Cuatro series de televisión que miran de frente el terror de ETA

Ganar la memoria

Mi hija tiene quince años, y como muchos de su generación las series de televisión son su principal vehículo cultural y de información. Le había hablado de ETA, de ese terror que afortunadamente no ha vivido. Pero debía descubrirlo por sí misma. Primero se acercó al primer capítulo de “Patria” con prevención. Inmediatamente, comenzó a preguntar: “¿pero esto realmente pasaba?”, “¿eran capaces de hacer esas cosas?”. Y cuando terminó ya reclamaba los siguientes capítulos.

Es una anécdota, pero expresa la contribución a la formación de una memoria democrática sana de las cuatro series, dos de ficción y dos documentales, junto a un documental exhibido en los cines, que miran y nos hacen mirar de frente el terror de ETA.

La desmemoria de los adolescentes nos conduce a un conocimiento que se les ha negado. Pero existe otra más peligrosa. Aquella que nos impone el olvido como “forma de sanación”. Y que, retorciendo los hechos, señala a quienes defienden la memoria histórica, la necesidad de recordar y señalar a los responsables, como “crispadores”.

Afortunadamente, existe una abrumadora demanda de memoria. Por eso “Patria” se convirtió, como libro, en un fenómeno editorial de éxito. Y por la misma razón, las principales plataformas de televisión impulsan series que recibirán el respaldo de una audiencia ansiosa de conocer.

El arte es antagónico con el olvido. Su función es hurgar allí donde duele, abrir las contradicciones en carne viva para obligarnos a enfrentarlas. Solo así puede cumplir su papel social liberador.

Las cuatro series que abordamos en este ejemplar de Foros 21 lo hacen. No son excluyentes, sino que nos ofrecen diferentes perspectivas. Y no hablan solo de un fenómeno del pasado, sino de una batalla decisiva en el presente: ganar una memoria que refuerce nuestras defensas contra el terror.

Patria

De Aitor Gabilondo. HBO. Basada en el libro de Fernando Aramburu.

Una escena de “Patria” nos golpea en las entrañas de la conciencia. Bittori, bajo una lluvia fina pero persistente, abrazando el cadáver de su marido, Txato, asesinado por ETA, y pidiendo ayuda a gritos. Todos han oído los disparos y los gritos, pero nadie acude y todas las ventana están cerradas. 

Con una intensidad dramática que nos conmueve, todo está en esta escena: el escarnio a las víctimas, el veneno inoculado a fuerza de terror en la sociedad…

Pero “Patria” no señala solo a quien aprieta el gatillo. Existen, recordando a Raimon, “mans dels que maten brutes” y “mans fines que manen matar”. Nos enfrentamos a la vileza de Patxi, el responsable de la herriko taberna, el viscoso personaje que realiza los seguimientos para facilitar la muerte. Y, sobre todo, a la miseria moral de un cura que alienta a los asesinos y ataca a las víctimas, señalándolas como culpables.

Como libro, “Patria” fue una catarsis, un acto de rebeldía. Donde, como recuerda Aramburu, su autor, “mucha gente de pueblos pequeños ha tenido que ir a comprar mi libro a San Sebastián, y se lo han llevado a casa en el fondo de la bolsa, tapado con los puerros”.

Como serie televisiva, tiene la fuerza de la verdad, ofrecida a través de unos actores y sobre todo unas actrices -inmensas Elena Irureta y Ane Garain-, que cautivaron a Aramburu: “ya soy incapaz de pensar en los sujetos de mi novela sin ponerles la cara de los actores y las actrices de la serie”.

El abrazo final de “Patria” sí abre un camino de paz porque está cargado de justicia, memoria y verdad.

La línea invisible

De Mariano Barroso. Movistar +

Hay “líneas invisibles” que cuando se cruzan conducen irremediablemente a la ignominia. Sucede cuando alguien se erige en juez y verdugo para decidir quién debe vivir y sobre todo quién merece morir.

En “La línea invisible”, Mariano Barroso nos enfrenta a los orígenes del monstruo, al primer asesinato de ETA, en pleno franquismo. Allí estaba ya no la lucha contra la opresión sino el huevo de la serpiente.

La rebelión ante la dictadura conduce a la lucha obrera. La transformación de ETA en un grupo terrorista no es espontánea, se impone a través de oscuros personajes como “el inglés”, bien instalado en su refugio del País Vasco francés, que no arriesga nada, que acusa al sector más obrerista de españolista y apuesta por unos principios basados en la lengua y la etnia vasca. Que justificaron matar durante 50 años a quien se señala como enemigo. 

Con una narración que funciona a modo de tragedia griega, y unos actores como Antonio de la Torre, capaz de dar credibilidad al personaje de Melitón Manzanas, despreciable torturador franquista al tiempo que euskaldún, o Álex Monner, que nos enfrenta a Javier Etxebarrieta, Txabi, el primer miembro de ETA en matar y morir, que no sabía una sola palabra de euskera.

“La línea invisible” nos sumerge en la creación de ese viscoso veneno que teoriza el terror. Mostrándonos a quienes se autodestruyen apretando el gatillo, y a quienes se lucran de él.

Del final al desafío

ETA, el final del silencio.

De Jon Sistiaga y Alfonso Cortés-Cavanillas. Movistar +.

El desafío: ETA.

De Hugo Stuven. Amazon Prime.

Romper el silencio a través de la voz de los protagonistas. Este es el hilo que une dos series documentales que al mismo tiempo nos ofrecen diferentes perspectivas.

“El desafío: ETA” sigue el libro “Historia de un desafío: cinco décadas de lucha sin cuartel de la Guardia Civil contra ETA”, pero nos enfrenta también a la realidad de los GAL, y como lo muy malo inmunizó a una sociedad española que rechazó combatir al terror con terror.

Mientras el primer capítulo de “ETA, el final del silencio” nos presenta a dos protagonistas muy diferentes. 

Por un lado Juan Mari Jáuregui y José Luis López de Lacalle. Ambos sufrieron la cárcel por enfrentarse al franquismo. Y ambos fueron asesinados por ETA. Comunistas, socialistas, sindicalistas… que formaron la columna vertebral de la rebelión democrática, del movimiento antifascista que se enfrentó valientemente a ETA.

Por otro a Ibon Etxezarreta, miembro del comando de ETA que asesinó a Jáuregui. Que sí ha cruzado el umbral de pedir perdón a las víctimas, de condenar y rechazar el terror que ejecutó.

Bajo el silencio

De Iñaki Arteta. Leize Producciones.

Hay dos escenas de “Bajo el silencio” que impactan por diferentes motivos.

La del párroco de Lemona que hoy, repetimos hoy, sigue justificando abiertamente el terrorismo. Alguien capaz de declarar ante el asesinato de dos guardias civiles que “por una parte te alegras porque piensas que su merecido se llevan”. Y de negarse a condenar el tiro en la nuca o el coche bomba: “Terrorismo es una expresión que me revienta, porque sí… sin más. Que un pueblo oprimido al que quieran conquistar responda con violencia no sé hasta qué punto es terrorismo, eso es una guerra entre bandos”.

Desgraciadamente no es una excepción. Aunque el obispado de Bilbao lo destituyó al instante, tres organizaciones de curas vascos se pronunciaron no para condenarlo sino para defenderlo.

Y, dejándonos literalmente helados, ese bertzolari que glorifica a quien descerraja cinco tiros en la nuca de otra persona… mientras un público fanatizado lo aplaude. En la escena final de “Bajo el silencio”, ese bertzolari muestra la imagen de quien se ha autodestruido por tragarse el veneno de justificar el terror. Sabe que debe expulsarlo pero ya es incapaz. Quiere ser perdonado pero es incapaz de pedir perdón explícitamente.

La valentía de “Bajo el silencio” es la de mostrar en carne viva no solo a quienes aprietan el gatillo, sino también y sobre todo a quienes, desde instituciones “respetables” lo impulsaron y lo siguen justificando.

Estas cuatro series de televisión, junto al documental de Iñaki Arteta, que ya puede verse en los cines, cumplen el imprescindible papel del arte de contar la verdad, de desvelarla a contracorriente. Son una contribución a la batalla por la memoria histórica. Imprescindible para ganar un presente y un futuro de libertad.

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