Visita del papa a Tierra Santa

Equidistancia y alineamiento según San Pedro

La comedida equidistancia del Papa Benedicto XVI acabó por conseguir el efecto contrario al deseado y disgustar a unos y a otros. La visita de Joseph Ratzinger a Tierra Santa, concebida por el Vaticano como un impulso a la capacidad mediadora y diplomática de la Iglesia Católica. Los medios de Israel han criticado al papa por denunciar en términos demasiado tibios el Holocausto, y los palestinos -a los que se han sumado los católicos de Jerusalén- demandaron que la cabeza de la Iglesia se posicionara claramente contra la opresión de Israel a los territorios ocupados.

Indiferencia verbal y banalidad", denuncia el diario israelí Haaretz, y sintetizaba la osición mayoritaria –con más o menos matices- de los medios y formaciones políticas en Israel. En el simbólico Memorial del Holocausto, el papa no hizo siquiera mención a los nazis, dijo “muertos”, y no “asesinados” –como dijo su predecesor en su visita a Tierra Santa-, no pidió perdón por el antisemitismo cristiano que labró y preparó el terreno para el Holocausto… Eso podrían ser cosas del pasado, pero en Israel todavía están furiosos por el levantamiento de la excomunión a los lefevrianos, orden ultrarreaccionaria, integrista y negacionista del Holocausto. Y la desconfianza secular hacia la Iglesia Católica, se ve potenciada por un papa alemán, que en su juventud sirvió –de forma forzada- en la Wehrmacht (y no está claro si en la Juventudes Hitlerianas).Pero no todos los motivos del enfado son de naturaleza tan bizantina. Ayer, Benedicto XVI apoyó sin nombrarla la solución de los dos Estados, anatema para los sectores más intransigentes del sionismo. "Ruego a todos aquellos que deben exploren cada posible vía para solucionar el conflicto que lo hagan, de manera que ambas comunidades puedan vivir en paz en su propia tierra, amparados por fronteras seguras e internacionalmente reconocidas", dijo ayer el papa Ratzinger. También pidió que el Estado de Israel permitiera a cristianos y musulmanes visitar los santos lugares, cerrados hace más de cuatro décadas. Los medios israelíes no fueron los únicos en contrariarse con el santo padre. El muftí de Jerusalén, Mohamed Husein, exigió al Papa que "trabaje activamente" para detener la represión israelí contra los palestinos, y le pidió que tomara posición sin ambajes por el sufrimiento de los habitantes de Gaza y Cisjordania. Le entregó una carta donde relataba prolijamente los atropellos israelíes: el avance en la construcción de asentamientos, la demolición constante demolición de viviendas en Jerusalén Oriental, la confiscación de propiedades palestinas, el deterioro de la situación económica a causa del muro, la limpieza étnica encubierta mediante mecanismos “burocráticos”, y la situación de los prisioneros palestinos en las prisiones de Israel. Hasta el patriarca latino de Jerusalén, Fuad Tual, adscrito a la Iglesia Católicadenunció la "agonía del pueblo palestino, que sueña con vivir en un Estado independiente", y la “ocupación de Israel”. Está claro que la Iglesia tiene intereses propios, muy “de este mundo”, que defender en esta visita –y más viniendo de un papa mucho menos viajero que su predecesor pero cuyos viajes por eso mismo están mucho más medidos. No es casual la visita del principal jefe espiritual del planeta –cuya influencia ideológica y política (aunque mermada respecto al pasado) sobre miles de millones de personas es una realidad- en un momento donde Oriente medio está en una encrucijada. Pero el Vaticano nunca toma partido a solas, sino que lo hace alineándose con los distintos centros de poder mundial. El apoyo -implícito y tibio, pero inequívoco- a la solución de los Dos Estados, patrocinada ahora por la administración Obama, es una buena noticia para Palestina, para los países árabes y para la Paz Mundial. Pero arroja una inquietante duda de cual será el grado de seguidismo de la Iglesia a los designios de la superpotencia en este pontificado.

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