Estamos ante una pista de hielo más de dos kilómetros de longitud. Dos años largos durará el ciclo electoral que está a punto de comenzar con la preparación de la cita europea de mayo del 2014, que no será soporífera y movilizará políticamente a los sectores más informados de la sociedad. Serán las primeras elecciones europeas dignas de tal nombre, con un debate apasionante en Francia como principal punto de referencia. Al cabo de un año, también en mayo, se celebrarán unos comicios municipales y regionales (en 13 de las 17 autonomías), que medirán con bastante exactitud la temperatura del país. Pasados unos pocos meses –en otoño del 2015–, deberían tener lugar las elecciones generales, si el Gobierno de Mariano Rajoy, tras una atenta lectura de las encuestas de Pedro Arriola, no ha decidido adelantarlas, para hacerlas coincidir con municipales y autonómicas, en previsión de males mayores. Y es altamente probable que el nuevo grupo dirigente socialista andaluz decida intercalar en ese calendario unas elecciones anticipadas en la gran región del Sur –¿el 28 de febrero del 2015?–, para contener el auge de Izquierda Unida y legitimar en las urnas el poderío que la opinión publicada en Madrid ha decidido otorgar de manera casi unánime a la nueva presidenta Susana Díaz, trianera, pasionaria y muy española; profesional de las Juventudes Socialistas con puño de hierro.
Dos años de pista de hielo, con el gran interrogante de Catalunya. Si Artur Mas no sucumbe en El Proceso como el ciudadano K. en el inquietante relato de Franz Kafka –terrible final, el de la novela–, los electores catalanes votarían en noviembre del 2016, plebiscitariamente o después de tomar el vermut. Suyo sería el último tramo de la pista de hielo. En política siempre es aconsejable tener la última palabra, sobre todo en épocas de mucho ajetreo, pero en Catalunya hay sectores de la opinión que creen estar en vísperas del Gran Acontecimiento. Lo creen sinceramente. Hay visiones. El Armagedón Hispánico. Tenim pressa! 2014 será un año de lo más interesante en Catalunya. Muy interesante y aleccionador. Prepárense.
España se ha convertido en una inmensa pista de hielo. Paisaje invernal con patinadores y trampa para pájaros, tituló Brueghel el Joven, uno de sus cuadros más famosos (siglo XVI). La cuestión es la que sigue. En estos momentos hay más gente con uno de los dos pies fuera del sistema, o pisando la raya, que ciudadanos convencidos de la utilidad de su voto en unas próximas elecciones. En los dos últimos barómetros del Centro de Investigaciones Sociológicas (julio y octubre) la suma del voto en blanco, el abstencionismo voluntario y el no sabe o no contesta, alcanza el 53%. Un porcentaje nunca visto desde 1977. Los dos partidos principales apenas suman el 25% de intención directa de voto y la proyección más optimista no otorga al Partido Popular y al PSOE más del 60%, veinticuatro puntos por debajo del 84% cosechado por el bipartidismo en las últimas generales. Si esos parámetros se mantienen, estamos en puertas de la mayor crisis electoral desde la restauración de la democracia.
Pista de hielo muy deslizante. La desconfianza respecto al presidente del Gobierno y el jefe del primer partido de oposición han llegado a niveles abrumadores. El 87,8% siente poca o ninguna confianza en Mariano Rajoy. El 91% no se fía de Alfredo Pérez Rubalcaba. La corrupción y el fraude se sitúan en tercer lugar de las preocupaciones ciudadanas, lejos del paro, pero pisando los talones a los temores económicos que rodean el desempleo. En el escalón siguiente, la política y los partidos. (La cuestión de Catalunya ocupa un lugar marginal en esa tabla del CIS. Parece existir una relación inversamente proporcional entre una de las preferencias obsesivas de los medios de comunicación y el pálpito de la calle, fuera de Catalunya. O los españoles no se toman muy en serio lo del desafío separatista, o lo viven como un reñido partido de fútbol –posibilidad que no debiera excluirse–, o prefieren no concederle, por ahora, el certificado de gravedad, para evitar una visión aún más tenebrosa del cuadro en su conjunto).
Desafección por encima del 50%, caída en picado de la confianza en los principales líderes, fuerte descrédito del partidismo, persistente pesimismo ante la economía, desconcierto social ante el rosario de excarcelaciones derivadas de la sentencia de Estrasburgo y un visible trasvase de votos en favor de los grupos que se sitúan en la zona de ruptura: ruptura con el bipartidismo, intento de ruptura con el discurso de la austeridad, ruptura con el orden constitucional, ruptura de la unidad de España…. En ese área crítica habitan familias muy diversas, antagónicas incluso, con interesantes efectos de retroalimentación: ERC y Ciutadans, por ejemplo.
La pista de hielo tiene más de dos kilómetros de longitud y al final del recorrido se sabrá cuál es la profundidad y el tamaño exacto de la zona de ruptura. ¿Tendrán los electores catalanes la última palabra al respecto?