La izquierda antiimperialista gana en Perú

Perú: un triunfo histórico que resuena por toda América Latina

Esta inmensa victoria -que incorpora a Perú al frente antihegemonista- se produce en un contexto de enorme empuje de la lucha popular en todo en el continente hispano.

Tras largos días de ajustado recuento, el veredicto de las urnas peruanas es ya inapelable. El «profe» Pedro Castillo, candidato del izquierdista Perú Libre, se ha proclamado ganador con el 50,2%, y casi 70.000 votos de ventaja sobre su oponente, la ultraderechista Keiko Fujimori. Esta victoria electoral, que se produce en un contexto de fuertes movimientos populares en toda América Latina, tiene una enorme significación. Por primera vez en más de medio siglo, un gobierno de signo antiimperialista dirigirá los destinos de la nación inca.

Con el 100% computado, Pedro Castillo gana las elecciones con 8.800.486 votos (50,2%), casi 70.000 votos por encima de Keiko Fujimori (8.730.712 apoyos, el 49,80%). Por primera vez desde el gobierno de Juan Velasco Alvarado, un gobierno que basa su programa en la recuperación de la independencia y la soberanía frente a Washington y las potencias imperialistas, y que busca recuperar el control de las enormes riquezas naturales de Perú para ponerlas al servicio del país y de las clases populares, llega al Palacio presidencial.

Esta inmensa victoria de las clases populares -que, de forma inédita, incorpora a Perú a las naciones del frente antihegemonista latinoamericano- se produce en un contexto de enorme empuje de la lucha popular en todo en el continente hispano, especialmente en el espinazo andino.

En Colombia, más de seis semanas de paros nacionales y de masivas movilizaciones, han puesto contra las cuerdas al gobierno Duque. En Bolivia, tras aplastar el golpe, el pueblo boliviano vuelve a tener al MAS en el gobierno. En Chile, las luchas de los dos últimos años han logrado quebrar el modelo político y sepultar la Constitución de Pinochet, y ahora la izquierda tiene mayoría para redactar la nueva Carta Magna. Pero toda América Latina bulle de fuerzas de lucha y rebeldía contra el asfixiante dominio del hegemonismo y sus oligarquías lacayas: Brasil, Paraguay, Haití…

Un triunfo muy disputado

Dos caminos, antagónicos a más no poder, se enfrentaban en estas elecciones peruanas. Por un lado, el rumbo que propone la izquierda antiimperialista de Perú Libre, un partido de orientación marxista no muy lejano de los postulados del MAS en Bolivia, del PT carioca o del Morena mexicano. Por otro lado, la extrema derecha fujimorista defensora de la «mano dura» contra el movimiento popular, y de la total entrega del país al capital extranjero y a los dictados de Washington. Encabezada por Keiko, la propia hija de Alberto Fujimori, un corrupto dictador de facto al servicio de Washington que en la década de los noventa manejó el país con mano de hierro en la década de los 90. Entre sus muchos crímenes figura la esterilización forzosa de 300.000 mujeres indígenas. No es una cosa del pasado: en el equipo de Keiko está el médico Alejandro Aguinaga, uno de los responsables de esta atrocidad.

El recuento comenzó favoreciendo a Keiko Fujimori. Las urnas de las grandes ciudades, las primeras en computarse, daban a la candidata ultraderechista una ventaja de 600.000 votos. Pero entonces, poco a poco al principio y luego en oleadas, comenzaron a llegar los votos del Perú recóndito, campesino, empobrecido, indígena, claramente partidario de Castillo. El viento dominante cambió de dirección y los nervios comenzaron a aflorar en la sede fujimorista.

En el último decil de escrutinio, se produjo el esperado sorpasso. Castillo llegó a ponerse 90.000 votos por delante de Fujimori, pero nadie se atrevió a cantar victoria. Algunos dijeron entonces que el voto del extranjero -más favorable a Fujimori- podría volver a cambiar las tornas. Pero, aunque los votos del exterior recortaron algo la distancia, el ‘séptimo de caballería’ nunca llegó. Esta vez iban a ganar los indios.

El Plan Bicentenario

Ciertamente, los resultados muestran a un país extremadamente polarizado y dividido en dos mitades. La victoria de Pedro Castillo y de la izquierda peruana, por un margen estrecho, es sin embargo incontrovertible y plenamente legítima de acuerdo a la legalidad electoral peruana.

El líder de Perú Libre es consciente del enorme apoyo y esfuerzo popular que hay detrás de su victoria, pero también de los límites que impone esta polarización, y ha tratado de calmar las aguas.

En las últimas semanas de la campaña, Castillo presentó un programa económico de 17 páginas -el Plan Bicentenario- que busca el “relanzamiento del empleo y la economía popular”. Se eliminarán los super privilegios fiscales de las grandes empresas y se renegociarán los contratos mineros, por los cuales las transnacionales extractivas se llevan a precio de saldo las riquezas minerales del país. Pero no habrán de momento nacionalizaciones.

El Plan Bicentenario apuesta por multiplicar la inversión social y que Estado ejerza un rol regulador sobre los profundos desequilibrios sociales y económicos. Se limitarán los poderes de los monopolios y las transnacionales -hoy dueños absolutos de la economía peruana- y se potenciará a las Pymes y los pequeños productores. Además se compromete a una «segunda reforma agraria», que impulse un desarrollo rural y participativo «desde abajo, desde la participación movilizada de las organizaciones locales de los productores”.

Los centros de poder agitan las aguas

Desde que a lo largo del recuento se produjo el adelantamiento, la ultraderechista Keiko Fujimori ha echado mano del manual de instrucciones de Donald Trump, y -sin ningún tipo de pruebas más allá de irregularidades aisladas- ha denunciado un «fraude sistemático». Una acusación tan absurda que ni siquiera la Organización de Estados Americanos (OEA), instrumento de Washington y cuyo papel en el golpe de Bolivia está más que denunciado, pudo secundar. Pero los fujimoristas se resisten a aceptar la derrota y piden anular 500.000 votos. Lo que sea para mantener su ficción tóxica y a la sociedad peruana altamente tensionada.

Las clases dominantes van a maniobrar, azuzando la polarización para tratar de desestabilizar al nuevo gobierno. Pero el hecho es que han perdido el pulso decisivo, y por más que han tratado de impedirlo, una opción popular y antiimperialista ha alcanzado la presidencia de la República.

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