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Europa y los procesos secesionistas

Casi todos los medios de comunicación han señalado que Europa respiró tras el triunfo del “no” en el referéndum de Escocia y, aun cuando no se sabe muy bien a qué o a quiénes nos referimos cuando hablamos de Europa, la prensa tiene seguramente razón, y las autoridades europeas y los gobiernos de la mayoría de los países de la Unión ven con mucho recelo -hasta se podría decir que con animadversión- estos movimientos secesionistas. No es de extrañar, por tanto, que contemplasen con miedo, lo que pudiera resultar de la consulta escocesa y el efecto mimético que esta pudiera ejercer en otras regiones de Europa, empezando por Cataluña. El famoso efecto dominó. Es posible incluso que se haya pensado que David Cameron cometió de forma gratuita un error garrafal que podía tener un alto coste para el conjunto de la Unión Europa. Los referéndums los carga el diablo.

Un día antes de la consulta, Rajoy en respuesta a una pregunta del PNV en el Congreso, se refirió a ello, afirmando que “los procesos secesionistas son un torpedo en la línea de flotación del espíritu de la Unión Europea, porque Europa se ha hecho para integrar Estados y no para fragmentarlos”. La primera parte de la aseveración puede ser cierta; la segunda, en ningún caso.

Dados los numerosos problemas que tiene la Unión Europa, lo único que le faltaba es que se generase en su interior una mentalidad secesionista que atente contra la integridad territorial de varios Estados de la Unión, generando numerosas incertidumbres. Pero lo que no es cierto es que la Unión Europa, tal como se ha construido, haya integrado Estados, lo único que ha unido son mercados y lo que estos mercados globalizados exigían para su funcionamiento: la moneda. Es más, la Unión Monetaria así diseñada constituye un precedente negativo y un mal ejemplo que puede estimular las aspiraciones de los distintos nacionalismos.

La Unión Monetaria no solo está incrementando la disparidad y el enfrentamiento entre los países de la Eurozona, sino que propicia las fuerzas centrífugas dentro de cada país. De hecho, algunas regiones aspiran a copiar el modelo de desarticulación fiscal europeo y a que se incurra dentro de los Estados en unos desequilibrios territoriales semejantes a los que se están generando en la Eurozona.

Tradicionalmente, el Estado social y de derecho se ha venido basando, con mayor o menor intensidad, sobre una cuádruple unidad: comercial, monetaria, fiscal y política. Es sabido que las dos primeras generan desequilibrios regionales, tanto en tasas de crecimiento como en paro, desequilibrios que son paliados al menos parcialmente mediante las otras dos unidades, la fiscal y la política. La unión política implica que todos los ciudadanos tienen los mismos derechos y obligaciones independientemente de su lugar de residencia, y que por lo tanto pueden moverse con libertad por el territorio nacional y buscar un puesto de trabajo allí donde haya oferta. La unión fiscal, como consecuencia de la unión política y de la actuación redistributiva del Estado en el nivel personal (el que más tiene más paga y menos recibe), realiza también una función redistributiva en el nivel regional, que compensa en parte los desequilibrios creados por el mercado.

La Unión Monetaria Europea ha roto este equilibrio creando una unidad comercial y monetaria pero sin que se produzca ni se busque la unidad fiscal y política, lo que genera una situación económica anómala. Cataluña o la Italia del Norte pueden preguntarse por qué tienen que financiar ellos a Andalucía o a la Italia del Sur cuando Alemania no lo hace, obteniendo, no obstante, beneficios similares o mayores de la unión mercantil, monetaria y financiera.

Resulta ilustrativo que en Cataluña los nacionalistas se nieguen a aceptar que la teórica independencia conllevaría la exclusión de la Unión Europea y de la Unión Monetaria. Pretenden seguir teniendo el mismo acceso a los mercados, pero sin pagar por ello. En una palabra, pretenden convertirse en Alemania. Conviene no olvidar que el afán independentista de Más comienza cuando se le niega el pacto fiscal, es decir, un trato privilegiado similar al que -contra toda lógica- la Constitución otorga al País Vasco.

No se puede negar que en los movimientos independentistas se aglutinan muchos factores sentimentales y emotivos que nada tienen que ver con el dinero y que, hábilmente agitados y mezclados con toda clase de deformaciones históricas y de patrañas sin cuento, son muy efectivos a la hora de movilizar multitudes y de despertar fervores y paroxismos, pero detrás de todo ello y sobre todo en el ánimo de los que agitan lo que se persigue prioritariamente es la ruptura de la unión fiscal.

Los procesos secesionistas que están surgiendo en Europa son sin duda un peligro para la Unión Europea, pero al mismo tiempo son su consecuencia, sus hijos bastardos. Una vez más, el resultado de sus contradicciones, la consecuencia de haber creado una unidad comercial y monetaria sin unión política y fiscal. Al igual que se está originando un movimiento de huida del capital y de las grandes fortunas hacia los países más cómodos fiscalmente, se generan también fuerzas centrífugas en las regiones más ricas para evitar ser contribuyentes netos. De ahí la importancia dada por los nacionalistas a las balanzas y a los déficits fiscales. La imposición fiscal no es un asunto de solidaridad, sino de justicia. Si los catalanes o los madrileños contribuyen más por término medio, es porque también por término medio son más ricos que los habitantes de otras Comunidades. Y si reciben del sector público menos, es por el mismo motivo.

La Unión Monetaria está contribuyendo también por otras vías a la potenciación de los nacionalismos. La crisis económica, que en gran medida la misma Unión Monetaria ha generado, y la loca política de austeridad implantada han creado situaciones de extrema gravedad en las poblaciones de muchos países, constituyendo el caldo de cultivo adecuado para los movimientos xenófobos y separatistas. Por una parte, el nacionalismo prende dentro de los países señalando a los emigrantes, a los extranjeros, como los causantes de las desgracias; por otra parte, el nacionalismo toma cuerpo en las regiones ricas señalando al resto de regiones como culpables. Si no fuese un tema tan serio, resultaría jocoso y grotesco -y hasta pueblerino- el discurso de ciertos nacionalistas cuando apuntan como causante de todos los males de Cataluña al Estado español, aun cuando no sepan concretar quién o quiénes lo componen, porque, para bien o para mal, Cataluña y los catalanes han estado presentes por todas las vías posible en el gobierno del Estado.

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