Corresponsal en "el sueño americano"

Gran Torino, Gran Eastwood

Arrasa en la taquilla el último film de Eastwood. El bisturí­ más preciso de Hollywood produce, dirige y protagoniza una historia basada -en esta ocasión- en un guión original del desconocido Nick Schenk. Una pelí­cula presentada a través de una historia sencilla (casi con tintes de comedia para el gran público) con la que Eastwood va a desguazar uno por uno todos los ingredientes de la sociedad estadounidense contemporánea.

Para ello, Eastwood no va a colocar el unto de vista del espectador en la mente de un detractor del american way of life sino en uno de sus más acérrimos partidarios. El señor Walter Kowalski es un jubilado viudo. Un viejo cascarrabias. Un racista chapado a la antigua y lleno de prejuicios. Así lo califica la crítica y así parece presentarse al personaje en la primera media hora de película. Pero leer así a Walter Kowalski sería tan afilado como tachar a Harry Callahan de policía fascista.Porque lo que es anómalo no es el señor Kowalski. Lo que está profundamente degradado hasta la médula es la sociedad del primer mundo. Un barrio residencial aparentemente típico es una encerrona para propios y ajenos. El pueblo de la nación más rica y poderosa del planeta, sostén del Estado que se enarbola como cabeza del imperio mundial, tiene en realidad pocas alternativas. El sueño americano se convierte en trabajar cincuenta años como obrero de la Ford para obtener una jubilación mediocre y una familia distante. Para otros, costearte los estudios puede ser tan prohibitivo que sólo queda aceptar cualquier trabajo como futuro. Y la única forma de rebelarse es la que proponen las bandas del gueto. Vivir del hurto o del tráfico de drogas y enrolar a los tuyos en semejante estilo de vida. Inevitablemente, la moral colectiva ha tenido que ser secuestrada en algún momento.Puede que Walter Kowalski tenga sus posicionamientos políticos bastante trasnochados, pero desde el primer minuto de película practica una base de principios ejemplar. Aborrece la grosería, la frivolidad y la superficialidad. Llama a las cosas por su nombre. No miente. Nunca mira hacia otro lado. Si se comete un atropello frente a él, Kowalski no sigue su camino, se detiene y planta cara. Y desde luego, nunca deja a un amigo, nunca abandona lo que empieza, afronta hasta el final cualquier envite sin esperar nada a cambio. Paradójicamente, un ciudadano común puede sacar a la luz lo mejor de la sociedad norteamericana.

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