Facundo Cabral cantaba pero reía, y casi no sabía hacer las dos cosas separadas. Incluso cuando lloraba en lamentos musicales parecía que sonreía a las desgracias. Pero esta desgracia no tiene ninguna gracia. La música ha perdido a uno de sus silenciosos conquistadores. Facundo susurraba canciones, y contaba sus historias para reírse de la opresión.
Seguramente sus inicios no fueran, como se dice, con 17 años, sino con 9. A esa edad se escaó de casa durante cuatro meses, con la única intención de ver al presidente del Gobierno y pedirle trabajo. Y lo hizo, con travesía incluida y burlando la seguridad del matrimonio presidencial. Y consiguió trabajo. Algo así marca lo suficiente como para poder hablar el resto de tu vida por encima de algunos títulos, cargos y diplomas. Paso por el alcoholismo, la prisión y la resurrección. Gracias a un jesuita, Facundo Cabral estudió en 3 años lo que normalmente cuesta 12. Aunque cuenta que fue un vagabundo el que le marcó contándole el «sermón de la montaña», es indudable que la mano de un religioso le dio templanza y paciencia. Pasó de un expediente lleno de violencia a ser un artista sereno y de un poso que embobaba a decenas de miles de personas durante dos horas ininterrumpidas. Empezó como casi todos los cantautores argentinos, con la música folclórica, los Atahualpa Yupanqui y cantando como mercenario, pero en un balneario. Por eso era Facundo Cabral «el vagabundo de first class», como él decía. En sus inicios se dio a conocer como El Indio Gasparino, hasta que con su propio nombre saltó a la fama en 1970, con su composición más querida «No soy de aquí, ni soy de allá». Interpretó con Alberto Cortez, un gran amigo, con Julio Iglesias, Pedro Vargas o Neil Diamond. Era considerado uno de los cantantes protesta, y se exilió de su Argentina a México donde desarrolló su carrera, pero no. Porque aunque era allí donde volvía, Facundo Cabral recorrió 159 países. Como él mismo contaba, para su madre su casa estaba donde estaba su hijo. En el 84 regresó a Argentina aplaudido a rabiar, con recitales en el Teatro Luna Park, el Mar de la Plata… llenando estadios con decenas de miles de personas. En el 94 comenzó su andadura con Cortez, con quien firmó toda una serie de producciones de exquisito sensibilidad y un humor que tensaba el aire y relajaba los hombros. En estos últimos años había perdido mucha vista, pero no descaro; cuentan que regaló todos sus premios a un amigo taxista que era coleccionista. De momento nadie ha podido corroborar esta historia, ni encontrar los premios. Decía de sí mismo: «Fue mudo hasta los 9 años, analfabeto hasta los 14, enviudó trágicamente a los 40 y conoció a su padre a los 46. El más pagano de los predicadores cumple 70 años y repasa su vida desde la habitación de hotel que eligió como última morada» El misticismo y la religión estuvieron siempre presentes en todo lo que hacía y decía, sembrando siempre un humor irreverente y sincero… «pobrecito mi patrón que cree que el pobrecito soy yo». Fue asesinado por compartir coche con un objetivo de la mafia. Seguro que pensaría «qué gracia tiene la mala suerte». Pero, claro, en este caso la desgracia no tiene gracia. Se ha ido una genial voz que lo era cuando cantaba y cuando hablaba.