SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

Felipe y el Ibex quieren un Gobierno de unidad tras las generales

Mariano Rajoy Brey ya es sesentón. El viernes cumplió 60 castañas, y asegura ante amigos que cumplirá 61 como inquilino de La Moncloa, es decir, siendo presidente del Gobierno, de modo que el gallego que más leña ha recibido en mucho tiempo tiene plena confianza en ganar las generales de final de año, porque los equipos revelación de la temporada, Podemos y Ciudadanos, perderán fuelle hasta situarse en un lugar más discreto del que ahora tantos auguran. La llave maestra del gallego fino sigue siendo la economía y sus datos, cada vez más sólidos, como el Banco de España se encargó de ratificar esta semana. Atentos a las cifras de paro de fin de mes. Y de crecimiento. En la Moncloa sigue reinando Pedro Arriola y su convencimiento de que las elecciones se deciden por el bolsillo, que es casi tanto como decir por el estómago, y que lo demás son gaitas. Gallegas, para más señas.

Sostiene Mariano que estos han sido los tres años más duros de su vida política, y no parece que 2015, cuarto y último de la legislatura, tenga mejor pinta. Anda el gallego lamiéndose las heridas del revolcón sufrido en Andalucía el pasado domingo, porque el hombre se echó la campaña a cuestas, sabedor de lo que se jugaba, en defensa del candidato propuesto por el camarada Javier Arenas, el mejor amigo de Luis Bárcenas, viajando al sur en reiteradas ocasiones y, lo que es peor, aceptando los términos de la confrontación populista que le propuso Susana Díaz. El resultado es que la parroquia que vota PSOE lo ha seguido haciendo a pesar de los escándalos de todos conocidos, mientras que el electorado ha pasado factura a los del PP y a la política de ajustes “de Madrid” obligada por la crisis. La derrota andaluza es, pues, suya y de sus acólitos, los reyes del “sí, bwana”, de esa gente mayor de edad, que no de dignidad, que en la mañana del lunes se sentó en la sede de Génova en torno al carismático líder y se tragó sin pestañear explicaciones de lo ocurrido tan surrealistas como que “hemos ganado 100.000 votos sobre las europeas de mayo de 2014, por lo que las cosas no han ido tan mal”, o que el simpático Moreno nocilla Bonilla “no ha tenido tiempo para darse a conocer en la Andalucía profunda”, ignorando la proeza de un Ciudadanos que apenas un mes antes no tenía ni candidato en la región.

En contra de lo ocurrido tras esas elecciones, cuando, a pesar de sus malos resultados, el PP logró ocultar sus vergüenzas sacando a relucir las del vecino, es decir, poniendo el foco en los pésimos datos del PSOE, ahora ya no ha sido posible repetir semejante ejercicio de prestidigitación, ahora las miserias de Rajoy y sus pupilos han quedado en evidencia. Es la constatación de un partido que está muy malito, un partido que amenaza ruina, que no es que esté pagando las consecuencias de una concienzuda política de ajustes obligada por la crisis (nuestro benemérito Estado gastó 58.000 millones más de los que ingresó en 2014, con una deuda pública que acaba de alcanzar por primera vez la mítica cima del billón de euros, como aquí contaba Antonio Maqueda este jueves), sino que se ha convertido en un partido manchado por la corrupción del que la gente huye o se esconde; un partido antipático, casi hostil, carente de una cara amable; un partido del que todo el mundo abomina; un partido sin prestigio ni autoridad moral para guiar los pasos de nadie.

El cambio desde dentro y la apertura de un proceso constituyente

Tampoco es que a la lideresa andaluza le haya ido muy bien la feria del 22 de marzo, a pesar de que el agitprop socialista ha vendido como un extraordinario éxito (“Susana Díaz obtiene una sólida mayoría”, El País del lunes 23) lo que no ha pasado de ser un fiasco en toda regla, porque no de otra forma cabe calificar la decisión de disolver en Sevilla para cosechar los mismos diputados que ya tenía, aunque con 125.000 votos menos, con los peores resultados de siempre del PSOE andaluz y sin un socio estable de Gobierno como el que tenía con IU. Un pan como unas tortas. Ahora, la señora Díaz está obligada a decidir en qué árbol ahorcarse, ardua tarea que ha hecho a muchos conspicuos analistas rectificar sobre la marcha y apearse del triunfalismo exhibido en un primer momento. De modo que el PSOE sigue donde estaba, mal de necesidad, aunque ahora tenemos la demostración empírica de que el PP está peor, enfrentado a unas expectativas electorales funestas, con Andalucía en picado, sin partido en Cataluña y País Vasco, con Valencia y Murcia en almoneda, y seriamente amenazado en su fortín madrileño. En estas circunstancias, ¿sigue pensando de verdad el señor Rajoy seguir en La Moncloa en 2016, o nos hallamos ante el espectáculo renovado de un führer que, refugiado en el bunker de Moncloa, cree contar con ejércitos que solo existen en su imaginación?

Los resultados del primer lance electoral del año 15 no han hecho sino confirmar las expectativas de los grupos de poder que llevan la manija del régimen moribundo: el lobo de Podemos no es tan fiero como lo habían pintado, y bien pudiera ser que quedara recluido en el aprisco electoral de la izquierda comunista del que nunca salió el glorioso PCE ni su posterior heredera, IU. En cambio, la eclosión de Ciudadanos abre la puerta a combinaciones muy sugestivas en el tablero de ajedrez que el Ibex 35 y sus terminales políticas, con Felipe González, Juan Luis Cebrián y Rubalcaba –que han vuelto a tomar las riendas del poder en la sombra- a la cabeza, están dispuestos a jugar en este año decisivo. La preocupación del mundo empresarial y financiero en 2014 se centró en cómo frenar el fenómeno Podemos, cómo acabar con su transversalidad, tras constatar su habilidad para instalarse con fuerza entre el votante no solo de izquierda, sino de centro e incluso del centro derecha. Ahora ya existe una fuerza política a la que ese votante puede acudir en caso de renegar del PP, de modo que hay que ayudar a Ciudadanos –alguien tiene que estar soportando financieramente la aventura-, aunque ello implique dañar la epidermis electoral del PP.

El tablero de ajedrez aludido tiene que ver con la formación de un Gobierno de concentración o de unidad nacional, llámesele como se quiera, entre PP y PSOE, inmediatamente después de las generales de noviembre, con una agenda a dos años cuya prioridad consistiría en la apertura de un proceso constituyente, es decir, abordar una reforma de la Constitución de 1978, que sería sometida a votación en referéndum, inmediatamente después del cual se disolverían las Cámaras para ir a nuevas elecciones generales. La eventual incorporación de Ciudadanos a ese Gobierno de coalición reforzaría mucho la fórmula, a la par que ayudaría al PSOE a superar sus complejos. Es el cambio desde dentro. En total serían tres años tres, que es el tiempo al que Felipe, uno de los muñidores del proyecto, aludía cuando en una reciente entrevista le preguntaron si veía a Susana, su criatura política, a los mandos del PSOE en Madrid: “Sí, la veo, pero quizá a tres años vista”. Los planes de Felipe y sus amigos en el Ibex 35 apuntan a que los cabezas de cartel de PP y PSOE en esas generales tras el cambio constitucional serían dos mujeres: Susana Díaz y Soraya Sáenz de Santamaría. ¿Incógnitas? Todas. Por ejemplo, ¿quién alienta en el seno del PP y/o del Gobierno ese proyecto constituyente, del que parece estar bien informado Felipe VI? ¿Tal vez la vicepresidenta y el elenco de listísimos tecnócratas que la rodean? Y Mariano… ¿Qué dice?

El PP navega hacia los acantilados de noviembre

¿Incertidumbre? Muchas. Las elecciones del 24 de mayo pueden devenir en auténticas catástrofes tanto para PP como para PSOE, con consecuencias directas sobre los liderazgos respectivos y, desde luego, sobre el “plan de máximos” arriba apuntado. Parece obvio que los resultados de Andalucía (encomiable la obstinación de Pedro Sánchez a la hora de venderlos como una gran victoria), permiten a Susana mantener abiertas todas sus opciones de futuro, lo que no se puede decir de Sánchez. Si el 22 de mayo el PSOE se fuera por la alcantarilla, al bello Pedro le resultaría muy difícil reclamar unanimidades en torno a su persona y en Ferraz podría ocurrir cualquier cosa de cara a las generales de noviembre. Mientras tanto, y en previsión a lo que pueda ocurrir el 25 de mayo, el chico se está haciendo con el poder orgánico dentro del partido a base de golpes de mano consistentes en “cepillarse” sin el menor miramiento a todo aquel aspirante a primarias o candidato electo que no le rinda pleitesía. ¡Democracia en estado puro!

Otro tanto, o peor, se puede decir del PP. La derecha política se juega mucho en una partida, municipales y autonómicas, en la que sale con las peores cartas. La pérdida de Valencia y Madrid, como se ha dicho, supondría un auténtico batacazo para el partido en tanto en cuanto anunciaría sin ambages la pérdida del poder en noviembre, un episodio que situaría al gran Mariano en condiciones de reeditar la hazaña de su antecesor, José María Aznar, cuando en 2004 pasó de la mayoría absoluta a la oposición sin solución de continuidad. Imposible, por otro lado, pensar en Ciudadanos acudiendo al rescate y permitiendo al PP gobernar Madrid a meses vista de las generales. Ahora bien, ¿alguien se imagina al Comité Ejecutivo del PP alzándose en armas contra Rajoy (tan lejos del Now we are the masters of our fate churchilliano, tan anclado al destino de su fatal desidia) en la mañana del 25 de mayo? El PP parece un barco a la deriva que avanza a toda máquina hacia los acantilados de noviembre, sin que en el puente de mando se advierta el menor intento de cambio de rumbo, entre otras cosas porque tal vez sea ya demasiado tarde para cualquier viraje.

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