Con un lápiz por emblema y el lema “no más pobres en un país rico”, Pedro Castillo, maestro rural y dirigente del sindicato de docentes -apodado cariñosamente “el profe” por sus seguidores- ha ganado las elecciones del Perú. Su trayectoria cuenta la historia de una prolongada, tenaz y persistente lucha popular, a cuyos lomos ha llegado este maestro al Palacio Presidencial en Lima.
Érase el Perú profundo, campesino e inca. Érase el Perú pobre, andino y cobrizo. Érase el Perú postergado, ninguneado y olvidado. Érase el Perú de los parias.
Érase el poblado de San Luis de Puña, un remoto Macondo en un valle del montañoso departamento de Cajamarca, al norte del país, la misma región donde resistió Atahualpa, el último de los soberanos Incas.
Allí nació en 1969 un niño, el tercero de nueve hermanos. Hijo de campesinos sin tierra, aparceros hasta que el gobierno de Juan Velasco Alvarado llevó a cabo la reforma agraria. Sus padres no pisaron la escuela, pero él sí pudo, aunque tuvo que levantarse todos los días a las cinco de la mañana y caminar dos horas y quince kilómetros hasta la aldea vecina. Aquel niño, con poncho, bajito e inquieto, se llamaba Pedro Castillo. Y aunque no lo sabía, muchos años después llegaría a ser presidente del Perú.
A aquel cholito le gustaba tanto el colegio que luego quiso ser maestro rural, para desterrar la ignorancia de sus montañas y de las cabezas de sus niños. Tampoco fue un camino fácil. Tuvo que trabajar cultivando arroz en la Amazonía o vendiendo helados en las ciudades para poder pagarse sus estudios.
Pero el «profe» Castillo nunca fue un docente más. Su compromiso con su tierra y su gente le llevó durante su juventud a hacerse rondero -comités de autodefensa contra el terrorismo senderista- y luego a forjarse como dirigente sindical, llegando a ser secretario general de la Federación Nacional de Trabajadores de la Educación del Perú.
El profe lleva décadas amasándose en la lucha popular del Perú profundo y campesino, y esa lucha es la que le ha llevado a la presidencia de la República. Castillo se dio a conocer al conjunto del país liderando victoriosamente una prolongada (80 días) e histórica huelga de los docentes de Perú, en 2017, pero también había destacado en la lucha que derrotó a las corporaciones mineras norteamericanas.
A lomos de más de ocho millones de votos, y de décadas y décadas de lucha popular, sindical, campesina y obrera, sin un peso y sin apoyo de ningún grupo mediático o empresarial, Pedro Castillo y Perú Libre -un partido que se define a sí mismo como «marxista-leninista-mariateguista» y como una izquierda socialista, internacionalista, latinoamericana y antiimperialista- han llegado contra todo pronóstico al Palacio de Gobierno.
Lo han hecho enfrentándose a todo el poder de la maquinaria electoral, económica y mediática de los principales grupos oligárquicos de Lima y de la embajada norteamericana. Lo han hecho ganando, en un pulso duro y ajustado, a un partido fujimorista que se ha nutrido con el apoyo de al menos 12 grupos políticos rivales, coludidos con Keiko para «cerrarle el paso al comunismo» y para que «Perú no se convierta en una nueva Bolivia». Lo han hecho superando la campaña de miedo, amenazas y acusaciones de «terruqueo» (terrorismo) contra Castillo.
Lo han hecho con un programa basado en tres ejes: políticas redistributivas de la riqueza; impulso desde el Estado a las políticas públicas y de bienestar social; y la derogación de la Constitución fujimorista de 1993, para poner fin al neoliberalismo en Perú. Un camino que han apoyado las centrales obreras -como la Confederación General de Trabajadores de Perú (CGTP)- la izquierda urbana de Verónika Mendoza (Juntos por el Perú), y formaciones como Frente Amplio, Democracia Directa, Unión Por el Perú y Renacimiento Unido Nacional (RUNA).
Lo han hecho en un momento donde la coyuntura política y sanitaria ha abierto las costuras de la sociedad peruana, ha mostrado todas las vergüenzas, todos los horrores del abismo social, del modelo económico por el cual la oligarquía criolla y los centros de poder imperialistas (especialmente EEUU) han venido dominando al Perú durante más de medio siglo.
El país, duramente golpeado por la Covid -registra la mayor tasa de mortalidad de todo el mundo por esta enfermedad- se ahoga literalmente por falta de oxígeno, pero sus clases populares ya llevan asfixiadas muchas décadas por la pobreza y una aberrante desigualdad. Un 30% de la población peruana vive bajo el umbral de la pobreza y otro 33% en situación vulnerable, y los ingresos se han reducido en más de un 20% sólo en el último año. Y esto es en términos promedio. Fuera de las grandes capitales, en el Perú de las sierras, la puna y la selva, la miseria alcanza hasta un 45,7% de su población.
¿Hay que extrañarse, entonces, que este Perú olvidado haya votado masivamente a uno de sus hijos, a un maestro rural? Castillo ha ganado por todo lo alto en Cajamarca, y también logrado el 85% de los votos en las regiones del sur, como en Cusco, en las altas pampas de Ayacucho, o en Puno, a orillas del Lago Titicaca. Pero también ha triunfado en los extrarradios de las ciudades, donde el proletariado cholo madruga y suda.
No estaba escrito que así pasara. La huelga de los docentes del 2017 dio a Castillo cierta popularidad nacional, pero fue pasajera. Sólo en su propia tierra, las sierras de Cajamarca, el «profe» tenía una sólida base de votantes devotos. Pero aunque ninguna encuesta -que no preguntan en las aldeas recónditas- supo detectarlo, Perú Libre llevaba tiempo trabajando en las regiones rurales, sabiendo leer las necesidades y las aspiraciones de las masas campesinas. El profe Castillo ya se había recorrido el país de arriba a abajo, y a su paso le habían escrito 32 canciones de cumbia, música tradicional y moderna.
Para muchos fue una sorpresa ver a Perú Libre y a su candidato, un auténtico “outsider”, como la opción más votada en la primera vuelta, pero mientras que el voto urbanita se fragmentaba en múltiples opciones, en las regiones profundas, el Perú de cordillera y selva había apostado fuerte por su candidato.
El triunfo de Pedro Castillo es la victoria de una larga marcha. Un triunfo amasado con muchas largas décadas de organización, movilización y lucha del Perú de la piel de cobre, el que mastica hoja de coca y se abriga con poncho cuando se levanta, antes que el sol, para ir a trabajar o ponerse en camino hasta la remota escuela.