de Canadá del G-7 -la reunión con convoca a EEUU y los seis países industrializados más importantes bajo su órbita: Francia, Canadá, Japón, Alemania, Italia y Reino Unido- ha estado marcada por el inicio de esta guerra comercial, pero también por otras manifestaciones de unilateralismo del gobierno de Trump, como la ruptura del pacto nuclear con Irán o el abandono de los compromisos con la Cumbre de París sobre el cambio climático.

Trump maltrata la relación transatlántica con la UE, pero no es mucho mejor el trato que le depara al Gobierno canadiense de Justin Trudeau. Por no hablar de la degradante superioridad con la que siempre se dirige a México.

La reunión del G-7 ha estado precedida de un rifirrafe vía twitter entre Donald Trump, el canadiense Trudeau y el francés Macron. Macron tuiteó que “una guerra comercial no perdona a nadie. Primero comenzará a dañar a los trabajadores de EEUU”. Y Trudeau añadió: “Defenderemos nuestras industrias y nuestros trabajadores”. Los incendiarios dedos de Trump no tardaron en responder: “Díganle al primer ministro Trudeau y al presidente Macron que están cobrando los aranceles masivos de los Estados Unidos y crean barreras no monetarias. El superávit comercial de la UE con Estados Unidos es de 151.000 millones de dólares, y Canadá mantiene alejados a nuestros agricultores».

En medio de la crispación, los portavoces de la Casa Blanca anunciaron que Trump dejaría plantados a los dirigentes del G-7 antes de que acabara la cumbre, abandonándola para tener tiempo de preparar su reunión con el líder de Corea del Norte en Singapur, prevista unos días después. Un nuevo desaire a las relaciones con sus aliados.

El nivel de desencuentro -sobre todo de europeos y canadienses con Trump- es tal que el presidente francés Emmanuel Macron, al ser preguntado en un programa de televisión acerca de cómo era conversar con Donald Trump, dijo que era mejor no hablar porque equivaldría «a contarle a la gente de qué están hechas las salchichas», una información que por el bien del producto es mejor no compartir. Más tarde añadió que «puede que al presidente de EEUU no le importe quedar aislado, pero al resto tampoco nos importa firmar un acuerdo de seis países”. Al mismo tiempo, el ministro de Economía y Finanzas francés, Bruno Le Maire, dijo que el G-7 empezaba a ser más bien un G-6+1.

En el fondo, que Trump haya abandonado la cumbre del G-7 antes de tiempo no solo se corresponde con el trato degradatorio que depara a la UE y a Canadá, o con su firme posición de no ceder en el conflicto comercial y a que sus aliados derriben sus barreras para las mercancías yanquis. También es fruto del peso declinante -económico y político- que tiene Europa en el plano internacional, frente a la importancia cada vez más acuciante que tiene todo lo referente a Asia-Pacífico para el futuro de la hegemonía norteamericana. EEUU se juega mucho más en el encuentro de Singapur -dado que tiene que ver con Corea del Norte pero también con el cerco a China- que en Canadá.

Tensión en la relación transatlántica

Las relaciones transatlánticas entre EEUU y las principales potencias europeas no se van a romper por mucho que las maltrate Donald Trump. Son profundas, tupidas e históricas, y abarcan mucho más que las relaciones económicas y comerciales a ambos lados del océano. Incluyen vínculos orgánicos, que unen a importantes cuadros de Estado de los países de la UE con los centros de poder hegemonistas.

Ahora bien, que la política exterior de Donald Trump y su evidente voluntad de degradar a Europa para imponerle un tratamiento más leonino, están teniendo un efecto notorio en las clases dominantes europeas y sus élites políticas, también es palpable.

Hace pocos días tanto la canciller alemana Ángela Merkel, como el presidente francés viajaron a Rusia para relanzar sus relaciones políticas y comerciales con Moscú. Y Merkel también se desplazó a Pekín para tener una reunión de Estado con Xi Jinping. En ambos encuentros, los líderes europeos, ruso y chino acercaron posturas acerca del panorama comercial global -zarandeado por la política de Trump- y por la estabilidad mundial, amenazada por la ruptura del pacto nuclear con Irán y el deterioro de la situación de Oriente Medio.

No pocas voces de los centros de poder norteamericanos ponen el grito en el cielo ante la política exterior de Trump y su forma de gestionar la relación con los aliados. Argumentan que el creciente aislamiento en la arena internacional perjudica los intereses de la superpotencia, en un momento donde se están jugando importantes movimientos geoestratégicos en Corea del Norte y Oriente Medio, maniobras para las que podría necesitar el apoyo de unos aliados a los que ahora ningunea.

Analistas como Sebastian Mallaby, del Consejo de Relaciones Exteriores, se han referido a las relaciones entre los EEUU y el resto del G-7 como un “nuevo nivel de crisis”. “No se trata solo de comercio, sino de la actitud general de Washington hacia su sistema de alianzas”.

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