Charles Taylor, dictador en Liberia, fue agente de la CIA desde su juventud

Genocidas africanos, marionetas de Washington

En la conocida pelí­cula «Diamantes de sangre», Hollywood hace una vibrante denuncia del tráfico ilegal de diamantes cómo medio de financiación de las guerras que asolan África. Sólo se le olvidó añadir el «pequeño» detalle de cómo, además de mercenarios y dictadores, la CIA y el Pentágono juegan un papel decisivo en todo lo que allí­ ocurre.

Papel que ahora hemos conocido mejor gracias a las revelaciones del diario The Boston Globe. El dictador Charles Taylor, presidente de Liberia entre 1997 y 2003 y actualmente juzgado en el Tribunal Internacional de La Haya por crímenes de guerra y lesa humanidad, fue, desde mucho antes de su ascenso al poder, un hombre tutelado y al servicio de la CIA y la Agencia de Inteligencia del Departamento de Defensa.Las relaciones de Taylor con Washington vienen de lejos, de su época de estudiante de Economía en el Bentley College de Boston, donde fue formado e instruido para ocupar cargos dirigentes en su país. Cuando en abril de 1980, Samuel Doe, líder de la etnia Krahn formado militarmente por las Fuerzas Especiales del Ejército de Estados Unidos, dio un golpe de Estado, el joven Taylor inicia su ascenso en el gobierno como viceprimer ministro de Comercio. Acusado unos años después de la desaparición de cientos de miles de dólares, Taylor huye a Estados Unidos donde es finalmente arrestado ante las presiones de las autoridades liberiana, estrechamente vinculadas a Washington, e ingresa en 1984 en la prisión de máxima seguridad del condado de Plymouth.Pero no duraría mucho en la cárcel. Atando la sábanas de su cama, escapa de prisión con la colaboración de la inteligencia estadounidense, que tiene proyectos más ambiciosos para él. «Washington, la CIA y el Pentágono amamantan a los dictadores y genocidas africanos como Taylor, a los que una vez hecho el trabajo sucio no importa sentarlos en el banquillo»Después de 25 años de silencio, el gobierno de EEUU se veía obligado a confirmar la pasada semana –en respuesta a una solicitud presentada por el Boston Globe en 2006 al amparo de la Ley de Libertad de Información– que Taylor trabajó con las agencias de espionaje de EEUU durante su ascenso como uno de los dictadores más sanguinarios del mundo.La Agencia de Inteligencia de la Defensa, el brazo de espionaje del Pentágono, sólo admitió que agentes suyos y de la CIA venían trabajando con Taylor desde comienzos de la década de los 80, pero se negó a revelar más detalles, aduciendo que ello “dañaría la seguridad nacional”.Tras su evasión, pasan cuatro años de los que no se conoce nada de su paradero, hasta que reaparece en 1989 en Liberia encabezando una rebelión contra su antiguo jefe de gobierno. Tras 8 años de matanzas sin fin, en 1997 toma el poder y azuza una terrible guerra civil en la vecina Sierra Leona, con un trágico balance de cientos de miles de muertos. Más allá incluso del control del tráfico de diamantes –de los que Liberia y Sierra Leona son dos de los mayores productores del mundo, con hasta 2 millones de quilates al año– el interés estratégico de Washington por controlar a los países del Golfo de Guinea reside, por un lado, en la creciente importancia de su producción petrolífera, y, por otro, en que constituyen la retaguardia desde donde actuar contra el aumento de la presencia del islamismo radical en el arco formado por Mauritania, Mali, Níger y Nigeria. Washington, la CIA y el Pentágono amamantan a los dictadores y genocidas africanos como Taylor, a los que una vez hecho el trabajo sucio no importa sentarlos en el banquillo de los acusados. Porque, tal y como ha dicho Solomon Moriba, portavoz de la corte de La Haya, los vínculos de Taylor con la inteligencia estadounidense “no están relacionados con su caso ante los tribunales”.

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