Europa: riesgos muy serios de desintegración

La aventura secesionista catalana se ha tropezado con una verdadera muralla de rechazo y hostilidad en Europa. Ni un solo país europeo ha reconocido una Cataluña independiente. Este férreo monolitismo, impuesto desde Bruselas y dictado desde París y Berlín, resume la decidida voluntad de los centros de poder europeos de trazar una línea roja ante los crecientes síntomas de desintegración que acechan a Europa desde todos los frentes.

Desde que hace más de un año, Gran Bretaña decidiera en referéndum abandonar la UE, con el apoyo descarado de Putin y la simpatía manifiesta de Trump, Europa vive una verdadera escalada de tensiones que afectan prácticamente a todas las costuras de la Unión. El problema ya no es solo que el Reino Unido se ha marchado y que, si se va de rositas, deja una puerta abierta para que cualquier disconforme dé un portazo y se marche cuando lo desee, sino que a ello se han ido sumando nuevos y muy temibles factores de desintegración que ya están operando sobre todos los puntos más sensibles de la UE.

Empezando por la misma Alemania, hasta ahora adalid de la UE, garante de su estabilidad y baluarte inamovible de su cohesión. Como reconocía hace unos días el periodista de La Vanguardia Rafael Poch, actual enviado especial en París, «La Europa alemana está averiada en su misma sala de máquinas. Las elecciones han convertido al motor alemán en un pato cojo». Merkel ganó, pero perdiendo millones de votos, y ahora se encuentra ante el reto de formar un insólito gobierno, necesariamente inestable, con liberales y verdes. Mientras tanto, la antieuropea Alianza por Alemania ha conseguido el suficiente respaldo (90 diputados en el Bundestag) como para acabar imponiendo al país un debate sobre la presencia de Alemania en la UE, similar al que impuso en el pasado sobre la inmigración. Ante este inesperado giro de las cosas, los planes de Macron de volver a un nuevo eje franco-alemán que dirija a Europa se dan ya por muertos antes de nacer. Lo que se presagiaba como un retorno al entendimiento franco-alemán, puede acabar convertido en una brecha aún mayor que la que hubo en los tiempos de Hollande.«Sobre Europa se cierne «la tormenta perfecta», una conjunción de vientos huracanados que amenazan sus costuras y sus cimientos»

Respecto al Brexit, la grieta se hace cada vez mayor. De los debates entre «Brexit blando» y «Brexit duro» se ha pasado ya, en las últimas semanas, al planteamiento de que puede no haber ningún acuerdo. Es lo que la Asociación de la Industria Alemana llama «Brexit muy duro», y que provocará choques muy fuertes del bloque europeo con Gran Bretaña, pero también divisiones muy profundas tanto en Reino Unido como en Europa, donde EEUU presionará para salvaguardar la posición de su aliado británico.

A estas dos brechas, ya suficientemente graves, hay que unir ahora una que comienza a adquirir tintes verdaderamente preocupantes. En Alemania el AfD obtuvo el 13% de los votos, pero en las recientes elecciones austriacas, el Partido Liberal (de corte ultraderechista) obtuvo el doble, el 25%, y se postula ya como aliado preferente del Partido conservador, que ganó las elecciones, para formar el nuevo gobierno. Las fuerzas de la ultraderecha, antieuropeístas todas, se están convirtiendo en el Norte y Centroeuropa, en el receptáculo capaz de aglutinar a los descontentos de todo tipo, que crecen de día en día.

Y a estas fuerzas habría que sumar los partidos que ya gobiernan en Polonia y Hungría, a los que se acaba de sumar también la República Checa, donde un multimillonario antieuropeísta y simpatizante de Trump acaba de ganar las elecciones, abriendo hasta límites hasta ahora desconocidos la brecha entre el Este y el Oeste de Europa, en unos momentos en que la presión de Rusia se hace cada vez más descarada e intensa. La negativa de los gobiernos de todos estos países a cumplir las directrices de la UE en materia, por ejemplo, de inmigración, puede acabar produciendo una rebelión que dimanite la UE.

Y a esta brecha Este-Oeste, cada vez más peligrosa y casa vez más incontrolable, hay que sumar la sempiterna entre el Norte y el Sur. La fragilidad de las economías de Grecia, Italia, España y Portugal, con cifras de paro y pobreza que no desaparecen pese a la supuesta «recuperación», es una bomba retardada que sigue estando ahí, y puede estallar en cualquier momento.

A todo ello hay que sumar ahora las tensiones añadidas por el intento secesionista de los independentistas catalanes, que está despertando por doquier un alud de reclamaciones secesionistas como no se recordaba en Europa desde los tiempos de la implosión de los Balcanes. Ni siquiera el referéndum escocés produjo tal estado de excitación en viejos y nuevos conflictos nacionales, en el interior de los más diversos estados. Días pasador, la Lombardía y el Venetto (el norte rico de Italia) protagonizaron sendos referéndums, destinados en principio a reclamar más autonomía. Escocia ha aprovechado la ocasión para anunciar que quieren hacer otro referéndum. También en Euskadi han reaparecido viejas voces pidiendo seguir el «ejemplo catalén», una vez que la «vía etarra» ha fracasado. Y en Córcega se ha revitalizado la vieja reclamación contra Francia.

Incluso en los Balcanes, como recuerda Poch en su artículo, han resucitado y se han actualizado todo tipo de conflictos territoriales: «En Serbia, el primer ministro ve doble rasero en la benevolencia hacia Catalunya, y el ministro de Exteriores retoma la “separación” del norte de Kosovo, donde viven 120.000 serbios. En Bosnia, la República Srpska advierte que someterá a referéndum su “neutralidad militar” si musulmanes y croatas se adhieren a la OTAN. En Mostar, los croatas han izado la enseña de Herceg-Bosna junto a la senyera con el mensaje: “Suerte, nosotros seremos los siguientes”.

En plena eclosión del conflicto catalán, el presidente de la Comisión Europea Jean-Claude Juncker dijo que «no quería una Europa de 95 países». No se podía ser más explícito. La UE no puede ni siquiera mostrar la menor simpatía por el proceso catalán sin provocar al mismo tiempo un alud imparable de reclamaciones secesionistas y, en consecuencia, la desintegración total de la UE.«La Europa alemana está averiada en su misma sala de máquinas»

La contundencia, firmeza y unanimidad con que la UE en pleno ha respondido al desafío catalán es una prueba evidente de que todos han tenido en cuenta el potencial desestabilizador de un conflicto que podría alcanzar en muy poco tiempo efectos devastadores.

El propio Juncker reconocía que la UE sufre en estos momentos un fuerte viento de popa. En realidad la cosa es probablemente mucho más grave. Da la sensación de que sobre Europa se cierne «la tormenta perfecta», una conjunción de vientos huracanados que amenazaban desde todos los frentes los cimientos y las bases mismas de la UE. Mientras, a uno y otro lado, Putin y Trump parecen frotarse las manos, esperando sacar una tajada incierta de una crisis que, como la catalana, bien podría acabar convirtiémdose en un boomerang contra sus promotores.

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