Selección de prensa nacional

Europa en sus manos

Ha salido reforzado el euroescepticismo, que se ha expresado en la entrada de numerosos parlamentarios fruto de un voto de protesta. El í­ndice de participación, el 43,6% de media en la Unión, ha marcado un nuevo mí­nimo

Aunque la baja articipación ha sido una constante en las elecciones europeas, las cifras de esta última convocatoria son especialmente preocupantes. No sólo por la dimensión que ha alcanzado la abstención, sino también porque la indiferencia de los ciudadanos retroalimenta la sensación cada vez más generalizada de que el proyecto europeo podría estar embarrancando. ABC.- A diferencia de lo que es habitual en los procesos electorales celebrados hasta ahora en España, sólo el PP se ha proclamado vencedor de las elecciones al Parlamento Europeo. Este es un indicio revelador de las consecuencias reales del resultado electoral, muy desfavorable para los socialistas EXPANSIÓN.- Socialistas y populares han abordado estos comicios, en los que el proyecto europeo ha sido el gran ausente, como si se tratasen de unas primarias de las próximas elecciones generales. Ése es el valor de la victoria del PP, por casi cuatro puntos de diferencia frente al PSOE. Este resultado permitirá a Rajoy, que probablemente se jugaba más que Zapatero, capitalizar la victoria y apuntalar su liderazgo Editorial. El País EUROPA EN SUS MANOS La mayoría de los europeos convocados a las urnas se ha desentendido de la próxima composición del Parlamento de Estrasburgo, y los que no lo han hecho han optado por reforzar la presencia de la derecha, que ha obtenido una rotunda victoria sobre la izquierda socialdemócrata. También ha salido reforzado el euroescepticismo, que se ha expresado en la entrada de numerosos parlamentarios fruto de un voto de protesta. El índice de participación, el 43,6% de media en la Unión, ha marcado un nuevo mínimo desde que, en 1979, la Eurocámara se abriera al sufragio universal. Y, por su parte, la distancia entre los conservadores y la izquierda, más de 90 escaños, es la mayor que ha conocido el Parlamento. Aunque la baja participación ha sido una constante en las elecciones europeas, las cifras de esta última convocatoria son especialmente preocupantes. No sólo por la dimensión que ha alcanzado la abstención, sino también porque la indiferencia de los ciudadanos retroalimenta la sensación cada vez más generalizada de que el proyecto europeo podría estar embarrancando. Si al desinterés de los Gobiernos euroescépticos que van ganando terreno entre los Veintisiete se suma ahora la creciente e imparable desafección de los principales beneficiarios de la Europa unida, el resultado podría resultar catastrófico para un proceso de integración que aún tiene enfrente dos desafíos mayores: el referéndum irlandés sobre el Tratado de Lisboa, en el que los resultados del domingo sin ser desfavorables para el sí no le facilitan el camino, y el eventual cambio de Gobierno en Reino Unido, donde una llegada prematura de los conservadores a Downing Street podría conducir a un referéndum revocatorio que abriría una crisis de dimensiones desconocidas. En unas elecciones disputadas en clave nacional, los Gobiernos de izquierda han sido castigados, mientras que los de la derecha han resistido. En el caso de Sarkozy, con holgura, y con desgaste en el de Merkel. Incluso un primer ministro tan peculiar como Berlusconi ha conseguido revalidar la mayoría de su partido a pesar de los escándalos que le acompañan de forma permanente. A la vista de estos resultados, la izquierda tiene en Europa una nueva asignatura sobre la que reflexionar, sobre todo porque, al aceptar que las diferentes campañas transcurriesen sobre una agenda exclusivamente nacional, ha aceptado implícitamente disputar estas elecciones en el terreno marcado por los conservadores, por lo general más reticentes al proyecto europeo. Y el argumento de que los Gobiernos de izquierda han sido castigados por la crisis no sirve siquiera como consuelo: los de derecha no han sufrido una penalización tan severa, con el agravante de que el consenso internacional para hacer frente a la crisis se apoya en políticas de intervención pública que, hasta ayer mismo, se consideraban patrimonio de los socialdemócratas. Pero también los conservadores tienen materia para reflexionar, pese a su rotunda victoria en las elecciones del domingo. Una cosa es exhibir actitudes euroescépticas y otra distinta asumir la responsabilidad de llevarlas a la práctica, arrojando por la borda más de medio siglo de exitosa historia europea. Con una mayoría como la que han obtenido en el Parlamento de Estrasburgo, el futuro de la Europa unida depende en gran medida de ellos. Y este poder sobre el destino europeo se vería incrementado, además, por la reelección de Durão Barroso al frente de la Comisión, que la victoria de los conservadores hace aún más verosímil. La derecha no deberá responder sólo ante los suyos de lo que acabe siendo una Europa en sus manos, sino también ante quienes, aun en minoría, siguen pensando que la Unión vale la pena. EL PAÍS. 9-6-2009 Editorial. ABC CENSURA Y DESCONFIANZA A diferencia de lo que es habitual en los procesos electorales celebrados hasta ahora en España, sólo el PP se ha proclamado vencedor de las elecciones al Parlamento Europeo. Este es un indicio revelador de las consecuencias reales del resultado electoral, muy desfavorable para los socialistas. El PSOE está intentando legítimamente minimizar su derrota, para lo que no le faltan apoyos de ciertos sectores de la derecha, sorprendentemente puntillosos con la incuestionable victoria, olvidando que los socialistas, al igual que los populares, tienen un suelo electoral muy firme. En 2000, cuando el PP alcanzó la mayoría absoluta, el PSOE más deteriorado políticamente obtuvo el 34,16 por ciento de los votos. Y antes, en 1996, con el paro por encima del 20 por ciento, los escándalos de corrupción y la guerra sucia del GAL, el PSOE se quedó sólo a 290.000 votos y a un 1,16 por ciento del PP. Esperar goleadas -siquiera a costa de la crisis- no sólo es poco realista, sino que contribuye a lastrar las expectativas de cambio que ha alimentado la victoria europea de los populares. Con un sentido elemental de la perspectiva puede comprobarse que la situación política tiene nuevas coordenadas. Hace un año, habría sido difícil vaticinar que el PP surgido del Congreso de Valencia iba a ganar en Galicia con mayoría absoluta, a decidir el nuevo Gobierno vasco y a vencer nítidamente en las europeas. No pocos pensaban que a esta hora la sucesión de Mariano Rajoy estaría abierta de nuevo. Por el contrario, lo que ha sucedido es que el PSOE ha fracasado en la gestión política de la crisis, en la estrategia electoral frente al PP y en la conservación de la imagen inmune de Zapatero. El PSOE se escuda en la crisis económica como causa de su derrota, pero otros gobiernos europeos -los principales- han superado favorablemente la prueba de las urnas. Además, para neutralizar ese efecto estaban el «caso Gürtel» en Madrid y la campaña contra Francisco Camps en Valencia, con la intención de socavar el liderazgo de Rajoy en sus feudos. El resultado es que el PP ha barrido literalmente en ambas comunidades, con resultados muy positivos también en Murcia, Galicia, Canarias o Castilla-León. Este análisis invierte las conclusiones en lo que afecta al PSOE: pierde siete puntos porcentuales en Cataluña; seis en Castilla-La Mancha, donde el PP se ha alzado con una espectacular victoria; siete en Andalucía, y cuatro en Extremadura. Estos retrocesos profundos del PSOE en sus principales caladeros de votos quieren decir que el liderazgo que se ha debilitado es el de Zapatero, quien no ha conseguido conservar apoyos en regiones teóricamente más proclives a sus «políticas sociales». Es evidente que ningún dato es extrapolable a unas elecciones generales, en las que entran en juego factores distintos a los que concurren en unas europeas, pero los datos son objetivos y claramente abren un nuevo ciclo en España. No en vano, y a modo de aviso, CiU animaba ayer al PP a presentar una moción de censura a Zapatero, dejando entrever su ánimo de agitar desde hoy mismo el ambiente preelectoral en Cataluña, y el propio PP emplazaba al presidente del Gobierno a someterse a una cuestión de confianza en el Congreso. Son indicios, en efecto, de un nuevo ciclo en el que el PSOE pasará muchos más apuros de los que había previsto para esta legislatura. ABC. 9-6-2009 Editorial. Expansión REVÁLIDA PARA RAJOY Y ZAPATERO SALVA EL TIPO Zapatero y Rajoy plantearon deliberadamente, sin disimulos, las elecciones europeas en clave nacional. Socialistas y populares han abordado estos comicios, en los que el proyecto europeo ha sido el gran ausente, como si se tratasen de unas primarias de las próximas elecciones generales. Ése es el valor de la victoria del PP, por casi cuatro puntos de diferencia frente al PSOE. Este resultado permitirá a Rajoy, que probablemente se jugaba más que Zapatero, capitalizar la victoria y apuntalar su liderazgo para taponar las fisuras internas entre los populares con la vista puesta en las generales de 2012. Los casi 600.000 votos de ventaja de los populares suponen una distancia suficiente como para pensar que su vuelta al poder en Galicia no fue algo circunstancial, y permitirá a Rajoy plantear a partir de ahora su oposición en el marco de un cambio de ciclo político después del correctivo que los ciudadanos han propinado al PSOE. A Zapatero, que entre las dos últimas europeas ha perdido casi 800.000 votos, le pasan factura los más de cuatro millones de parados y su deficiente gestión de la crisis. La apelación del miedo a la derechona y a los fantasmas del pasado como la guerra de Irak o el accidente del Yak no le han funcionado esta vez al PSOE para movilizar a su electorado. Rajoy podrá vender la derrota de Zapatero probablemente como una moción de censura ciudadana, a la vez que calmará las aguas dentro de su propio partido, privando así al PSOE de la baza de una oposición debilitada por las contiendas internas. Pero la brecha electoral que ha abierto el PP no es lo suficientemente amplia como para asistir a partir de ahora a un cambio sustancial en el escenario político. El PSOE atribuye la derrota a una lógica reacción del electorado por la severidad de la crisis, pero entiende que en los tres años que restan hasta las generales tiempo habrá para recomponer los platos rotos. El presidente podrá seguir gobernando con cierta comodidad gracias a los apoyos puntuales que puede recabar de las formaciones minoritarias. Zapatero sale tocado, pero no hundido, de unas elecciones a priori muy complicadas. Estos comicios de circunscripción única testimonian nítidamente la hegemonía bipartidista en España. El partido de Rosa Díez obtiene un escaño, pero le queda un sabor amargo al no alcanzar mayor representación. IU consigue salvar los muebles al repetir dos escaños. El resultado, en todo caso, debería servir de lección a los líderes de los dos grandes partidos para reflexionar sobre la conveniencia de lograr un gran acuerdo de Estado para emprender las reformas económicas y políticas precisas para remontar la recesión y preparar al país para un nuevo periodo de crecimiento sostenido. La elevadísima abstención obliga también a los políticos, españoles y europeos, a reflexionar sobre la vaga percepción que tienen los ciudadanos de la utilidad de las instituciones de la UE. Y al CIS, financiado con el dinero de los contribuyentes, habría que exigirle algunas respuestas sobre qué datos manejó para estimar que la participación en España superaría el 70% –fue sólo del 46%–, una reincidente equivocación. EXPANSIÓN. 8-6-2009

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