SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

Entusiasmo y cautela

La encuesta que publica hoy La Vanguardia hay que leerla con mucha atención, porque detecta un cierto cambio en el ánimo de la sociedad catalana. Lo resumiría de la siguiente manera: a medida que La Cuestión adquiere visos de realidad, aumenta la sensación de gravedad. Los muy convencidos aceleran y los que dudan acarician el freno. Hay empate entre los partidarios de la independencia y los que, con distintos matices, no quieren llegar a la estación término. Hay ganas de votar, pero el entusiasmo por la convocatoria ha caído nueve puntos en dos meses. Arrasaba en octubre (84%) y se aproxima a los dos tercios en diciembre (73,5%). Dos tercios de la sociedad catalana con ganas de votar sobre el autogobierno es un dato relevante de la actualidad europea y un tráiler atravesado en la autopista (libre de peaje) del neocentralismo español.

Algo se está moviendo, sin embargo, en clave moderada. Ligeramente, sin vuelco aparente, pero de manera perceptible. Manuel Vázquez Montalbán escribió una vez que los verdaderos cambios se parecen al lento avance de una quilla en una lámina de agua. Es posible que esté encogiendo el campo de la fantasía. A medida que La Cuestión se concreta, aumenta la sensación de gravedad. Y, a mayor gravedad, más cautela.

Las líneas de fondo se mantienen constantes. La irritación y el enfado siguen al alza y el marco sentimental apenas observa cambios. El reciente acuerdo entre los partidos favorables a la consulta –un trabajo con finura política– ha tenido más aceptación que desacuerdo: una reverberación positiva que va más allá del campo estrictamente independentista. A los catalanes les gustan los pactos, sobre todo si estos facilitan el matiz, el asidero y el movimiento envolvente. El catalán tiene alma de comerciante genovés, con correcciones. En Catalunya hay más tierra adentro que en la escarpada Liguria y Barcelona es una capital contundente y fenomenal. Barcelona no es Génova. Gracias a la magnífica concatenación de 1992, Barcelona ha conseguido plaza en la cadena internacional de las nuevas economías urbanas. Sin el éxito olímpico nada de lo que hoy ocurre estaría pasando. Esta es la clave más indescifrable del momento catalán: el soberanismo tiene un muelle maragalliano. Es fruto del cruce –casi imposible hace diez años– de un catalanismo comarcal, rejuvenecido y conectado a internet, con un barcelonismo metropolitano que ya no acepta el hegemonismo abrupto del cantón de Madrid. Cambio de generación, internacionalización de las profesiones y de las empresas, y ganas de discutir las reglas del juego, como tantas veces ocurre en las democracias maduras.

Esa rebelión mesocrática, sujeta a constantes cambios de temperatura y presión en su interior, maceró durante la época de Zapatero, calentada por la insensata reacción del Partido Popular ante el tercer Estatut –la recogida de firmas en todas las plazas mayores de España, que el propio Mariano Rajoy juzga hoy un error–, y se inflamó más allá de lo previsto como consecuencia de la crisis económica. La Cuestión interesa a los catalanes de la ciudad y del campo, pero hoy tiene un fortísimo acento urbano. Esa es una realidad que debería ser leída con atención en Madrid.

Ahora mismo, la derecha española no sabe muy bien qué hacer con Madrid. La gobierna, con una deuda municipal de 7.400 millones, pero no la imagina. Apagado el festival inmobiliario, fracasada la tercera candidatura olímpica y evaporada la fantasía de Eurovegas, el mando no sabe cómo activar la dimensión informal y creativa que toda gran capital necesita. Ana Botella, Ignacio González y buena parte de la plana mayor del Partido Popular no han leído los ensayos del economista norteamericano Richard Florida sobre las ciudades creativas.

La Cuestión catalana es, en su estadio actual, una excitación política encabezada por las clases medias urbanas –como lo fueron las masivas protestas contra la guerra de Iraq–, enmarcada y realimentada por la televisión e internet. Es una cuestión explícitamente europea. Puesto que ya no vivimos en los tiempos de las ideologías monolíticas, esta fase soberanista catalana no alcanza –ni alcanzará– una temperatura estable: sube y baja en función de los acontecimientos. Y a medida que La Cuestión se va haciendo tangible, aumenta la sensación de gravedad. Y de riesgo. Eso es lo que dice la encuesta de hoy.

Hay margen, por tanto, para la política pactista. Con algunos condicionantes, quizá graves: los mecanismos de mediación del Estado están en horas bajas; el prestigio del aparato institucional se halla en constante y seria erosión; el Gran Madrid tiene dificultades para imaginar su futuro, y el alma nacional-popular está desconcertada. Triunfa estos días en España un anuncio, bien realizado por la cineasta Icíar Bollaín, que ante las nuevas, ásperas e imprevistas adversidades de la modernidad capitalista, llama a refugiarse en el carácter. Raza, buen rollo y bocadillo de chorizo. Carpanta 2.0.

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