Mariano Rajoy se ahorró estas Navidades la visita tradicional a las tropas españolas desplegadas en las misiones de paz internacionales, que han cumplido los presidentes del Gobierno residentes en Moncloa. Prefirió delegar en la vicepresidenta para todo, Soraya Sáenz de Santamaría, que tiene acreditada capacidad de cambiar sin aspavientos la seda por el percal. La alternativa fue felicitar a nuestros militares a través de videoconferencia. Buena ocasión para agradecerles el “esfuerzo” que realizan en “beneficio de la seguridad internacional” y del país; para insistir en que “España es una gran nación en parte por la entrega y vocación de sus militares”; para reconocer la contribución “esencial” que han prestado para que nuestro país haya sido elegido miembro del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y esté considerado un “aliado fiable” en la OTAN y un socio relevante de la Unión Europea.
La celebración hoy de la Pascua Militar, bajo la presidencia por primera vez del rey Felipe VI, es buena ocasión para volver sobre la vocación, el esfuerzo, la entrega y la contribución que los militares encuadrados en las Fuerzas Armadas prestan a las órdenes del Gobierno como respaldo para el logro de los objetivos de nuestra política exterior. Todavía más, habida cuenta de que en el año que acaba de extinguirse hemos despedido al presidente Adolfo Suárez y se ha producido la abdicación de don Juan Carlos I, que desempeñaron funciones decisivas para que el cambio fuera posible. Porque cuando algunos querrían invalidar la Transición y reducirla a un ejercicio de cobardía colectiva, se impone reconocer que por la senda “de la ley a la ley, pasando por la ley”, se fue del régimen de Franco a la monarquía parlamentaria y de la dictadura del partido único y los principios del Movimiento a la democracia constitucional del Estado social y democrático de derecho.
En cuanto a los militares, casi 40 años después de haber designado al generalísimo en Salamanca, hubieron de hacer un delicado cambio de lealtades. Tenían que dejar de ser los ejércitos de Franco, en cuya estricta fidelidad habían sido formados, con la misión añadida de mantener todo “atado bien atado”, para convertirse en los ejércitos de España, en la garantía última de sus libertades, a las órdenes de un Gobierno responsable ante las urnas, en contraste con sus predecesores que se reservaban comparecer sólo “ante Dios y ante la Historia”. Para todo ello, nadie dio facilidades. Ni los terroristas ni los bunkerianos. Los primeros, sembrando cadáveres; los segundos, promoviendo intentonas golpistas. Aquí la democracia no la trajeron los militares de la UMD, como en el Portugal de los claveles hizo el Movimiento de las Fuerzas Armadas. La democracia vino de la mano de las fuerzas políticas que lograron poner a los ejércitos a las órdenes del Gobierno, tarea a la que contribuyó de manera decisiva el Rey don Juan Carlos. Luego, sucede que la reforma de las Fuerzas Armadas es la que tiene más en cuenta el progreso en sus escalas según mérito y capacidad y la que mejor ha roto con las inercias.
Toda una trayectoria frente a la cual carece de sentido que España, liberada en 1986 de las servidumbres franquistas, confunda ahora la cualidad de aliado fiable en la NATO y se pliegue en Rota y en Morón a la penosa condición de satélite de Washington prestando sin más su geografía.