Europa: entre la irrelevancia y la fantasía

La Unión Europea se mueve entre la división, la irrelevancia y la fantasía.

División política tras el triunfo del Brexit o las negativas de Polonia, Hungría y Rumanía a secundar la política para los refugiados marcada por Merkel. División social entre el norte rico y el sur sometido a las draconianas condiciones de austeridad impuestas por Berlín. División ideológica entre las corrientes nacionalistas, racistas y xenófobas y los vientos populares y patrióticos levantados por las clases populares como respuesta al saqueo.

Irrelevancia política y militar en un mundo que se encamina hacia un nuevo orden, con otras jerarquías y sistemas de alianzas determinadas por la elección de Trump y el ascenso de las potencias emergentes.

La fantasía, en fin, de convocar referéndums y elecciones para perderlas o considerar la salvación de la UE la elección de un presidente votado por el 16% del censo electoral.

Reino Unido inició este camino al convocar Cameron el referéndum sobre la pertenencia a la UE. El inesperado triunfo del Brexit forzó su dimisión. Y su sucesora, Theresa May, adelantó dos años las elecciones con el objetivo de reforzar su posición en las negociaciones con Bruselas. Pero en lugar de ello perdió la mayoría absoluta. Y su liderazgo al frente del país ha quedado más que en entredicho.

En Francia, la elección de Macron –saludado por muchos como “el salvador de Europa”– no es en realidad sino un “presidente por accidente”, el último clavo ardiendo al que ha podido aferrarse la clase dominante gala para frenar el ascenso del Frente Nacional. Y lo han tenido que hacer dinamitando todo el sistema político y dejando al 84% de los electores fuera del juego institucional. Dadas sus reaccionarias propuestas de recortes y rebajas salariales veremos lo que tarda en provocar una nueva “fronde” galvanizada por la juventud estudiantil y los poderosos sindicatos franceses. En realidad, su programa se limita a intentar aplicar de forma consecuente lo que ni Sarkozy ni Hollande se atrevieron: las recetas de austeridad dictadas desde la cancillería berlinesa. Lo que, sin duda, va alimentar el ascenso del soberanismo de derechas de Le Pen y el de izquierdas de Mélenchon, que juntos obtuvieron más del 40% de los votos en la primera vuelta de las elecciones presidenciales.

En Italia, un primer ministro provisional aupado de urgencia tras el fracaso de Mateo Renzzi en el referéndum para reformar la Constitución ha desaparecido de la escena política europea. Ni está ni se le espera. Mientras, el país transalpino ve desangrarse su sistema financiero y vuelve sus ojos hacia Berlusconi en busca de un liderazgo que, aunque corrupto y errático, sea al menos sólido.

Merkel, por su parte, amaga pero no da. Propone una política de refugiados, pero ante las resistencias de multitud de países europeos promueve un tratado vergonzoso con Turquía. Se muestra condescendiente con las propuestas de Macron de reforma de la estructura de la eurozona o la posibilidad de crear una Hacienda común. Pero está por ver cuánto hay de realidad y cuánto de fachada sin contenido. Se muestra receptiva a la creación de una defensa común europea, pero de ninguna manera llegar a poner en marcha un ejército comunitario, lo que no deja de ser un brindis al sol. Con Gran Bretaña fuera de la UE, Berlín sería demasiado dependiente de la potencia militar de Francia. No son pues esperables grandes cambios tampoco en este terreno. Merkel mantiene con fiereza las sanciones a Moscú por la ocupación del este de Ucrania. Pero al mismo tiempo se niega – pese a las reiteradas protestas de los países bálticos, Ucrania, Noruega o Ucrania– a cancelar la construcción del segundo gaseoducto que convertirá a Alemania en el gran hipermercado distribuidor de las gigantescas reservas de gas rusas en toda Europa.

Con los otros tres grandes, Reino Unido, Italia y España, “desaparecidos en combate”, sin presencia política y sin participar en las propuestas y debates que se promueven, aparentemente los asuntos europeos vuelven a ser cosa de dos. Y por todas partes surgen voces que hablan de la recuperación del eje franco-alemán. Pero las cosas han cambiado mucho desde los tiempos de Kohl y Mitterrand o de Schröeder y Chirac. La idílica recuperación de un matrimonio mal avenido y peor divorciado, es más bien cosa de Hollywood. Es decir, pura fantasía.

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