Tras tirar por la borda el frágil alto el fuego, el gobierno Netanyahu -con el total respaldo de la Casa Blanca de Trump- ha reanudado el genocidio en Gaza con una saña tan inhumana como difícil de describir. El nivel de destrucción y la larga lista de crímenes de guerra cometidos por las tropas israelíes se elevan ya a las peores cotas alcanzadas en los quince meses anteriores de ofensiva.
Pero hay un cambio. Ahora Israel está ocupando amplias zonas de la Franja, buscando trocear el territorio de manera permanente. Dotados de la total impunidad que les confiere Washington, y sin molestarse en ocultarlo, están dando pasos para llevar adelante su «solución final» en Gaza: la expulsión forzosa, por la muerte y por el hambre, de más de dos millones de palestinos de la Franja.
Como en los peores momentos de los primeros quince meses de genocidio, el Estado de Israel se empeña en demostrar que no hay crimen de guerra que no esté dispuesto a volver a cometer.
En las imágenes se escucha las desgarradoras últimas palabras del médico, Rifat Radwan, segundos antes de que los soldados israeliés lo ejecuten. “Mamá, perdóname. Sabes que me dedico a esto para ayudar a la gente”, clama rodeado del sonido de las balas.
El miércoles 2 de abril, un bombardeo israelí sobre una clínica de la ONU que albergaba a unos 700 desplazados asesinaba a 22 civiles palestinos, 16 de los cuales eran niños, mujeres y ancianos.
Los testimonios dan un puñetazo en el estómago. “De repente todo el edificio empezó a arder. Empecé a llamar a mi hija, me quité los escombros de encima. Busqué a mis hijos y estaban ardiendo”, relataba en el hospital a la cadena Al Jazeera Amal, madre de la víctima mortal más joven del bombardeo: una bebé de dos semanas.
Pero al día siguiente, las fuerzas sionistas bombardeaban otra centro escolar, la escuela Dar al Arqam, en el barrio Al Tufaj de Ciudad de Gaza, en la que vivían familias que han perdido sus casas o han sido obligadas a huir de las zonas que ocupa el ejército israelí, una cuarta parte ya de la Franja. El ataque causaba al menos 31 muertos (incluidos menores y mujeres) y más de 70 heridos. De nuevo imágenes de una docena de cuerpos infantiles inertes y calcinados en el suelo, entre los gritos y sollozos de sus familiares, mientras otros civiles se afanan en rescatar a quienes quedaron atrapados entre los escombros en medio de una amplia destrucción.
La «justificación» para estas dos atrocidades es la rutinaria. En ambos casos, el ejército israelí aseguró que el objetivo era un “centro de mando y control de Hamás”.
Pocos días antes, se encontraban hasta 14 cadáveres en el sur de Gaza correspondientes a empleados de emergencias de la Media Luna Roja, asesinados por las tropas israelíes. Habían sido enterrados en la arena por sus verdugos sionistas, que trataron de ocultar el crimen.
Masacres contra escuelas, hospitales y ambulancias. Bombardeos contra refugios o multitudes de gente que trata de conseguir algo de comida o agua. Estos son los crímenes de guerra que diaria y cotidianamente comete el Ejército israelí.
Con estas nuevas atrocidades sionistas, la cifra de palestinos asesinados desde que Netanyahu rompió el alto el fuego ya es de casi 1.300, lo que eleva las víctimas mortales desde octubre de 2023 a cerca de 51.000 víctimas mortales, si bien se sospecha que son decenas de miles más, ya que esta cifra no cuenta los cuerpos que permanecen debajo de las millones de toneladas de escombros.
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Ocupar y trocear la Franja de Gaza
Por desgracia, todo lo anterior no es nuevo. Sin embargo, la ofensiva contra Gaza sigue ahora un patrón diferente. El ejército israelí esta haciéndose con territorio, anexionándose partes de la Franja de Gaza.
Las tropas de Netanyahu han tomado una franja de tierra en el centro del enclave, anunciando la creación del llamado «corredor militar Morag». Es el nombre del asentamiento judío que había entre las ciudades meridionales de Rafah y Jan Yunis hasta su desmantelamiento, con el resto de colonias, por el Gobierno de Ariel Sharon en 2005. Asímismo, están anexionándose partes del norte y del sur de la Franja.
Para poder llevar adelante sus planes de invasión, las autoridades israelíes han ordenado el mayor desplazamiento forzoso de la población de Gaza desde que rompieron la tregua. Afecta a más de 140.000 de los 2,2 millones de habitantes de la Franja. Decenas de miles ya han abandonado la zona de Rafah desde entonces. «Tratan a la población civil como bolas de pinball, con constantes órdenes militares que juegan con su suerte y sus vidas”, denuncia Philippe Lazzarini, máximo responsable de la UNRWA.
Todo ello al mismo tiempo que Israel recrudece el total bloqueo -por segundo mes consecutivo- de entrada de comida, agua, material sanitario y ayuda humanitaria a la Franja de Gaza. “Esta forma deliberada de hacer daño condena a miles de personas a tener que sufrir una muerte lenta; el asedio debe terminar inmediatamente”, lamenta a través de un comunicado Myriam Laaroussi, coordinadora de emergencias de Médicos Sin Fronteras (MSF). Sus equipos se han visto obligados a realizar curas de heridas sin analgésicos y a racionar medicamentos esenciales.
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Netanyahu y Trump tienen un plan. Se llama limpieza étnica.
El nivel de violencia, el grado de crueldad de los verdugos israelíes en la Franja de Gaza es obsceno. Estamos ante un genocidio.

Pero no es ciego. Es consciente, es deliberado, y persigue un objetivo.
Preguntado por la prensa, el primer ministro Benjamín Netanyahu describió su plan en Gaza: que Hamás se rinda y entregue las armas para que Israel la ocupe y aplique la iniciativa esbozada en febrero por el presidente de EEUU, Donald Trump, de vaciarla de sus más de dos millones de habitantes.
Es una limpieza étnica. Una nueva y sangrienta ‘Nakba’ de más de dos millones de palestinos. Forzando su desplazamiento por las bombas y la hambruna.
“Ese es el plan. No lo estamos ocultando”, dijo.