El Tratado de Libre Comercio que está negociando en secreto la UE con EEUU tiene una serie de connotaciones que van más allá del libre comercio. En sí mismo, el incremento del comercio siempre es un juego positivo, que favorece el crecimiento y la riqueza siempre que se respeten una serie de límites. Estos límites tienen que ver con la propia idiosincrasia de los países que comercian y especialmente las leyes autónomas que rigen los derechos laborales, de consumo o medioambientales. Si un Tratado o Acuerdo lo que trata es de violar dichas normas, imponiendo la ley de la selva, los beneficios del comercio desaparecen al preponderar los efectos perniciosos de las externalidades negativas de muchas actividades.
El secretismo de las negociaciones no invita al optimismo
Los negociadores de la UE que se ocupan de este tratado están rodeados de los lobbies de las diferentes corporaciones multinacionales y patronales. La Comisión Europea se embarcó en más de 100 encuentros cerrados con lobbistas y multinacionales para negociar los contenidos del tratado. La Comisión Europea tuvo que reconocer esos encuentros a posteriori, y más del 90% de los participantes resultaron ser grandes empresas. Los documentos y negociaciones son opacos y secretos para el común. Esta forma de negociar ya dice mucho de quienes son los verdaderos beneficiados del futuro acuerdo, es decir las grandes multinacionales del consumo, la sanidad y otros servicios que hasta ahora eran monopolios públicos en Europa.
El negociador principal de la parte europea reconoció en una carta pública que todos los documentos relacionados con las negociaciones estarían cerrados al público durante al menos 30 años. Concretamente aseguró que esta negociación sería una excepción a la Regla 1049/2001 que establece que todos los documentos de las instituciones europeas han de ser públicos. Como dice el premio Nobel Joseph Stiglitz sobre la negociación clandestina del TTIP, “no se entiende tanto secretismo, a no ser que lo que están tramando sea realmente malo”.
Una vez aprobado el TLC todos los gobiernos tendrán que adaptar sus normativas nacionales a los nuevos acuerdos internacionales, lo cual implicará una nueva ola de reformas laborales, financieras, fiscales, etc. que sirva a esa armonización regulatoria propuesta en el tratado. El TTIP estará por encima de la Constitución de cada país, será como una supraconstitución. Y los tribunales internacionales de arbitraje, que no están constituidos por jueces independientes, tendrán un nivel judicial más alto que los tribunales nacionales. El TTIP incluirá una cláusula de protección de los inversores extranjeros (conocida como Investor-State Dispute Settlement, ISDS), que permitirá a las multinacionales demandar a los estados cuyos gobiernos aprueben leyes que afecten a sus beneficios económicos presentes o futuros.
La nueva norma supondrá un Nuevo Constitucionalismo a nivel europeo
El TTIP no es sólo comercio. Algunos profesores, como David Schneiderman, toda esta legislación nueva que se nos viene encima no es más que “Nuevo Constitucionalismo”, que garantiza derechos a los inversores por encima de los derechos de los ciudadanos.
En materia laboral, las consecuencias pueden ser aún peores para los trabajadores europeos. No hay que olvidar que EEUU se ha negado a ratificar seis de las ocho principales convenciones de la OIT, entre ellas las que conciernen a la libertad sindical y a la negociación colectiva. Por el contrario, todos los países de la Unión Europea han ratificado los ocho convenios fundamentales. Si esto se aprueba tal cual, estaríamos ante la americanización de las relaciones laborales, que a la postre nos aboca a un modelo de mercado laboral a la China, es decir sin reglas, ni protección de las conquistas sociales. Por poner un ejemplo, el derecho a 30 días de vacaciones pagadas en EEUU no existe, por lo que las grandes multinacionales que se instalen aquí pueden no reconocer la legislación española. Esto es solo un ejemplo.
Las condiciones laborales empeorarán y se igualarán a las de EEUU
La protección de las inversiones (o corporaciones) y sus normas de arbitraje dan preeminencia a las multinacionales sobre la capacidad legislativa de los gobiernos. El propósito no es la reducción de los ya bajos niveles arancelarios, sino la modificación de la regulación existente en las relaciones comerciales entre ambos espacios económicos, favoreciendo únicamente a las grandes empresas transnacionales que son las únicas interesadas. Se trata de la regulación relacionada con el control sanitario de determinados productos, con los estándares medioambientales, con los convenios laborales, con la propiedad intelectual e incluso con la privatización de servicios públicos. Se argumenta que estas normas suponen costes adicionales para las empresas, todo lo cual sería una pérdida de potencial económico para las distintas economías.
Los negociadores de Estados Unidos han señalado particularmente a la regulación sobre sanidad y productos fitosanitarios como principales objetivos a armonizar. Y es que la regulación de la Unión Europea en esta materia está mucho más desarrollada y es más rígida que la de Estados Unidos, razón por la cual una armonización a la baja será especialmente lesiva para los ciudadanos europeos.
Los grandes perdedores: sanidad, medioambiente, agricultura y el derecho a la intimidad
Finalmente, en materia de protección de datos, en Estados Unidos las grandes empresas pueden acceder sin límites a toda la información privada de sus clientes. Así, empresas como Facebook, Google o Microsoft tienen capacidad de utilizar esa información como deseen. Sin embargo, en la Unión Europea hay límites que protegen ese espacio personal. ACTA y ahora el TTIP buscan romper esa regulación europea para armonizarla con la falta de límites de Estados Unidos. En suma, este tratado de libre comercio atenta directamente contra algunos derechos fundamentales, derechos laborales y medioambientales que han costado años de lucha por parte de aquellos que creemos que el ser humano es algo más que un ser únicamente productivo al servicio de una multinacional.