Seriales

España. ¿potencia imperialista o país dominado?

No es posible tener una idea cabal y una comprensión profunda sobre nuestra historia –tanto la pasada y la actual como la por venir– sin partir de un hecho clave: la decisiva intervención del imperialismo, de las distintas potencias imperialistas más fuertes de cada época, sobre el discurrir de la vida política nacional.

“Parece como si no existiera”

Uno de los más reconocidos escritores e intelectuales progresistas de nuestro tiempo, Manuel Vázquez Montalbán acertó al situar lo que consideraba una de las mayores deudas pendientes de la izquierda: “me obsesiona la poca importancia que se le da al imperialismo en los análisis actuales de la política y sobre todo aplicados a la política española, en donde tiene una importancia decisiva y parece como si no existiera”.

Efectivamente, el pensamiento de la izquierda casi nunca ha tenido en cuenta que la intervención de las potencias imperialistas ha constituido en los dos últimos siglos la fuente principal de la opresión y explotación que sufre nuestro pueblo.

Para luchar contra el oscurantismo se ha perseguido al cura, pero pocas veces se ha cuestionado el poder del Vaticano sobre nosotros; en la lucha contra la explotación se ha ido contra el gran industrial o el pequeño patrono local, pero olvidándose de los grandes capitales franceses e ingleses en el siglo pasado o de las multinacionales americanas o alemanas de ahora; contra la represión se ha combatido al guardia civil, al general africanista o al legionario, sin colocar como blanco principal el papel de las fuerzas de intervención extranjeras, desde la invasión napoleónica, los Cien Mil Hijos de San Luis, la colusión de todas las grandes potencias con la República española, la actual presencia de bases militares yanquis, el mando norteamericano de la OTAN sobre el ejército español o el sinsentido de proponer como alternativa una defensa europea, necesariamente dirigida desde Berlín.

Desde los primeros intentos de acabar con el Antiguo Régimen, la Guerra de la Independencia y las Cortes de Cádiz, es decir, desde hace más de 200 años, la izquierda ha sido incapaz de asumir que España había pasado desde el siglo XVII a ser un país dependiente, sometido al dominio y la intervención de los poderes imperialistas de turno.

Desde entonces y hasta nuestros días, detrás de cada acontecimiento sustancial en la vida nacional la mirada de la izquierda se ha quedado restringida a los poderes locales, pero sin ver la mano de las potencias imperialistas que, en todos los casos y sin excepción, han intervenido para reconducir el rumbo del país de acuerdo a sus intereses.

En el 23-F se acusó a Tejero y a las redes fascistas, pero sin denunciar que el origen de las tensiones golpistas estaba en la exigencia norteamericana de que España entrara, inmediatamente y a cualquier precio, en la OTAN.

Del mismo modo, una buena parte de la izquierda ha visto en las corrientes nacionalistas un ejemplo de la lucha contra la opresión nacional ejercida por la oligarquía, pero sin tener en cuenta que las camarillas dirigentes de los partidos nacionalistas se convertían muchas veces en arietes de las potencias imperialistas interesadas en fragmentar España para someterla a un dominio más férreo.

Esta es una auténtica asignatura pendiente para la izquierda, que jamás ha tenido en cuenta que vivimos en la época del imperialismo, donde el capitalismo se ha internacionalizado de tal

forma que los principales dueños de los países de segundo y tercer orden, como el nuestro, no son los oligarcas locales, sino los grandes capitales mundiales, las grandes potencias imperialistas que

dominan económica, política y militarmente lo que sucede dentro de nuestras fronteras.

Pero la izquierda en nuestro país ha sido incapaz de comprender que detrás del reaccionario poder local se escondía el verdadero amo que decide el destino del país: el imperialismo. La radicalidad con que se ha enfrentado a los poderes locales corre en paralelo con la ceguera ante los poderes imperiales y sus delegados.

Solamente el PCE de José Díaz y Pasionaria supo salvar este obstáculo histórico, señalando que la guerra contra el franquismo era también, y sobre todo, un combate contra los intentos del imperialismo alemán e italiano por dominar España.

Romper esta ceguera persistente que durante 200 años ha mantenido la izquierda ante la intervención imperial sobre España, es imprescindible para poder emprender las profundas transformaciones que nuestro país y nuestro pueblo necesitan.

Cambiar el rumbo del país de acuerdo a los intereses populares supone enfrentarse, no sólo a una oligarquía local fortalecida en los últimos años, sino principalmente a las potencias hegemonistas que, desde Washington a Berlín, están incrustadas, como un tumor maligno, en la vida nacional.

España, enigma histórico

Por otro lado, y tomando prestado el título de su extraordinaria obra “España, un enigma histórico” al maestro de historiadores D. Claudio Sánchez Albornoz, en el serial nos proponemos denunciar y combatir las concepciones, tergiversaciones y falsificaciones que las fuerzas nacionalista vienen sembrando en el último siglo sobre nuestra historia y su perniciosa influencia sobre el pensamiento de la izquierda.

Mientras una buena parte de la izquierda simpatiza y ve en las corrientes nacionalistas un ejemplo de la lucha contra la opresión nacional ejercida por la oligarquía, la realidad es que determinadas camarillas y líneas dirigentes de los partidos nacionalistas se han convertido en numerosas ocasiones (Guerra de Secesión de 1640, Guerra de Sucesión de 1713, Guerra Nacional Revolucionaria de1936, Gobierno de Ibarretxe, actual deriva de Mas y Puigdemont,…) en arietes de las potencias imperialistas interesadas en fragmentar España para someterla a un dominio más férreo.

Esta es una auténtica asignatura pendiente para la izquierda, que jamás ha tenido en cuenta que vivimos en la época del imperialismo, donde el capitalismo se ha internacionalizado de tal

forma que los principales dueños de los países de segundo y tercer orden como el nuestro, no son los oligarcas locales, sino los grandes capitales mundiales, las grandes potencias imperialistas que

dominan económica, política y militarmente lo que sucede dentro de nuestras fronteras.

500 años, en siete capítulos

En las próximas entregas vamos a tratar, de forma necesariamente abreviada y concentrada, en siete entregas los cinco últimos siglos de nuestra historia. Capítulos que, resumidamente, se proponen tratar los siguientes temas:

1º.- 1469-1516: los Reyes Católicos sientan los cimientos de la unidad nacional y del Estado moderno.

2º.- 1516-1808. Imperio y decadencia. Auge y caída del imperio hispánico. España convertida en satélite de las principales potencias y terreno de juego donde libran sus disputas por la hegemonía europea.

3º.- La Guerra de la Independencia. Guerra y revolución: una gesta heroica que marca el nacimiento de la la lucha por una nación de ciudadanos libres e iguales.

4º.- El siglo XIX. Liberales y conservadores, convertidos en aparatos de intervención política de Francia y Gran Bretaña. La alta burguesía española renuncia a la revolución tras la Iª República y se entrega a las potencias imperialistas más potentes de cada momento.

5º.- La crisis del 98. Cuba desde España. El nacimiento del movimiento obrero. Da comienzo el movimiento regeneracionista que eclosionará el 14 de abril. Con una etapa intermedia decisiva: la dictadura de Primo de Rivera

6º.- IIª República, guerra nacional revolucionaria y dictadura franquista. Colusión e intervención de todas las potencias imperialistas contra la República española

7º.- Primera y segunda Transición: bajo la batuta del hegemonismo yanqui. Atentado contra Carrero, defenestración de Suárez y 23-F

Hablan los hispanistas

“Políticamente débil, España será tratada por el extranjero como zona de influencia. La intervención de 1823, las posiciones adoptadas respecto al carlismo, ‘los matrimonios españoles’, las intrigas en torno a Espartero y Narváez son otros tantos episodios de una rivalidad anglo-francesa en torno a España.

Habría que reconstruir el papel de Inglaterra en el distanciamiento de las colonias, en el control de

los yacimientos mineros, en los esfuerzos de Cobden contra el proteccionismo textil, en las tendencias de Mendizábal, de Espartero y los librecambistas. España escapó a la suerte de satélite que aceptó Portugal, pero sus riquezas y su posición no cesaron de atraer sobre ella las intrigas extranjeras”.

Esta síntesis del prestigioso hispanista Pierre Villar recoge la sustancia olvidada de la historia de España. La aparición del imperialismo relegara a España, antaño una gran potencia, al papel de un país sometido a la permanente intervención de los nuevos centros de poder.

Ningún acontecimiento importante en los últimos dos siglos de nuestra historia puede entenderse sin tener en cuenta la presencia de distintos imperialismos disputándose el dominio del país.

Una lección del pasado que se proyecta hacia el presente. Sin tener en cuenta el histórico carácter de país intervenido no podemos dar una respuesta cabal a los problemas actuales. “Los Estados Unidos, como antes Alemania, piensan en servirse de España y no en servirla”.

Pierre Vilar recoge con esta frase sobre los acuerdos firmados por Franco en 1953 con los Estados Unidos, su posición respecto al papel del imperialismo en la historia de España: no es posible entender la historia de España en los últimos 200 años sin seguir el hilo a la intervención imperialista sobre España. Este será el pensamiento de Pierre Vilar presente en toda su obra.

Especialmente no es posible entender la lucha llevada a cabo heroicamente por la clase obrera,las fuerzas populares y progresistas de nuestro país en defensa de la libertad y la República contra la oligarquía reaccionaria y vendepatrias, el fascismo italiano y el nazismo alemán. Sólo es posible entenderlo desde el “nuevo patriotismo” del que habla Pierre Vilar.

“La intervención italo-alemana se hizo odiosa en toda la zona republicana, como atentado simultáneo a la libertad y a la patria. Se oyó a oradores anarquistas que invocaban a 1808 y la Reconquista. Se habló de frente nacional. Desde Giner, los intelectuales sabían mezclar la

tradición española con la voluntad de renovación. Desde Antonio Machado a Alberti, Altolaguirre, Miguel Hernández, los poetas ofrecieron al pueblo en guerra romances, sátiras y canciones, con tanta más emoción cuanto que el más grande de ellos, uno de los poetas más asombrosos de todos los tiempos, Federico García Lorca, ejecutado en Granada, había sido una de las primeras víctimas del movimiento militar. Se exaltó la tierra de España, su arte y su historia, por las oficinas de educación y de propaganda. Los clarividentes contaron con un nuevo patriotismo, ligado a las aspiraciones populares y carente de hostilidad a la personalidad de las regiones, para resolver la crisis de España como nación”.

Es con ese “nuevo patriotismo, ligado a las aspiraciones populares y carente de toda hostilidad a la personalidad de las regiones”, con el que la izquierda republicana, comunista, socialista, anarquista, la intelectualidad más avanzada, se enfrentó a la intervención imperialista sobre España.

Frente a quienes hoy pretenden presentar el patriotismo como el pasado y la reacción, o una versión ‘ligth’ en la que sólo aparece la defensa de los intereses “de la gente”, Pierre Vilar recoge como la izquierda revolucionaria ha sido esencialmente patriota, por antiimperialista. “Son antiespañoles, los que han vendido la patria al imperialismo” (José Díaz, Secretario General del PCE en 1937).

En la historia de España escrita por Pierre Vilar, están recogidas las dos contradicciones a que se enfrenta la izquierda en nuestro país. Colocar como blanco de sus ataques al cacique local, pero mantenerse ciega ante la intervención de las principales potencias imperialistas sobre España.

Y por otro lado, identificar el patriotismo y la unidad de España con posiciones reaccionarias, franquistas. Contradicciones que son la causa de que varias generaciones anden hoy perdidas, unos directamente por envenenamiento ideológico de quienes se presentan como dirigentes de la izquierda; otros sencillamente por la pérdida total de referencias históricas de clase.

García Lorca y la sustancia de España

«Podríamos hacer un mapa melódico de España y notaríamos en él una fusión entre las regiones, un cambio de sangres y jugos que veríamos alternar en las sístoles y diástoles de las estaciones del año. Veríamos claro el esqueleto de aire irrompible que une las regiones de la Península, esqueleto en vilo sobre la lluvia, con sensibilidad descubierta de molusco, para recoger en un centro a la menor invasión de otro mundo, y volver a manar fuera de peligro, la viejísima y compleja sustancia de España».

Con esta hermosísima descripción, la genial intuición poética y la insondable sabiduría de Lorca consiguen encerrar en una acertada sucesión de imágenes la realidad de España, o, cuanto menos, de algunas de las principales claves de lo que él llamó la «viejísima y compleja sustancia de España».

Las regiones de la Península, dice Lorca, están unidas en un ‘esqueleto de aire irrompible’. En tanto que esqueleto está hablándonos, pues, de una unidad orgánica y coherente. No de una simple suma de distintas partes, sino de una armónica y complementaria unión en la que cada uno de los miembros, desde su especificidad y su particular disposición, desde sus características peculiares y su propia personalidad contribuye de forma decisiva a crear la naturaleza del conjunto.

Pero ese esqueleto, añade Lorca, es de aire irrompible. De aire, es decir, invisible. No está sujeto por la norma política ni es necesario que se exprese de tal o cual forma en la ley escrita, sino que es una unidad, por así decirlo, genética; un mismo ADN inscrito en la sangre, en las tradiciones, en las costumbres, en los elementos comunes de una forma de ser que recorren la península de norte a sur, de este a oeste y que se reproduce de generación en generación.

Una unidad que se ha ido construyendo a golpe de mezclas, de fusión, de intercambio, de mestizaje, de vida y de lucha en común; en el que las distintas partes que la componen se han ido interpenetrando hasta el punto que, como dice Lorca, los continuos e inevitables ciclos y movimientos de contracción y dilatación social e histórica nos permiten ver esa fusión, ese intercambio permanente de ‘sangres y jugos’.

Por eso no se encuentra una sustancial diferencia haciendo un recorrido por las tabernas de Bilbao y las de Cádiz. Por eso se puede escuchar una jota lo mismo en Navarra que en Murcia. Por eso Falla supo encontrar las increíbles reminiscencias de ritmos astur-galaicos en la música popular castellano-andalusí. Por eso se encuentran más apellidos vascos en el resto de España que en la propia Euskadi. Y por eso las aportaciones de cada una de las nacionalidades y regiones al patrimonio común, a la sustancia de España, no pueden entenderse como una suma de la que resulte sencillo separar, restándolos, los distintos conceptos, sino que se fusionan y se mezclan, tornándose en sustancia y médula, en inseparable raíz y tronco común.

En esta característica reside una de las razones tanto de su complejidad como de la solidez profunda de su unidad.

Pero además, en su poética descripción de la sustancia de España, Lorca nos da otro elemento clave. La capacidad de recoger ‘en un centro a la menor invasión de este mundo’. Pero este centro, y ésta es una de las características de la historia de nuestro país, no es ningún lugar concreto, puede ser, en un momento dado, cualquier sitio. Desde Numancia hasta Móstoles, desde Cádiz hasta Zaragoza, desde Asturias hasta Toledo, desde Córdoba hasta el Bruch, desde Gernika hasta Madrid. A lo largo de la milenaria historia de las comunidades que habitamos el solar hispánico, cualquier nacionalidad o región puede convertirse en el centro capaz de recoger, y ‘volver a manar fuera de peligro la viejísima y compleja sustancia de España’. La compleja identidad plural sobre la que se ha construido la antiquísima y profunda unidad de nuestro pueblo ha sido capaz de crear esta realidad sobre la que se asienta una concepción revolucionaria y progresista de España.

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