Una auténtica sacudida electoral ha removido el mapa político alemán tras los resultados del pasado domingo. El catastrófico hundimiento de los socialdemócratas del SPD dan la puntilla al gobierno de gran coalición y abren la puerta a una nueva alianza de gobierno entre los demócrata-cristianos de Merkel, los social-cristianos bávaros de la CSU y los liberales del FDP. Con ella, en valoración unánime de los medios europeos, Alemania se dispone a dar un giro a la derecha en lo económico y lo social. Sí, pero se les olvida añadir que, en lo político, la entrada de los liberales en el gobierno supone también… un giro hacia Washington.
No es un secreto ara nadie que con su entrada en el gobierno, el Partido Liberal –los “amigos de los empresarios” y del “libre mercado” como los denomina la propia prensa germana– va a presionar con intensidad por una brusca reducción del relativamente elevado sistema impositivo alemán, lo que implica a su vez, necesariamente, profundizar y acelerar el desmantelamiento del generoso Estado del bienestar iniciado ya por los gobiernos del socialdemócrata Gerard Schröder y una mayor flexibilización del mercado de trabajo. Giro a la derecha… Algo que importantes sectores del gran empresariado alemán llevaban buscando desde hace años, pero que los resultados de las pasadas elecciones impidieron al imponer la necesidad de una gran coalición entre demócrata-cristianos y socialdemócratas.El estallido de la crisis no ha hecho sino reforzar la urgencia –dictada por la emergencia de nuevas potencias económicas mundiales del Tercer Mundo que compiten allí donde sus monopolios han sido hasta ahora más fuertes: su sector exportador– de poner en marcha una serie de drásticos cambios estructurales que permitan a la burguesía monopolista germana recuperar por este lado –el aumento de la explotación y de la plusvalía sacada a la clase obrera alemana– lo que están perdiendo por el otro, la reducción de su cuota de mercado global, es decir, de su participación en la apropiación de la plusvalía mundial. …Y hacia Washington Pero, con ser esto importante, reducir el drástico cambio del mapa político que han supuesto los resultados electorales a una cuestión meramente económica o social es quedarse a mitad de camino. Y, además, la mitad seguramente menos importante.Con la entrada de los liberales en el gobierno alemán, Washington gana un aliado de un valor impagable en el corazón de Europa. Y los sectores más proyanquis de la burguesía alemana podrán ahora dar rienda suelta a un mayor estrechamiento de los vínculos transatlánticos, seriamente debilitados tras los últimos cuatro años de gobierno de Kohl y trastocados por los ocho de Schröder que le siguieron.Y es que, en efecto, históricamente, cada vez que los proyectos de Washington han dictado la necesidad de imponer una reconducción política en Alemania, los liberales siempre han aparecido como la “fuerza bisagra” capaz de desequilibrar la balanza, y siempre en un sentido favorable a los intereses de EEUU.A comienzos de los años 80, cuando era una imperiosa necesidad para EEUU la contención militar del expansionismo soviético, lo que exigía convertir a Alemania en el primer teatro de operaciones en caso de un conflicto bélico entre las dos superpotencias, fueron los liberales los encargados de protagonizar el sorprendente y vertiginoso cambio de alianzas que dio al traste con el reticente gobierno socialdemócrata y abrió las puertas de par en par a la instalación de los misiles nucleares norteamericanos de alcance medio Pershing y Cruisse en territorio alemán.Casi tres décadas después, y en plena etapa de ocaso imperial para la superpotencia yanqui, la entrada de los liberales en el gobierno alemán da nuevas y mejores bazas a Washington para gestionar mejor su ocaso.Difícilmente el nuevo gobierno mantendrá las veleidades pro-Moscú característicos del período de Schröder, mantenidas mal que bien durante los cuatro años de la gran coalición. Ahora que Washington busca tratar directamente con el Kremlin para “encajarlo” en su nuevo sistema de alianzas, no es en absoluto descartable que utilice a Berlín como punta de lanza de la presión sobre Moscú. De la misma forma que nadie debería extrañarse si a partir de ahora Alemania emerge como uno de los grandes centros de oposición y acoso sobre China. Disponer de un poderoso socio dispuesto a encargarse del “trabajo sucio” mientras Obama muestra la cara amable de la negociación y el consenso, no es una cuestión baladí en el nuevo escenario internacional.Con los liberales en el gobierno, nadie debería descartar una implicación mayor de Alemania en Afganistán, una intensificación de su intervención económica y diplomática en los territorios del espacio post-soviético a los que la OTAN y Washington están ansiosos por llegar o una mayor dureza negociadora en cuestiones como el tema nuclear iraní.Con respecto a la Unión Europea, es previsible que el nuevo gobierno endurezca y profundice la línea seguida estos últimos años por a gran coalición. Es decir, ante la paralización política del proyecto de la “Europa alemana”, un progresivo distanciamiento de Bruselas y la búsqueda de traspasar la factura de la crisis a los países más débiles, política o económicamente, de la Unión, como se ha visto con el caso Opel, en el que Bélgica, España y Reino Unido se han convertido, gracias a las presiones de Merkel, en los principales candidatos a pagar los platos rotos de la bancarrota de General Motors. Inestabilidad garantizada Sin embargo, otra de las consecuencias de los resultados electorales del domingo es la ruptura, parece que ya irreversible, del antiguo y preciado modelo político del consenso alemán, que en los últimos 60 años ha estado basado en el intercambio en el poder de dos fuerzas políticas “confiables y responsables” –la democracia cristiana y la socialdemocracia– que mantenían una hegemonía electoral absoluta. La debacle histórica del SPD, que en poco más de dos décadas ha perdido a más de la mitad de su electorado, el no menor batacazo electoral de la CSU bávara que difícilmente ha alcanzado el 40% de los votos en un bastión donde hasta hace nada obtenía tranquilamente entre el 60 y el 70% y el retroceso, pese a la victoria, de la CDU de Merkel, que ha obtenido el segundo resultado más bajo de su historia, a años luz de las históricas victorias de Kohl en los años 80, reflejan la fisura abierta en un modelo político que es hoy menos estable y predecible de lo que ha sido nunca.En los años 80, los dos grandes partidos del modelo copaban el 90% de los votos y los escaños del Bundestag. En los 90, todavía controlaban el 77% de los votos y el 83% de los escaños. Tras las elecciones del pasado domingo, el apoyo electoral se ha reducido hasta un 56% de los votantes y un 64% de los diputados electos.El nuevo mapa político –sumado a las inevitables turbulencias que acompañan tanto a la crisis económica como al reajuste en la distribución del poder mundial– no hace sino reflejar, al tiempo que la agudiza, la creciente polarización política y social del durante tanto tiempo conocido como “oasis alemán”. Quienes pensaban que las consecuencias de la crisis y los ajustes en los desequilibrios de poder mundial sólo afectarían a la estabilidad de los países débiles y poco desarrollados, pueden empezar a tomar nota del caso alemán. Y eso que estamos sólo al principio.