En una de las primeras escenas Isaki Lacuesta nos sorprende poniéndonos delante de un parto real. No nos deja apartar la vista y ante nuestros ojos se desarrolla todo el proceso en el que un ser humano sale al exterior por primera vez. En el resto del film, al igual que esta escena, se nos muestra la crudeza de la vida sin artificios ni censura. Ni siquiera es una película, sino un documental que nos permite colarnos en la vida de Isra y la gente de San Fernando como si estuviéramos allí mismo; a través de una cámara humilde, sin condescendencia, que no juzga y solo muestra. Nada de lo que acontece es ficción ni lo parece, sino la vida misma.
Isra y su hermano Cheíto se reúnen años después de salir el primero de la cárcel por tráfico de drogas y el otro de vuelta de una misión en la Marina. Dos caminos totalmente distintos habiendo partido del mismo lugar, la isla de San Fernando, un rincón donde la supervivencia tiene un precio alto.
Isra vuelve a casa y no recibe la bienvenida que esperaba. Se encuentra con su pareja resentida por su estancia de varios años en la cárcel, tres hijas a las que asegurar un futuro digno y su tierra, llena de pobreza, que solo tiene para ofrecerle trabajo precario, mucho y mal pagado. Mientras, su hermano tiene trabajo como militar, una relación estable y también tres hijas a las que, aunque humildemente, puede mantener. No se les permite soñar más que con poder sobrevivir. Todas las personas de su alrededor, sin otra opción, se han resignado a su suerte y consiguen salir adelante. Isra, en cambio, no puede ni quiere aceptar aquello. Incapaz de asumir el destino impuesto de su clase social y lugar de nacimiento rechaza los trabajos más duros. Ansía ganarse la vida pero no a cualquier precio.
Se abren ante él en ese desolador escenario dos posibilidades: vender droga como antes, arriesgándose a volver a la cárcel, o condenarse a partirse el lomo bajo el sol a cambio de pobreza pero cierta estabilidad. Isra discurre entre dos aguas, lo fácil o lo correcto. Lo que ha elegido hasta ahora o lo que ha logrado su hermano. Irá dando tumbos, rindiéndose y volviéndolo a intentar al recordar a sus tres hijas y el firme deseo de una supervivencia que sí le importa: la de ellas. A ello se suma la muerte del padre cuando ambos eran niños, una sombra que les persigue durante sus vidas; especialmente a Isra, a quien más afectó.
Isaki Lacuesta nos lanza así un jarrón de agua fría, mostrándonos una realidad lejana para muchos, aunque no en términos geográficos. Un pueblo andaluz que se mata por vivir, donde no hay nada más allá de la propia supervivencia, pero que se mantiene firme con esperanza y alegría, unidos en la dificultad.