España en guerra

La primera lección que los gobiernos occidentales -y entre ellos el español- deben tomarse en serio es la de llamar a las cosas por su nombre y olvidarse de una vez de circunloquios y eufemismos: en Afganistán estamos en guerra, es decir, España participa en una guerra con todas sus letras

Editorial. ABC Esaña en la guerra de Afganistán A la vista de los últimos acontecimientos en Afganistán, la primera lección que los gobiernos occidentales –y entre ellos el español– deben tomarse en serio es la de llamar a las cosas por su nombre y olvidarse de una vez de circunloquios y eufemismos: en Afganistán estamos en guerra, es decir, España participa en una guerra con todas sus letras. Sólo los que son capaces de reconocer abiertamente los problemas sabrán encontrar las soluciones adecuadas, pero hasta ahora hemos perdido demasiado tiempo tratando de encubrir la realidad bajo todo tipo de reticencias. Si seguimos pensando que lo que hace allí el Ejército es una inocente misión de reconstrucción y de cooperación civil, no será posible establecer una estrategia adecuada a una realidad en la que los militares se ven implicados, de forma cada vez más abierta y comprometida, en combates directos con los insurgentes talibanes. Por desgracia, hasta ahora la opinión pública occidental ha estado anestesiada por la descripción deliberada de un contexto que no se correspondía con la realidad, y en estos momentos coincide la desastrosa combinación de la degradación de la situación militar con la fatiga de las sociedades a las que se dijo que todo lo que había que hacer en aquel país de Asia Central era supervisar un proceso de reconstrucción poco más o menos ganado de antemano (…) Pese a todo, la alternativa de un abandono precipitado de Afganistán por parte de las fuerzas aliadas sigue siendo la peor de las opciones. El anuncio de la ministra de Defensa, Carme Chacón, de que España puede aumentar el número de sus efectivos es una decisión acertada, y lo sería aún más si viene acompañada de más medios técnicos (…) una decisión eminentemente ejecutiva, que le corresponde al presidente del Gobierno como responsable de la política militar. Lo que tiene que explicar en el Congreso no es cuántos soldados van a Afganistán, sino reconocer de una vez que van a una guerra. ABC. 5-9-2009 Editorial. El País Necesitamos un plan El deterioro de las finanzas públicas es uno de los efectos más visibles de la severidad de la crisis en las economías avanzadas (…) La economía española no es una excepción (…) Su déficit público se ha multiplicado por cinco (…) Frenar ese deterioro no va a ser sencillo, y explicárselo con rigor a los contribuyentes es una primera responsabilidad de los gobernantes (…) Pero con independencia de las dificultades es necesario disponer de un plan articulado y riguroso (…) que, por tanto, asuma que la reconducción del déficit público ha de hacerse en varios ejercicios presupuestarios y actuando sobre diversos ámbitos. El primero es la eficiencia en el gasto corriente, que aún dispone de margen de ajuste. En el capítulo de ingresos será necesario retocar aquellas figuras que más recauden y menores distorsiones generen en el funcionamiento de los agentes y de los mercados (…) Es también razonable que se analicen las posibilidades recaudatorias asociadas a la modificación de la tarifa en el IRPF o en las rentas del capital (…) La capacidad para consensuar un plan va a constituir una prueba de madurez de la clase política española. La confianza que eso transmita puede ser el fundamento de la paz social (…) EL PAÍS. 7-9-2009 Editorial. El Mundo El Gobierno se ahorca con su propia soga José Blanco no tuvo más remedio que salir ayer –una tarde de domingo de un 30 de agosto– a aclarar a EL MUNDO que el Gobierno no subirá el IRPF. El clamor social, la crítica de los partidos políticos y la necesidad de tener que matizar sus declaraciones (…) obligaron al ministro de Fomento a protagonizar esta escena tan poco habitual (…) Lo primero que confirma este rocambolesco episodio es que el Ejecutivo de Zapatero se mueve, en política económica, en la improvisación permanente. De otra forma no se explica que Blanco diga un día que van a subir los tipos impositivos de las personas «que tienen más renta», que días después la vicepresidenta Salgado confirme que todos los impuestos están en revisión, que el presidente matice a continuación que la subida será «limitada» y «temporal», que Blanco identifique finalmente a «las clases altas» con quienes cobran más de 50.000 euros brutos al año y que, horas después, diga que de todo lo dicho nada. Esta sucesión de disparates, impropias de un Gobierno serio, lleva a pensar que ha habido un debate en La Moncloa sobre la conveniencia de subir la presión fiscal y que se ha lanzado un globo sonda para ver la respuesta en la calle. Vista la reacción, al final se ha dado marcha atrás (…) La decisión que ha tomado el Ejecutivo es gravar sólo las rentas de capital (…) que hoy tributan al 18%. El problema es que lo que Hacienda recauda por ese concepto suma apenas 1.580 millones de euros. Por mucho que se subiera el gravamen, la cantidad final sería ridícula (…) Al final, para aumentar la recaudación unos 30 millones de euros –en el mejor de los casos– el PSOE ha provocado una tormenta política y un malestar social que desgastan todavía más su imagen (…) EL MUNDO. 31-8-2009

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