Eslavos

Entrevista a Carla Matteini

Es una obra que te obliga a pensar activamente, ante la que nadie puede quedar pasivo. Nuestros compañeros de «izquierdas» (con comillas) salí­an del teatro diciendo «¡no quiero saber nada!, ¡no quiero que se me plantee esto!, ¡no me da la gana!»

Cuando se estrenó Eslavos en el 97, ¿cuáles fueron las reacciones? No fueron críticas úblicas, en prensa. Sí hubo muchas críticas dentro de la profesión. Concretamente recuerdo una actriz bastante conocida que se vino al final a verme como una pantera, como una fiera, diciéndome “¿qué es eso de una obra que no da respuestas en algo tan importante?”. Realmente las únicas obras interesantes son las que plantean preguntas, las respuestas las tiene que encontrar el espectador, con su propia cabeza. Esto se repitió varias veces porque la obra era vista como ambigua, sin una postura clara ante la caída de la URSS, cosa que es errónea absolutamente, “¡y más viniendo de un americano!”. Kushner es el dramaturgo más claro y lúcido de los últimos 30 años. No solo con el tema de la URSS sino también sobre el tema del SIDA, como en “Ángeles en América”. O “Hombody / Kabul”, con la Guerra de Afganistán en marcha, ha sido de una clarividencia impresionante porque viene a decir todo lo que va a ocurrir; una guerra de independencia nacional que no se soluciona con las armas… Kushner es absolutamente profético. Había quien desde la platea se levantaba y se iba en la primera parte porque creía estar viendo una obra anti-comunista, y a quien se quedaba satisfecho con aquello, al final se torcía porque la obra te lleva de nuevo a la pregunta de Lenin de ¿Qué hacer?, dirigiéndose a todos los revolucionarios del mundo… Claro. Deja eso abierto a la dialéctica, al pensamiento, a la reflexión, a la autocrítica de algunos… eso molesta. “¡Quiero respuestas, no preguntas!”. Es un momento muy distinto y sin embargo no ha habido una evolución como es el caso de IU, del PCE, del pensamiento, ni del ortodoxo ni del heterodoxo. La caída de al URSS fue un tsunami político que no se ha acabado de analizar bien. Tanto en España como en Francia no gustó a algunos sectores porque les ponía frente al espejo. Tampoco la izquierda norteamericana estaba preparada para esto, porque va directamente al pensamiento y a los sentimientos. Es un revulsivo que transforma porque cuando sales del teatro no sabes dónde colocarte. Es una obra que cuestiona el estalinismo y a esa “vieja guardia”, la Perestroika, el Estado… Hay en la obra, hasta en los más mínimos detalles, un “sello de clase” en los personajes, como Poppy, miembro del aparato, o Tremens, el burócrata nacionalfascista. Expresan la naturaleza de esa clase dirigente… Sí, pero no todo el mundo lo ha visto así. Ten en cuenta que es crear unos arquetipos que no evita. No es Bretch, no es un teatro épico en el que los malos son malos y los buenos son buenos. Y eso que la dialéctica de Bretch es fundamental. Kushner te lo coloca en un plano más subtextual que no es tan obvio. Eso es un problema para la puesta en escena. Porque a veces cae en un guiñol que utiliza los personajes para evitar el didactismo en el que es tan fácil caer en un texto como este. Es un trabajo por acercarse a arquetipos cómicos quitándoles todo lo ortodoxo, jugando con una ambigüedad buscada para que cada uno saque sus propias conclusiones. ¿No es un teatro a contracorriente, un teatro que desentraña la realidad? En el teatro contemporáneo se tratan temas ideológicos pero de una forma totalmente distinta. Es Pinter o Berkoff, pero es a través del humor, como en “Decadencia”, crítico con las clases altas y medias. Pero Kushner es el más claro, pese a la finura y lo cómico es el que se plantea las cuestiones más importantes de nuestra contemporaneidad. Kushner es el único que se mete con esa profundidad; crítico con el establishment y las clases altas. Es un hombre que escribe poco, pero esta trilogía (“Ángeles en América”, “Eslavos” y “Homebody / Kabul”) que deja un testimonio del mundo contemporáneo y de este siglo que ha empezado tan mal, son piedras angulares. Es un teatro incómodo que te pone delante del espejo en problemas contemporáneos, con movimientos subterráneos y también evidentes. Mira como habla “Eslavos” del capitalismo cuando se supone que era anti-capitalismo lo de la URSS. Te lo decía porque Kushner si que expresa esa posición liberadora. La de quitarse la losa del fascismo de encima obligándonos a volver al principio, a Lenin. Eso te lo plantea también en su primera obra “Una habitación luminosa, llamada día”. La posibilidad de salir de la perversión creada en el siglo XX a través de la ética, no para encontrar las respuestas, sino plantear las preguntas en el corazón de la sociedad, en el imaginario; y el valor del lector, del espectador en reconocerlo. Los sectores más ilustrado o más involucrados no se quieren plantear estas cuestiones. Desde luego no gustó nada a la “izquierda” (con comillas). Va contra la corriente que obliga a pensar que no vale la pena plantearse nada porque nada se puede hacer, ¿no?. La obra te lleva al ¿Qué hacer? Y a actuar. Kushner parece decir “¡ala, os lo dejo abierto!, ¡allá vosotros!

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