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Fuerzas de orden

El Gobierno busca estos días el apoyo del episcopado católico para ahorrarse la foto de la discordia en el grupo parlamentario popular durante la tramitación de la limitada ‘contrarreforma’ de la ley del aborto. El Partido Socialista restituye a Felipe González en el altar mayor, devuelve a José Luis Rodríguez Zapatero a la capilla de los profetas menores, y una vez restaurada la verdadera jerarquía, el secretario general Pedro Sánchez recibe –por fin– la unción del fundador del partido socialdemócrata español.

Las últimas encuestas hablan de una España con cuatro partidos casi empatados y las fuerzas ‘viejas’ sólo pueden afrontar ese inédito combate apelando al instinto conservador de la sociedad. Una corriente más fuerte que el alto voltaje de las redes sociales. Un montón de gente quiere cambios, es cierto. Hay un difuso deseo de catarsis: ¡que los pecadores paguen por los justos! Hay ganas de zafarrancho, sin muchos cristales rotos, no vaya a ser que las cosas empeoren. La mayoría quiere un zarandeo político general con el cinturón de seguridad bien ajustado.

Los partidos viejos saben cómo es la gente. Llevan años estudiándola. Han pactado con ella muchas veces desde junio de 1977. “Al pueblo hay que amarlo”, solía declamar Giulio Andreotti. Quería decir que hay que conocerlo. Aceptar sus contradicciones. Intuir sus fantasías. Las fuerzas transitivas saben que la gente repudia los partidos débiles. Se puede ser viejo o nuevo, pero no se puede ser débil. España nietzscheana. Así hablaba Zaratustra.

El PP teme que un goteo de disidencias acabe alimentando esas analogías con la UCD que ya han comenzado a aparecer en los periódicos. El Partido Socialista restablece su ‘orden natural’ –el líder que gobernó durante 14 años con notable éxito, por delante del hombre al que le estalló la crisis en las manos– y querrá evitar un cisma en julio, bajo el toldo posmoderno de las elecciones primarias. “¡Todos con el secretario general!”, acaba de ordenar González. Susana Díaz, a la que le espera una temporada difícil en Andalucía, ha tomado nota. Carme Chacón y su inquieto círculo ya están avisados.

Desgastados por el paso del tiempo, erosionados por la crisis y ulcerados por los respectivos casos de corrupción, los partidos aún principales necesitan reafirmarse como ofertas seguras, estables, experimentadas y predecibles en el liberalizado mercado del voto. Un mercado más volátil que nunca, en el que 12,3 millones de electores nacidos después de 1974 ya no escuchan los reclamos emocionales de la transición.

Una mayor exposición pública de las tensiones en el PP podría alimentar las evidentes simpatías de un sector del Ibex 35 por la oferta liberal-centrista –y españolista– de Ciudadanos. Unas primarias sin claro vencedor en julio dejarían para el arrastre al Partido Socialista, especialmente si las candidaturas locales de Podemos logran adelantarle en Barcelona, Madrid, Zaragoza y Valencia, cosa que puede suceder.

España no se halla en situación prerrevolucionaria –ni Catalunya en puertas de la independencia– y a medida que se acerquen las elecciones generales, orladas por un crecimiento estadístico de la economía del 3%, los instintos de conservación de las clases medias menos perjudicadas por la crisis serán mucho más visibles.

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