En una de las pocas intervenciones directamente ideológicas (Mariano Rajoy presume habitualmente de su pragmatismo y de representar el sentido común: l’uomo qualunque), el presidente de Gobierno defendió su política con la siguiente frase: «No podemos volver a las ideas que fueron liquidadas cuando cayó el muro de Berlín». Pero lo que está ocurriendo desde 2007 con la crisis económica, y sobre todo con su gestión, no tiene nada que ver con aquellas ideas, sino con las opuestas. No se pueden vender duros a cuatro pesetas.
Cuando estalla el escándalo de las hipotecas de alto riesgo en la segunda mitad del 2007, cuando quiebra Lehman Brothers un año después y el capitalismo asume, por única vez, su principio de que cada palo aguante su vela y no acude al rescate del quinto banco de inversión, los que mandan son los correligionarios ideológicos del señor Rajoy. En EE UU, el presidente era George W. Bush, un epígono menor de Ronald Reagan y jefe de los neocon de la Casa Blanca; en Alemania la jefa era ya la democristiana Angela Merkel, el estandarte de la austeridad como vacuna para curar los excesos de los países que habían vivido «por encima de sus posibilidades». Tenía su principal aliado en Europa a Sarkozy, presidente de Francia, conservador como ella misma; y su principal empleado de la Comisión Europea —como presidente de la misma— era el portugués José Manuel Durão Barroso, el anfitrión en las Azores de aquel trío siniestro (Bush, Blair, Aznar) que declaró unilateralmente la guerra a Irak en contra de la opinión muy mayoritaria de sus ciudadanos.
En Reino Unido gobernaban Tony Blair y Gordon Brown, que, siendo laboristas, eran definidos por sus críticos como «thatcheristas de rostro humano». Estaba a punto de llegar al Palacio Chigi el jefe de Gobierno italiano, Silvio Berlusconi. La excepción que confirma la regla era el presidente de Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, que, tres años después, tuvo que cambiar dramáticamente su práctica política ante la presión que le llegó de Bruselas y de Fráncfort.
En los sondeos selectivos que se hacían entonces (y en los de ahora), los encuestados concedían una importancia capital para su futuro cotidiano a las decisiones que tomaban los bancos centrales, pues la política monetaria era la brigada de intervención inmediata de la política económica. Pues bien, al frente de la poderosísima Reserva Federal (Fed), en EE UU, estaba el republicano Ben Bernanke (sucesor del ortodoxo Alan Greenspan), elegido para el cargo por Bush. Y el gobernador del Banco Central Europeo (BCE) era Jean-Claude Trichet, un funcionario muy conservador que provenía del Banco de Francia y que había colaborado sistemáticamente con la derecha francesa.
¿Ideas provenientes de lo que representaba el muro de Berlín? Todo lo contrario. Los que ejecutaban el poder eran los representantes máximos del establishment de la derecha neoliberal.