Bicentenario de la independencia americana (3)

Epí­logo: México seccionado por la mitad

En la entrega anterior vimos cómo la revolución liberal de 1821 en España va a provocar un insólito cambio en los alineamientos de fuerzas en el virreinato mexicano. Viendo peligrar sus intereses, alto clero, grandes hacendados, comerciantes, dueños de las minas y jefes militares se vuelven hacia la independencia con el único fin de proteger sus fueros y privilegios. 

En el centro de este giro va a situarse la llamada consiración de La Profesa, que pasa a convertirse en el nuevo núcleo central de decisión de la independencia mexicana. En ella se reúnen jefes militares realistas, altos miembros de la administración colonial, clérigos de la alta esfera y ricos hacendados, industriales y comerciantes de origen peninsular para quienes la independencia pasa a ser la mejor alternativa con la que impedir que la influencia liberal que proviene de España entre 1821 y 1823 (el trienio liberal) acabe con su posición dominante en la sociedad mexicana. Al frente de los nuevos conspiradores se pone el general criollo del ejército español Agustín Iturbide, quien es enviado a combatir a las tropas insurgentes de Guerrero en el sur, pues uno de los objetivos de la conspiración de la oligarquía colonial de La Profesa es aplastar a los criollos insurgentes, de modo que el futuro México independiente siga bajo su poder. Sin embargo, Iturbide tiene otros planes. A comienzos de 1821 establece una alianza con el insurgente Guerrero y en febrero publica en Iguala un plan de independencia, basado en tres garantías que son la religión católica, la unidad de México y su independencia de cualquier poder exterior. En apenas seis meses, tanto las tropas realistas como las insurgentes se adhieren al ejército trigarante de Iturbide, que marcha de victoria en victoria tomando una ciudad tras otra. En agosto de ese año, las tropas de Iturbide interceptan en Veracruz a Juan de O’Donojú, masón, liberal y enviado por las Cortes a la Nueva España como último Virrey. Tras la entrevista entre ambos, España reconoce la independencia de facto de México. La masonería organiza sus fuerzas Pero mientras en la superestructura política se desarrollan estos acontecimientos, por debajo de la superficie se están desplegando aceleradamente poderosas fuerzas que van a pasar inmediatamente a jugar un papel decisivo en el futuro del nuevo Estado independiente. Ante el desmoronamiento del poder español en América, Londres y Washington, dos de las grandes potencias imperialistas de la época, han estado maniobrando estratégicamente para ocupar un papel dominante en el continente. Mientras la oligarquía colonial se decantaba por la independencia y los criollos insurgentes se ven obligados a unirse a sus fuerzas, Inglaterra a través de la amplia influencia que posee en la logia de obediencia escocesa, al que pertenecen notables miembros de la aristocracia, el clero y la oligarquía criolla, trabaja por unir a todas las fuerzas liberales, contrarias al caudillismo militar de Iturbide. Aunque dotados del carácter elitista propio de la masonería inglesa, la logia sostuvo que la idea de una República –frente a la concepción monárquica de un Iturbide que en 1822 se corona emperador de México– era aceptable para la mayoría de los masones escoceses. Eso sí, a condición de que mantuviera el orden social, se dotara de un Estado centralizado y no representara ninguna amenaza para la división en clases que existía en el México de entonces. Pero Inglaterra no está sola en su ambición de dominar el país. Una joven y naciente potencia, EEUU, tiene también sus propios proyectos para México. Enarbolando la bandera del federalismo frente al centralismo de los escoceses, los agentes norteamericanos escinden la logia de rito escocés para crear la suya propia, la logia de rito yorkino, rama principal de la francmasonería norteamericana. En torno a ella propiciarán la creación de un nuevo partido que represente a la tendencia liberal radical y, sobre todo, sea fiel a los dictados de Washington. El espía norteamericano, y posterior embajador en México, Joel Poinsett dirá: “He tenido un éxito sorprendente, cuando llegué aquí sólo había partidos monárquicos y proeuropeos, y al partir dejaré un poderoso partido (norte)americano”. Tanto unos como otros, escoceses y yorkinos, cada cual bajo las directrices de sus respectivas cancillerías, trabajan activamente por definir y echar raíces de influencia y control sobre el naciente Estado, por orientar la economía mexicana de acuerdo con los intereses particulares de Londres y Washington y por contribuir a la adecuación de las estructuras políticas y sociales a los planes de dominio de una y otra potencia. Para recabar los apoyos sociales y políticos imprescindibles, los escoceses fundaron una nueva asociación, la de los Novenarios, llamada así porque cada uno de sus miembros debía captar nueve adeptos nuevos, que aunque tuvo influencia entre sectores de la alta sociedad, no consiguió, sin embargo, un gran apoyo popular. Por su parte, los yorkinos fundaron la de los Guadalupanos, con gran éxito popular al ponerse bajo la invocación de la Virgen de Guadalupe. El poder en la sombra Ambos movimientos, dirigidos en la sombra por agentes británicos y estadounidenses a cuya cabeza están respectivamente el embajador inglés H. G. Ward y el agente yanqui Joel Poinsett, urdieron complejas redes de espionaje entre ellas, se enzarzaron en una guerra sucia preñada de delaciones, asesinatos y toda clase de tropelías a fin de asegurarse la dirección política del Estado. Las dos primeras décadas de existencia del México independiente son inseparables de la disputa entre Novenarios y Guadalupanos, es decir, entre Londres Y Washington. Detrás de cada golpe de Estado, insurrección, guerra civil o cambio en la jefatura de gobierno encontramos irremediablemente a unos u otros. Poinsett y H. G. Ward van a representar la avanzada del imperialismo de EEUU e Inglaterra. Poinsett abre los caminos para la aplicación de la Doctrina Monroe e inicia la penetración y el dominio de su país en la vida de México. Nada más llegar, se opone al tratado de comercio que a través de Ward firma México con Inglaterra, a cambio concierta un tratado de amistad y de comercio (cuyo objetivo es aislar a los países hispanoamericanos entre sí) y otro de límites fronterizos entre México y Estados Unidos (que anuncia ya la expansión territorial de Norteamérica al sur) y poco después inicia la colonización de Texas. Tampoco la política interna mexicana escapa a sus actividades, en octubre de 1825 en un comunicado a su gobierno Poinsett señala “…con el propósito de contrarrestar el partido fanático en esta ciudad, y, si posible fuera, difundir los principios liberales entre quienes tienen que gobernar al país, ayudé y animé a cierto número de personas respetables, hombres de alto rango y consideración, a formar una Gran Logia de Antiguos Masones Yorkinos…”. Con el triunfo definitivo de la logia yorkina sobre la escocesa, es decir, de EEUU sobre Inglaterra, el camino para la amputación de México está abierto. Una deuda histórica: el robo de un país Desde al menos 1806 existe constancia histórica escrita de las ambiciones de EEUU por anexionarse la mitad de México. Ese año, un grupo de exploradores norteamericanos cruzan el río Grande, internándose en territorio mexicano y recorriendo la actual Texas. Su objetivo es presentar en Washington detallados mapas de la región. En 1817, James Monroe, autor de la famosa frase “América para los (norte) americanos” e impulsor del Destino Manifiesto asume el gobierno de Estados Unidos. Su secretario de Estado y futuro presidente, John Quincy Adams, proclama, al poco ser designado: “El mundo debe familiarizarse con la idea de considerar como de nuestro dominio el continente de América del Norte. (…) Se hace aún más necesario que el resto del continente pase definitivamente a nuestras manos”. Durante los años siguientes, aplicando la máxima de “tomar un territorio por la fuerza, y después negociar su cesión”, EEUU no cesa de enviar grupos de aventureros a adentrarse en el territorio todavía en poder la corona española. Así, en 1919 Fernando VII y el gobierno norteamericano firman un tratado que modifica los límites de la frontera norte del actual México, cediendo la Florida a EEUU. En 1821, cuando está a punto de desplomarse el poder español en América, las autoridades del Virreinato de Nueva España autorizan a Moses Austin a establecerse con 200 familias en Texas. Nueve años después, en 1830, la población de origen estadounidense en el territorio ya es el 75%. La conveniencia de anexar Texas Sólo una semana después de que Agustín de Iturbide declare la independencia de México, James Monroe es reelecto presidente de Estados Unidos. John Quincy Adams escribe: “Sin discutir por ahora la conveniencia de anexar Texas o Cuba a nuestra Unión, debemos conservarnos libres para obrar tan pronto como el momento lo exija”. Y el momento no iba a tardar en llegar. El gobierno norteamericano designa al masón Joel Poinsett su “operador” ante el gobierno mexicano. Poinsett aconseja a su gobierno la inconveniencia de “establecer relaciones con el usurpador” Iturbide. El agente especial Poinsett ya está tramando con el general Andrew Jackson diversas formas para apoderarse de Texas El primer embajador mexicano en Washington, José Manuel Bermúdez, advierte las maniobras que se están diseñando abiertamente en Washington y escribe a su gobierno: “La soberbia de estos republicanos no les permite vernos como iguales, sino como inferiores. Aman entrañablemente a nuestro dinero, no a nosotros. Con el tiempo han de ser nuestros enemigos jurados”. Ante esta situación, el secretario de Relaciones Exteriores mexicano, Lucas Alamán, firma en octubre de 1823 con un representante diplomático colombiano un acuerdo que sienta las bases para la creación de una futura confederación de naciones al sur del río Bravo, integrada por las antiguas posesiones españolas hasta la Patagonia. Años después, Poinsett se lo hará pagar caro. El 2 de diciembre de 1823, el reelegido Monroe pronuncia un discurso en el Congreso en el que define lo que será conocido posteriormente como “la doctrina Monroe” y que expresa la voluntad de EEUU de convertirse en la potencia hegemónica en el continente americano, advirtiendo a las potencias europeas que toda América ha pasado a formar parte de su “esfera de influencia”. Sin embargo, y pese a todas las advertencias y admoniciones que anuncian el funesto final, la ceguera de los dirigentes de la independencia lleva a que el Congreso de México conceda gratuitamente, en enero de 1824, 27 mil hectáreas de suelo texano a Stephen Austin. De nada valen los avisos de los espías de Inglaterra que informan a su cancillería: “los norteamericanos han comenzado ya la colonización de la provincia”. La amputación en marcha Sustituyendo a Monroe, John Quincy Adams –verdadero inspirador de su doctrina y artífice de la política exterior de EEUU– asume la presidencia. El nuevo secretario de Estado, instruye a Joel Poinsett para que negocie nuevos límites “más ventajosos” entre México y Estados Unidos. Ahora el ex espía actúa como enviado extraordinario, ministro plenipotenciario y primer embajador de Estados Unidos en México. Sus primeros informes desde su nueva posición son premonitorios sobre lo que está a punto de ocurrir: “creo importante extender nuestro territorio hasta el Río del Norte (Río Bravo), hasta el Colorado, siendo conveniente tener instalado sobre la frontera un núcleo de colonos de la vigorosa raza blanca”. Pero mientras da instrucciones para que se vaya produciendo la ocupación silenciosa del norte, en la capital mexicana Poinsett organiza las fuerzas internas que serán el principal punto de apoyo para la amputación. En este breve período de tiempo, Poinsett, como dicen los historiadores mexicanos, “hizo más servicios a la Unión Americana que todos sus generales juntos en la guerra de invasión”. A través de un círculo masónico vendepatrias, comandado por Lorenzo de Zavala, transforma la logia masónica de York en un partido republicano federal (los guadalupanos) favorable a Estados Unidos y contrario a Inglaterra, las dos potencias que están disputándose el dominio sobre la nueva república. Las maniobras e intrigas políticas y diplomáticas de Poinsett en México son tan escandalosas que un grupo de diputados pide al gobierno su expulsión del país. El resultado será justamente el contrario, los manejos de Poinsett provocan una crisis en el gabinete mexicano y el canciller Lucas Alamán es obligado a renunciar. Para un gran numero de mexicanos es tan evidente que Poinsett está trabajando por dividir México que se produce una rebelión popular dirigida contra el representante estadounidense y los masones yorkinos que el gobierno mexicano aplasta con dureza. La bandera con la que se levantan los patriotas insurrectos es acabar con una Presidencia mexicana que es “la oficina de un gabinete vecino”. En 1828, Poinsett escribe a su gobierno: “He tenido aquí un éxito sorprendente, y al partir dejaré un poderoso partido americano y un sentimiento americano”. Las condiciones para la amputación de México, en las siguientes dos décadas, están puestas. Texas inicia el camino En 1835, y tras una breve campaña militar en la que es derrotado el general dictador Santa Anna, Texas declara su independencia. El traidor y vendepatrias Lorenzo de Zavala es nombrado vicepresidente. De inmediato, Washington reconoce a Texas como “nación independiente”. Tres años después lo hacen Francia e Inglaterra. No pasarán ni 10 años para que Texas se incorpore a EEUU. El ejemplo texano se extiende a todos los territorios del norte de México. El 14 de julio de 1846, el topógrafo militar John Charles Fremont proclama en territorio mexicano la República de California. En 1848, y tras una ocupación militar norteamericana de 10 meses de la capital de México, su gobierno firma el Tratado de Guadalupe Hidalgo con el que ceden lo que es actualmente Arizona, California, Colorado, Nevada, Nuevo México, Texas y Utah. Es decir, más de la mitad de su territorio.

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