SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

Escocia, Cataluña y el polí­tico más torpe de Europa

Pánico en Londres. Las encuestas se han dado la vuelta y el Scottish National Party (SNP) de Alex Salmond podría llevarse el gato al agua. En otras palabras: según el sondeo del periódico Sunday Times el ‘sí’ superaría en un punto al ‘no’ y los escoceses separatistas podrían cantar victoria el día 18 cuando termine el recuento del referéndum. Se habría consumado así una de las torpezas políticas que pasarían a la historia: la ruptura del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte. Y, por razones obvias –Cataluña–, el ‘sí’ a la secesión en Escocia nos concierne y lo hace también a la Unión Europea.

Javier Tajadura, profesor de Derecho Constitucional en la Universidad Pública Vasca escribió en El Correo de Bilbao el pasado día 2 un artículo titulado “¿Escocia o Baviera?” en el que, entre otras cosas, decía:

“El referéndum sobre la independencia de Escocia del Reino Unido que el primer ministro británico, David Cameron, pactó con su homólogo escocés, Alex Salmond, se contempla hoy –desde la Casa Blanca hasta la Cancillería alemana, pasando por el cuartel general de la OTAN y la Comisión Europea en Bruselas– como la mayor irresponsabilidad que un dirigente político occidental ha cometido después de la Segunda Guerra Mundial. Cameron ha abierto la Caja de Pandora con un potencial desestabilizador formidable. No sólo porque podría conducir a la fragmentación de la segunda potencia militar de Occidente sino, sobre todo, porque contribuye a alimentar el principio de autodeterminación de las nacionalidades en virtud de la cual las naciones culturales deben convertirse en Estados independientes”.

El razonamiento del profesor Tajadura, además de teóricamente irreprochable, es enteramente cierto. Basta con leer entre líneas la prensa internacional y algunos análisis de la UE. Nadie olvida que estamos en el centenario de la Gran Guerra (1914), lo que induce a nuestro autor a escribir que el principio de autodeterminación “sirvió, hace cien años, para destruir comunidades políticas inclusivas como el Imperio Austro-Húngaro, para erigir fronteras, crear conflictos y sumir a Europa, veinte años después, en una nueva orgía de sangre. La irresponsabilidad de Cameron podría tener consecuencias muy peligrosas para la Unión Europea y para la Alianza Atlántica, y por esta razón, en el contexto europeo actual, el referéndum escocés no puede considerarse un modelo válido”.

Cameron es un inglés poco británico que lanzó un envite al inteligente Salmond cuando éste y su partido –con mayoría absoluta en Escocia– ofrecieron la alternativa de mejorar el autogobierno evitando el planteamiento independentista. El premier conservador le envidó y le puso entre la espada y la pared: o independencia o nada. Y así se consumó uno de los mayores riesgos para la UE y para la Gran Bretaña desde hace más de trescientos años. Ahora, podría afirmarse que Londres suplica –ora con promesas, ora con amenazas– que los escoceses digan no a la secesión. Salmond se ha preguntado si Cameron les toma por “imbéciles”. Lógico.

Los errores de Cameron son aún mayores: el unionismo ganaba en Escocia sobre el separatismo por más de diez puntos con una gran bolsa de indecisos apenas hace diez meses. Esa ventaja la ha ido perdiendo el Gobierno británico –¿o el Gobierno inglés?– por su arrogancia. En vez de pedir la colaboración de la oposición laborista en activo –la que dirige Ed Miliband, cuya formación ha sido y es fuerte en Escocia– ha entregado la estrategia a un aseado técnico, Alister Darling, que dice cosas sensatas pero que carece de evocaciones políticas de fondo en las Tierras Altas. Por otra parte, los tories no tienen presencia en Escocia y su huella, además de testimonial, es detestada por la mayoría allí, mucho más cuando su líder es un inglés aristócrata, que profesa fervor al poderío de Westminster.

En su interesante libro “La independencia de Escocia” (Ediciones de la Universidad de Valencia. 2009), Michael Keating –profesor de Ciencia Política en la Universidad de Aberdeen y en el Instituto Europeo de Florencia y autor de ensayos sobre Cataluña y Quebec– explica “la extraña muerte de la Escocia unionista” (páginas 74 y siguientes), que atribuye, entre otras razones, a un conservatismo inglés que tiene más conciencia de identidad propia que de la britanidad del conjunto, lo que le hace concluir el libro con estas demoledoras frases: “Mientras los escoceses tengan otras opciones, es poco probable que el final del Reino Unido venga de la secesión escocesa. Es más posible que venga, aunque resulte extraño decirlo, de la secesión de una Inglaterra que ya no está dispuesta a pagar el precio político y económico de la Unión”.

Cameron podría hacer de su capa un sayo; pero la unidad e integridad de los Estados no le corresponde en una Europa globalizada en la que emergen fenómenos centrífugos como en el norte de Italia, en Bélgica, en Cataluña y en el País Vasco, entre otros, incipientes. Incluso el Sureste inglés parece comenzar a tener una conciencia propia frente al conjunto al conformar una de las regiones opulentas de Europa. De ahí que sea el momento de denunciar –por enésima vez en la historia– que determinadas arrogancias inglesas pueden hacer mucho daño al conjunto europeo cuya unidad y funcionalidad se ven lastradas por la renuencia de los conservadores británicos (exactamente, ingleses).

No hará falta decir que si la secesión prospera en Escocia el día 18 por la inmensa e histórica torpeza de Cameron, la Unión Europea pasará a la acción para que no se repitan situaciones parecidas y presionará a los Gobiernos para que negocien con los secesionismos en curso. Y entre ellos, el catalán. Estos episodios independentistas podrían, así, pasar de ser “asuntos internos” a problemas capitales de la Unión, que trataría de evitar su implosión.

Tan importante, o más, que la Diada catalana, que la ley de consultas, que la amenaza de declaración unilateral de independencia de ERC y de otros, que el amago insurreccional del 9-N, es el referéndum escocés del día 18 que se celebra por la inmensa irresponsabilidad de David Cameron, que pudo evitar esta crisis de haber aceptado en su momento un planteamiento no rupturista de un Salmond que, ahora sí, va a por todas. Esperemos que el día 19 –sea cual fuere el resultado– Cameron se abra del número 10 de Downing Street.

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