Algo no huele bien en el relevo del jefe de los servicios secretos

Fango en las alcantarillas

Si hubiéramos de creer lo que hoy dice el diario el mundo sobre la dimisión/destitución del director general del CNI, estarí­a provocada por «una mesa para criar tomates», un caso claro de utilización del cargo para intereses personales, un «caso cerrado». Pero la dimisión de Alberto Saiz como director general del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) plantea incógnitas suficientes para que esto no sea así­.

Pero no nos engañemos, nada uede provocar un revuelo similar en los bajos fondos del Estado sin que obedezca a razones de peso. Que unas veces salen a la luz y que otras se adivinan por el olor nauseabundo que desprenden. De entrada, en los propios servicios de inteligencia y en los aledaños del gobierno de Zapatero se reconoce que el nombramiento del general Sanz es sólo “el primer paso para la amplia reforma que el gobierno se dispone a abordar en los servicios secretos españoles”. ¿Cómo podía ser de otra manera la negativa del presidente del Gobierno y de la ministra de Defensa a avalar la depuración de 60 agentes del CNI, con los que Saiz pretendía atajar las filtraciones desde dentro del CNI? Es una simplificación, pero resulta interesante preguntarse si existe alguna relación en el hecho de que el dimitido (destituido) director general del CNI se defina como un “hombre de confianza de José Bono”, el hombre que decretó la salida de las tropas de Irak, y que el actual nuevo director –general Sanz Roldán, es jefe del Estado Mayor de la Defensa- sea uno de los militares de confianza de Zapatero, asesor en La Moncloa, donde tiene despacho como Alto Representante para la Presidencia Española de la UE en asuntos de Defensa, experto en relaciones internacionales, que llegó a ser el candidato al mando del Comité Militar de la OTAN y agregado militar en la embajada de España en Washington, considerado como una persona con muy “buenos contactos” con Estados Unidos, una “persona amiga” de Washington. Es evidente, a estas alturas, que contra Saiz se ha desarrollado toda una campaña de acoso y derribo. Incluso algunas fuentes del CNI han hablado de “encerrona” para quitárselo de en medio. Las informaciones periodísticas sobre sus presuntas corruptelas, aprovechándose de su cargo para sus reformas residenciales, sólo han podido salir desde dentro ( o como aventuraba una apuesta periodística más maquiavélica, desde el propio entorno del gobierno) con un solo objetivo, quitárselo de en medio. ¿Por qué? Ese es el misterio. Pero que todavía no se conozca no quiere decir que no exista. ¿Habrán tenido algo que ver los casos de los fracasos del CNI en Cuba, donde dos de los dirigentes, inicialmente vinculados a la transición cubana –el vicepresidente Carlos Lage y del canciller Felipe Pérez Roque- fueron descubiertos relacionándose con el CNI y depurados? ¿No habrá alguna relación con la pretensión de EEUU de que España acepte presos de Guantánamo? ¿Cómo hay que interpretar las declaraciones de la ministra de Defensa, Carmen Chacón, en el sentido de que ha encargado al nuevo “ex máximo responsable del Ejército español un cambio radical en la gestión del CNI”? ¿Afganistán? ¿Obama? No sabemos, aún por qué, pero las “alcantarillas” huelen.

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