Cuando en septiembre de 2008 reventó la crisis financiera, los máximos dirigentes económicos y políticos de las grandes potencias insistieron en que no iban a repetir los mismos errores que sus antecesores cometieron tras el crack del 29. Dos años después, sin embargo, una peligrosa «guerra monetaria» impulsada por la poderosa Reserva Federal norteamericana empieza a causar estragos.
La actual situación de elea entre los Bancos Centrales de las mayores potencias capitalistas por reducir el valor de sus respectivas monedas, tratando de ganar ventajas para sus mercancías en el mercado mundial, empieza recordar a la guerra monetaria y comercial que tuvo lugar durante la Gran Depresión de los años 30. La llamada devaluación competitiva no benefició a nadie entonces, puesto que una vez dado el primer paso, todas las monedas empezaron a devaluarse unas contra otras, anulando sus efectos mutuamente. El movimiento, sin embargo, originó fuertes tensiones políticas, incertidumbre en los mercados y desembocó finalmente en un acendrado proteccionismo comercial, que a su vez multiplicó las tensiones políticas y los efectos de la crisis, encaminando abiertamente al planeta hacia la Segunda Guerra Mundial. Ni la histórica bajada de los tipos de interés a los que los Bancos centrales prestan el dinero (que en países como EEUU o Japón está en niveles cercanos al 0%), ni los programas extraordinarios de compra masiva de todo tipo de activos (desde la propia deuda publica, hasta los activos tóxicos de la banca o las aseguradoras), ni la impresión de nueva moneda para inundar los mercados de liquidez están sirviendo para que las economías de los países capitalistas más desarrollados salgan del estancamiento en que están sumidas. El envilecimiento de dólar Si en la década de los 30 fue EEUU quien con la Ley Smoot-Hawley inició la carrera del proteccionismo comercial, ocho décadas después es también Washington el que ha iniciado una guerra monetaria cuyas consecuencias pueden llegar a ser tan nefastas como aquellas. El presidente de la Reserva federal norteamericana, Ben Bernanke, es conocido en EEUU como “helicóptero Ben”, por su comentario, a comienzos de la crisis, de que si fuera necesario, él mismo se subiría en un helicóptero para lanzar montañas de dólares sobre las ciudades norteamericanas. Al ser nombrado como uno de los gobernadores de la Reserva federal y presidente del equipo de asesores económicos de Bush en 2002, Bernanke pronunció una conferencia en la que afirmaba: “como el oro, los dólares de EEUU tienen valor sólo en la medida en que se limite estrictamente su suministro. Pero el Gobierno de EEUU tiene una tecnología, llamada imprenta (en la actualidad, su equivalente electrónico), que le permite producir tantos dólares como desee, en esencia, sin coste alguno. Al aumentar la cantidad de dólares en circulación, o incluso al amenazar de forma creíble con hacerlo, el Gobierno también puede reducir el valor de un dólar en términos de bienes y servicios [es decir, reducir su valor respecto al resto de mercancías], lo que equivale a elevar el precio de los bienes y servicios en dólares. Por lo tanto, se concluye que, en virtud de un sistema de papel moneda, un Gobierno siempre puede generar un mayor gasto e inflación”. Y tiempo le faltó para poner en práctica tales ideas tras la caída de Lehman Brothers. En apenas dos años, la base monetaria del Banco Central norteamericano se ha multiplicado casi por tres, pasando de 800.000 millones de dólares a 2 billones 300.000. Ese billón y medio de diferencia no es otra cosa que la cantidad de moneda impresa por la Reserva Federal (FED) para la compra masiva de deuda pública norteamericana y deuda hipotecaria tóxica. Sólo esta ingente inyección de nuevos billetes pudo impedir que la crisis desembocara en un colapso total del sistema financiero yanqui. Pero ni siquiera esto es suficiente. El pasado mes de julio, un informe interno para inversores del Royal Bank of Scotland (RBS) hacía saltar las alarmas en medio mundo. En él, el banco británico avanzaba la posible intención, todavía oculta, de la Reserva federal de iniciar una nueva y monstruosa ronda de “quantitive easing” [expansión cuantitativa de la masa monetaria de un país], es decir, una segunda fase de expansión monetaria, sólo que infinitamente más intensa y potente que la efectuada hasta ahora. Según las informaciones procedentes de la propia FED, decía el informe, la cifra que tiene en mente Bernanke asciende nada mas y nada menos que a cinco billones de dólares (más de un tercio del PIB estadounidense y casi 4 veces el PIB español), ya que ésta era la cifra que aparecía “escrita a lápiz” en una de las actas oficiales de la FED bajo la anotación de “límite máximo de quantitive easing” que se podría aplicar. Como conclusión, el informe advertía a sus clientes sobre la posibilidad de que el “sistema bancario (sobre todo, europeo) y económico mundial se enfrente al precipicio a la vuelta de la esquina. Pensad lo impensable”, indicaba. Ingeniería monetaria Las razones para desatar lo que no puede interpretarse sino como una auténtica “guerra monetaria” es que ninguna de las medidas tomadas hasta ahora ha servido para impulsar la deseada recuperación económica. Y mientras las viejas potencias permanecen en un estancamiento económico del que no se adivina el fin, las potencias emergentes mantienen, o incluso aumentan, el ritmo de su desarrollo, comiéndoles bocados cada vez mas grandes en la distribución del poder económico mundial. La falta de resultados de tres años de política monetaria inédita, unido a las reiteradas negativas de China –verdadera clave de bóveda de la actual situación– a reevaluar su moneda frente al dólar, ha provocado que la autoridad monetaria norteamericana esté trabajando ahora de forma casi compulsiva para intentar devaluar al dólar frente al resto de divisas. Con un doble objetivo: impulsar las exportaciones norteamericanas e inyectar más dinero en los circuitos bancarios para evitar la deflación y monetizar la deuda, rebajando así su valor. Una política de alta ingeniería creativa cuyo primer resultado está siendo la caída del dólar frente al euro, la libra, el yen japonés, el franco suizo y las divisas de algunos países emergentes. Lo que a su vez provoca que las materias primas suban y el precio del oro bata récords. Sin embargo, una política monetaria de este tipo, que lo único que hace es salvar de la quema momentáneamente a EEUU a costa de quemar a los demás, sólo podía desatar la guerra. Guido Mantega, ministro de Economía de Brasil lo advertía recientemente en un discurso ante dirigentes empresariales de su país en vísperas de la jornada electoral: “Estamos en medio de una guerra monetaria internacional, de un debilitamiento general de las monedas. Esto nos pone en peligro porque nos quita competitividad”. Guerra en la que cada país, a través de su banco central, busca debilitar su moneda para impulsar la competitividad exterior. En apenas nueve meses, el dólar ha caído un 25% frente al real brasileño. Brasil ya ha intervenido aplicando una tasa a las entradas de capital extranjero para tratar de frenar la subida de su moneda, al igual que Corea del Sur. A mediados de septiembre, el banco central de Japón anunciaba que entraba directamente a comprar bonos estatales y corporativos en el mercado para detener la espectacular subida del yen frente al dólar. Y 15 días después bajaba el tipo oficial de interés del dinero que presta hasta el 0% y daba luz verde a un nuevo programa para comprar deuda pública y bonos corporativos por valor de 60.000 millones de dólares. Desde entonces, la carrera por depreciar las respectivas monedas se ha extendido por medio mundo, abarcando tanto a viejas potencias como a economías emergentes. Y los bancos centrales de Reino Unido, Nueva Zelanda, Australia, Canadá y el Banco Central Europeo ya han advertido con responder a unos movimientos que amenazan con revalorizar sus monedas restando competitividad a sus mercancías. Aunque esta guerra estalló en 2007, cuando los bancos centrales empezaron a competir entre sí para devaluar sus monedas, ahora se está intensificando de una manera desconocida. Si hace 3 años la disputa, bajo dirección y tutela de la FED, observaba unas ciertas reglas y límites, ahora –a causa de las iniciativas unilaterales tomadas por la FED– se desarrolla poco menos que al grito de “sálvese quien pueda”. Los compromisos adoptados en la cumbre del G-20 de Londres de abril de 2009, en que los dirigentes de las principales economías del mundo se comprometían a “abstenerse de cualquier tipo de devaluación competitiva” son hoy papel mojado. Pero además, esta guerra monetaria no afecta sólo al comercio exterior, sino también, y de forma directa, a las inversiones en activos denominados en dólares. Lo cual no hace sino añadir gasolina al fuego. Pero este segundo aspecto, así como las importantes implicaciones geopolíticas que tiene la guerra monetaria, las veremos en la próxima entrega. Los bancos centrales al rescate de la economía global M. Fujikawa, T. Tachikawa y D. Wessel El banco central de Japón, anticipando una decisión de la Reserva Federal de Estados Unidos para reanudar las compras a gran escala de bonos del Tesoro estadounidense, lanzó el martes un modesto programa de compra de bonos. La medida se realiza en un momento en que los bancos centrales del mundo responden a la debilidad de la recuperación económica y a los temores de que una tasa de inflación que ya es baja pueda seguir cayendo. El Banco de Japón, que ya adoptó lo que bautizó como "una política de tasa de interés virtualmente en cero", destinará 5 billones de yenes (US$60.000 millones) a la adquisición de bonos del gobierno, pagarés de empresas, fondos de inversión en bienes raíces y fondos de renta variable. "Si un banco central intenta conseguir el mayor impacto con su política monetaria, no hay otra opción que ingresar de lleno en ese mundo", reconoció Masaaki Shirakawa, gobernador del Banco de Japón. En los últimos días, los bancos centrales de varias economías desarrolladas han enviado enérgicas señales de que preparan un nuevo rescate de la economía global y de que están decididos a reducir el riesgo de una deflación global. Las medidas se producen cuando la política fiscal está estancada o retrocede en medio del alto endeudamiento de los gobiernos (…) Casi todas las economías más importantes buscan en algún grado contener el alza de sus monedas o incluso depreciarlas para fomentar las exportaciones, y el estímulo que pueden proveer los bancos centrales tiende a devaluar la divisa (…) Las medidas, asimismo, ejercen una indeseada presión alcista sobre las monedas de los países emergentes, muchos de los cuales registran robustas tasas de crecimiento. Brasil acaba de elevar al 4% el impuesto sobre la inversión extranjera de corto plazo en renta fija en un intento por desacelerar el ingresos de capitales al país. China, en tanto, soportó renovadas críticas, esta vez desde Europa, por negarse a revaluar el yuan. En EEUU, la Fed envió señales de que el programa de compra de bonos de 1,7 billones de dólares que terminó en marzo probablemente se reanude (…) La disposición de al menos algunos bancos centrales a actuar con rapidez contrasta con la renuencia de la mayoría de los gobiernos a embarcarse en otra ronda de estímulo fiscal (…) THE WALL STREET JOURNAL. 5-10-2010 La divergencia del mundo Ian Campbell Cuál es la amenaza, ¿la deflación o la inflación? Las dos fuerzas están luchando en una economía global todavía dividida entre aquellas desarrolladas deprimidas y el auge de China, India y los países emergentes de Asia. El problema de la deflación está sobre la mesa. El tipo de interés de la Fed es de prácticamente cero, pero el crecimiento es débil y la tasa de inflación es de apenas el 1,2%. Los mercados esperan que se imprima más dinero. Por eso el precio del oro ha alcanzado niveles máximos y el dólar sigue a la baja. Pero mientras las economías desarrolladas continúan tambaleándose, en otras partes del mundo prevalecen diferentes fuerzas. La semana pasada, India elevó las tasas de interés una vez más para contrarrestar la inflación del 11,3%. El problema del suministro de alimentos es una de las causas. Pero este rápido crecimiento, en torno al 8%, también está empujando al alza a los precios. El banco central de Australia sugirió ayer que pronto se producirá otra subida de tipos de interés. El Royal Bank de Australia señaló que el auge de la inversión minera, impulsada por la demanda china, podría elevar la inflación en una economía que crece por encima de lo estimado. La divergencia entre la fuerza de Asia y la debilidad de los desarrollados se refleja en importantes movimientos de tipos de cambio. Las monedas asiáticas muestran una tendencia al alza. EE UU presiona con más fuerza que nunca para que China deje que el yuan suba. Con crecimientos altos y monedas apreciadas, los emergentes de Asia tendrán que importar más, ayudando a Occidente a salir de la depresión. La inflación de Asia trae consigo una amenaza, como ya se puede ver en Reino Unido, con la subida de los precios más rápido que la de los salarios. La estanflación puede ser un riesgo para Occidente al pescar la inflación asiática y no su dinamismo. La deflación es también otro riesgo: que la recuperación no reviva y que incluso arrastre a los emergentes. Las tipos se mantendrán bajos y es posible una mayor impresión de dinero. BREAKING VIEWS. 22-9-2010