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Europa alboroza a Wall Street

Tiene más poder el mundo financiero en Europa que en Estados Unidos? ¿Mandan más los grandes bancos en el Eurogrupo que Wall Street en la Casa Blanca? Algunos expertos creen que sí y que la mejor prueba están siendo las reservadas negociaciones que se llevan a cabo para el futuro Tratado Trasatlántico de Comercio e Inversiones, es decir, el acuerdo económico más importante nunca firmado entre Estados Unidos y la Unión Europea. De hecho, la posición de la UE respecto a las normas comunes de regulación financiera es casi siempre acogida con alborozo en Wall Street, aseguran los analistas del Corporate Europe Observatory (CEO), una ONG holandesa, especializada en el control de las grandes empresas.

Los responsables del CEO estiman que las propuestas europeas debilitarán los intentos de poner en marcha una legislación estricta para el control de los bancos y de sus actividades financieras, que dificulte el estallido de crisis similares, o peores, a la de 2008. Su análisis se basa en un documento titulado Regulatory Co-operation on Financial Regulation in TTIP, elaborado por los servicios de la UE y filtrado esta semana (http://corporateeurope.org), que, a su juicio, muestra que los negociadores de la UE están más preocupados por defender los puros intereses de los bancos europeos que por acordar una regulación y supervisión adecuada, que defienda a los usuarios y a la sociedad en su conjunto. “La Unión Europea está a punto de concluir su agenda de reformas, consecuencia de la crisis de 2008, con una serie de reglas que son más débiles que las que ha puesto en marcha Estados Unidos en aspectos clave, como la regulación bancaria”, aseguran.

Son muchos quienes advierten sobre las presiones que están volviendo a ejercer las entidades financieras europeas para suavizar las medidas de control y supervisión de sus actividades

Se trata de una negociación extremadamente complicada, porque la Unión tiene la obligación de conseguir que los bancos europeos no resulten perjudicados a la hora de operar en Estados Unidos. Pero una cosa es garantizar que no son discriminados, y otra, intentar que el Tratado impulse normas de supervisión y solvencia financiera más relajadas, influidos, o mejor dicho, atrapados, por el formidable grupo de presión que forman los grandes bancos europeos.

Los expertos ponen un ejemplo: Estados Unidos quiere que los bancos que operen en su país informen a la Comisión de Comercio en Futuros (CFTC, en sus siglas inglesas) sobre las operaciones derivadas realizadas fuera de Estados Unidos. La Unión Europea no exige reciprocidad, sino que no existan normas extraterritoriales, algo que provoca gran alegría en Wall Street.

Las negociaciones del Tratado Estados Unidos-Unión Europea siguen su marcha, sin que se conozca el detalle de los acuerdos que se van alcanzando. Cierto que el texto final tendrá que ser ratificado por los Parlamentos de todos los Estados miembros de la UE, pero cierto también que los ciudadanos no han sido todavía alertados sobre el alcance que tendrá este extraordinario Tratado. Se adelanta que tendrá efectos positivos en la vida económica, porque revitalizará el comercio entre los dos grandes monstruos económicos del mundo. Pero no se dice ni palabra sobre sus efectos en la vida política.

Como es habitual, los tratados internacionales obligan a los países firmantes, que no pueden legislar en desencuentro con los acuerdos ya firmados. En este caso, además, parece que Estados Unidos propone que siempre que la UE proyecte una nueva legislación “que potencialmente pueda tener efecto significativo sobre el comercio internacional de servicios financieros”, la Comisión esté obligada a realizar consultas previas con Washington. Es decir, que no existirá un control a posteriori por parte del socio estadounidense, sino que será previo, y obligado, lo que resulta muy poco habitual.

Sea como sea, son muchos quienes advierten sobre las presiones que están volviendo a ejercer las entidades financieras europeas para suavizar las medidas de control y supervisión de sus actividades, temerosas de que se les aplique aunque solo sea el mismo trato que quiere dar el Gobierno de Estados Unidos a las suyas. Con su habitual lenguaje adulterado, protestan contra medidas “más gravosas de lo necesario”, como si la experiencia no hubiera demostrado que nunca hay que dejar que sean ellos mismos quienes realicen ese cálculo.

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