El calado y las consecuencias de la crisis en España

Es mucho peor de lo que parece

3,7 millones de parados -si añadimos los 400.000 que el gobierno borra de las estadí­sticas mediante piruetas contables-, 1.200.000 desempleados sin cobrar prestación alguna, 183.000 pymes a punto de cerrar gracias a la restricción del crédito, una vertiginosa caí­da del 19,5% en los í­ndices de producción industrial… Resulta difí­cil imaginarse algo peor. Pero sí­. El calado y las consecuencias de la crisis en España son mucho peores, infinitamente más graves, de lo que incluso hoy podemos percibir. Cada dí­a que pasa, resulta más necesario y urgente que los trabajadores, agricultores, pequeños empresarios, pensionistas… tomemos conciencia de la gravedad del momento, y pasemos a la acción para evitar que la onerosa factura de la crisis se descargue sobre nosotros.

Islandia era hasta hace muy oco un envidiado ejemplo de desarrollo, situado por la ONU en el primer lugar de su índice de desarrollo humano. Pero todo su fulgurante desarrollo estaba sostenido sobre los frágiles cimientos de un endeudamiento exterior insostenible. De un solo golpe, el azote de la crisis ha dinamitado el país, convirtiendo el antaño plácido paraíso en un infierno de conflictividad social. También España era considerada hace pocos años, cuando crecía a un ritmo superior a Francia o Alemania, como un ejemplo de “milagro económico”. Pero esto no puede ocurrir en España, piensan muchos. Somos un país con muchas más reservas y fortalezas que Islandia, apostillan otros. Pero cuando veas las barbas de tu vecino pelar… Zapatero y Solbes nos legan el país más endeudado del mundo. Nuestra dependencia de la financiación exterior nos lleva a pedir prestado al capital extranjero una cantidad superior al PIB nacional. Durante una década, se ha basado todo el desarrollo en un único motor: la construcción. Un desmesurado boom inmobiliario, con una inevitable fecha de caducidad, sostenía como único pilar maestro toda la economía nacional. Previamente, producto de las exigencias para nuestra entrada en el mercado común, se había desmantelado o entregado a manos extranjeras, las principales industrias y fuentes de riqueza, reservando sólo unas pocas (banca, telecomunicaciones, energía…) para goce y disfrute de un ínfimo puñado de familias oligárquicas. En la base de la pirámide de ese frágil “milagro económico” español, un pueblo trabajador sometido a condiciones de precariedad laboral cada vez mayores, y asfixiado por un nivel de endeudamiento insoportable –producto de la usura financiera-. En estas condiciones, con un país sometido a un grado inconcebible de dependencia del capital extranjero y las principales potencias, y una población mucho más vulnerable por debajo de la aparente elevación del nivel de vida, la crisis es como un cuchillo atravesando un bloque de mantequilla. No es verdad, como afirma Zapatero, que la crisis esté afectando a España como al resto de países desarrollados. Los índices de paro (que duplican el volumen europeo y multiplican por 9,5 el ritmo de aumento medio de la UE) desmienten completamente el engaño de Zapatero. El modelo productivo implantado en la última década, que ha permitido a bancos y monopolios multiplicar sus beneficios y alcanzar una expansión internacional desconocida, nos pone a los pies de los caballos de la crisis. La vertiginosa aceleración del aumento del paro o la caída de los índices de producción industrial en el último trimestre, son una amenazante advertencia de que lo peor todavía está por venir. Y ojear los principales periódicos –que no tienen complejos en actuar como voceros de la oligarquía- exigiendo más moderación salarial, mayor flexibilidad laboral, o incluso un recorte de los gastos sociales, como salida a la crisis, nos dan una idea de los planes que bancos y monopolios preparan para cargar todavía más la factura de la crisis sobre los trabajadores. Ellos tienen muy claro lo que quieren hacer. Y el gobierno de Zapatero, cuyo papel de gestor de los intereses de la gran banca, especialmente de los de Emilio Botín, nunca ha estado más al descubierto, se prepara para darles satisfacción. Frente a este panorama, es vital, en el sentido literal del término, que los trabajadores (y el conjunto de sectores afectados, desde autónomos a agricultores, desde pymes a pensionistas) demos una respuesta a la altura de lo que nos jugamos. Es aquí donde la práctica desaparición de los dos sindicatos mayoritarios –CCOO y UGT- se vuelve más grave. Deberían ser ellos quienes encabezaran las movilizaciones, pero en realidad actúan como “apagafuegos” de la conflictividad social que la crisis genera. No podemos perder ni un segundo más. Es demasiado lo que nos jugamos.

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